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21 de octubre de 2017

La bruja beata

A principios del siglo XVI, la toledana Leonor Brazana fue uno más de los descendientes de judíos a los que la Inquisición persiguió con saña. Su padre, un tal Garci Vázquez, cambiador de oficio, había sido quemado por judaizar, mientras que su tío paterno, Rodrigo Ortiz, fue condenado a llevar el sambenito por el mismo motivo. Para evitar problemas, Leonor adoptó el apellido de su madre, Francisca Barzana, que se salvó en el proceso contra su marido gracias a la protección de un canónigo. Una vecina testimonió que había oído varias veces a Leonor decir que los inquisidores habían matado a su padre, y ello sin culpa alguna de su progenitor, sino por ser ellos "bellacos y traidores".

En su barrio, Leonor era conocida como "beata", por el hábito franciscano que llevaba y que distinguía a cierto tipo de mujeres laicas que se entregaban a la oración. El término, sin embargo, también se aplicaba a mujeres que aseguraban poseer dotes sobrenaturales propias de la magia, como era el caso de Leonor, según indican varios testimonios.
Una vecina la visitó una vez para pedirle noticias sobre su marido, ausente desde hacía tiempo. La beata le dijo que había tenido la revelación de que el marido estaba muerto, pero la instó a rezar a la Virgen y a San Juan Bautista durante nueve días, y a punto de cumplirse el plazo reapareció el esposo. "Grande es esta oración de la beata", dijo la vecina. Otros la llamaban "la estrellera" y la calificaban de "mujer soberbia y fantástica y muy recia de ánimo [...] que no hay quien pueda con ella".
Cuando otra vecina se puso de parto, la beata salió a la puerta con una candela encendida, musitó unas palabras y tuvo una visión profética: contempló el cielo abierto entre rayos y un pájaro le rozó la cara a la altura de la nariz. Al nacer el niño, la beata insistió para que lo llamaran Gabriel y le pronosticó que sería un sabio religioso.

Todos estos episodios salieron a la luz en el proceso que se le instruyó en 1530. Se la acusaba de alardear de su estirpe judía y de prácticas mágicas. Tras reafirmar su adhesión al catolicismo, fue castigada con cien azotes y salió en un auto de fe. Seis años más tarde, Leonor fue encausada otra vez. Nuevos testigos declararon haberla oído alardear de sus poderes, que incluían hundir una casa o invocar las ánimas. Otra mujer dijo que le había dado una receta contra la infertilidad. Fue condenada de nuevo a azotes y encerrada en la cárcel, por supersticiosa y perjura. Sólo salió para marchar al destierro.


Fuente:
* Historia National Geographic. Nº 161


15 de mayo de 2017

El limosnero de Triana

Sevilla
A mediados del siglo XVIII, un tal Juan Elías vivía en el convento sevillano de San Pedro Alcántara como "donado", esto es, como laico que llevaba el hábito religioso y realizaba tareas de servicio a la comunidad. Elías, que tenía unos 50 años, se dedicaba a recoger limosnas y por ello recorría los barrios de la ciudad, donde se había labrado fama de hombre santo y virtuoso gracias a su hablar pausado, su voz dulce y su aire sereno.

El servidor de San Pedro de Alcántara aprovechaba sus visitas para mantener conversaciones piadosas con los vecinos, a los que solía explicar el padrenuestro y terminaba diciéndoles que todos los hombres son hermanos ante Dios y debían amarse los unos a los otros. Con este pretexto, el hermano Juan empezó a acudir a casa de una mujer del barrio de Triana, Francisca Moreno, de 35 años y casada. Tras ganarse su confianza con coloquios piadosos, aprovechaba para hacerle caricias y darle abrazos, diciendo que no había mala intención en ello, pues solo pensaba en Dios.

En una ocasión logró que lo recibiera en su dormitorio, donde la abrazó durante "medio cuarto de hora", pero ella lo interrumpió, le dio la limosna que pedía y lo despidió. Volvió al cabo de unas semanas para declararle que no hacía más que pensar en ella, pero la mujer había escarmentado de sus tácticas y le preguntó "si el tenerla presente en todo momento era para encomendarla a Dios". El hermano Juan no tuvo más remedio que renunciar a su empresa.

A continuación, Elías probó fortuna con otra vecina de Triana, Teresa del Barco, soltera y de 25 años. Con ella fue más al grano. Le aseguró que podían acostarse sin cometer pecado, pues "aunque yo u otro cualquiera haga esto y le tome las manos y la abrace, estando en Dios como estamos, no es pecado ni cosa mala [...] y si entrara a este tiempo alguno y lo viera y dijese cómo hacía esto, se escandalizaría él pero a nosotros no nos daría cuidado porque estamos en el amor de Dios y sabemos que en ello no pecamos". También intentó convencerla de que tenía dotes providenciales pues, según aseguraba, había previsto la muerte de la hija de una vecina.

Entretanto, Francisca había tenido escrúpulos por lo sucedido y decidió consultar con su confesor, quien la instó a que denunciara el caso a la Inquisición sevillana. En su declaración, Francisca reveló que su vecina Teresa tenía también tratos con el limosnero, por lo que el tribunal la convocó igualmente. Basándose en el testimonio de ambas, los calificadores -miembros del tribunal inquisitorial que determinaban el tipo de delito cometido- elaboraron un informe sobre el reo.

Según los inquisidores, Elías era un seguidor de la doctrina herética de Miguel de Molinos (1623-1698), quien defendía que podía alcanzarse la gracia mediante la contemplación y que fue condenado por la Iglesia por cometer actos inmorales, lo cual no había impedido que surgiera una corriente de seguidores en diversos países católicos, los llamados molinosistas.

El tribunal también calificó a Elías de hipócrita, embustero, ignorante de lo que predicaba y sospechoso de un delito leve en cuanto a fe, por lo que fue encarcelado y condenado.


Fuente:
* María Lara Martínez, 'Las artimañas del santo varón sevillano que predicaba el amor universal'. Historia National Geographic nº 161


2 de octubre de 2016

La invención de reliquias en los primeros siglos del cristianismo

Mano de San Juan Crisóstomo
El culto a las reliquias no existía en los primeros años de la era cristiana, sino que apareció en el siglo IV. Después de la cristianización del Imperio Romano se convirtió en un elemento constitutivo de la nueva religión. Sin embargo, sólo está documentada la existencia de un número muy pequeño de tumbas “santas”, lo que explica los descubrimientos “milagrosos” ocurridos en primer lugar en las provincias orientales del Imperio, para satisfacer las necesidades del culto. No obstante no aparecieron reliquias en cualquier momento o lugar, por lo que para comprender mejor este fenómeno hay que examinar los diferentes casos en su contexto histórico.

Según se lee en los Hechos de los Apóstoles (8:2) “los hombres piadosos llevaron a Esteban a su entierro e hicieron gran llanto sobre él”. Esta frase resume adecuadamente el destino reservado a los primeros mártires. Los fieles consideran que es un deber recoger los cadáveres y enterrarlos con dignidad.

Sin embargo, las cosas cambiaron con el tiempo y se organizó algún tipo de culto comunitario entre los cristianos. A mediados del siglo III, iglesias como la de Cartago y Roma comenzaron a desarrollar listas completas de los aniversarios de los martirios con el fin de conmemorarlos. A principios del siglo IV, en su libro sobre los mártires de Palestina, Eusebio de Cesarea escribió por primera vez que “Pamphilius y sus compañeros recibieron un funeral conveniente y, como era costumbre, fueron enterrados”. Sin embargo, en una segunda edición del texto podemos leer que “fueron colocados en las casas santas de oración, para un recuerdo imperecedero, para ser honrados por el pueblo de Dios”.

Cabeza de Santa Catalina de Siena
De hecho, a partir del año 313 empezaron a surgir por todas partes lugares de devoción. No sólo en torno a las tumbas de los mártires, sino también a las tumbas de los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento, así como a los lugares santificados por la presencia de Cristo. Pero de muy pocos de estos lugares se conocía su ubicación, por lo que se hizo necesario explorar catacumbas y cementerios para localizar a los mártires y erigir templos. La mayoría de las veces estos descubrimientos se producían de manera “milagrosa” o después de una revelación divina.

Los primeros descubrimientos de este tipo se produjeron en el siglo IV, principalmente en Jerusalén y los Santos Lugares. Por ejemplo, la primera mención que se conoce es precisamente el informe de Eusebio de Cesarea sobre la tumba de Cristo, la cual reclama como monumento sagrado para la veneración de los fieles y que se encontraba oculta bajo un templo pagano.

En el año 379, el entonces obispo de Constantinopla, Nacianceno, cuenta cómo una mujer cristiana había ocultado en su casa el cuerpo del mártir Cipriano durante las persecuciones, y cómo fue encontrado gracias a una revelación divina.

En el año 384 tenemos el testimonio de la peregrina Egeria, que se refiere al descubrimiento de la tumba de Job en Arabia. Alguien le explicó que un anacoreta había visto el lugar en una revelación. Informado el obispo realizaron excavaciones encontrando una cueva y, dentro de la cueva, una tumba en la que se leía el nombre de Job. A continuación construyeron una iglesia cuyo altar fue situado justo encima de la tumba. Este es el patrón estándar para la invención de las reliquias.

En el año 386 el obispo Ambrosio construyó una iglesia en un cementerio a las afueras de Milán y los fieles querían que fuese consagrada como depósito de reliquias, tal y como se había hecho anteriormente en Roma. El obispo tuvo de repente una especie de inspiración y ordenó excavar el suelo, encontrando los restos de dos personas, de las que se dijo que eran los mártires Gervasio y Protasio. Las supuestas reliquias fueron enterradas bajo el altar y se procedió a la consagración de la nueva basílica. Al igual que ocurrió con la tumba de Cristo, este descubrimiento fue consecuencia de una explícita necesidad de buscar y encontrar, cuyo objetivo sería atraer la devoción popular hacia las reliquias de santos bajo el control de la Iglesia.

En el año 401, el Concilio de Cartago ordena la destrucción de los altares erigidos en las tumbas de los mártires descubiertas por supuestas revelaciones divinas ya que no se podía constatar su veracidad. Pero las cosas cambiaron e incluso algunas personas al principio reticentes, como San Agustín, se convirtieron en orquestadores del culto a las reliquias.

Cabeza de San Cándido
El ejemplo de Milán muestra también la naturaleza política de estos descubrimientos asombrosos. Aquí, el hallazgo se produjo inmediatamente después de un conflicto entre Ambrosio y el tribunal de Milán, por su negativa a la construcción de una iglesia para los arrianos, exigida por la madre del emperador Valentiniano II. Así, con el descubrimiento de Gervasio y Protasio, Ambrosio podía demostrar que Dios estaba de su parte.

Las invenciones de reliquias servían para apoyar y fortalecer la cristianización del Imperio. Muchas veces se producían en torno a elementos naturales como árboles, manantiales, montañas o cuevas, casi siempre lugares sagrados del paganismo. Así, el centurión Cornelio fue descubierto cerca de un templo de Zeus en ruinas, mientras que la iglesia de San Jorge de Esdras fue erigida después de una aparición del santo sobre un antiguo templo.

Es curioso que la mayoría de las reliquias aparecían en grandes obispados y patriarcados los cuales eran también grandes ciudades, asientos de la autoridad civil o residencias imperiales. Generalmente había algún obispo mezclado en el asunto, al que el evento podría acarrearle un beneficio personal, como el fortalecimiento de su posición. No es casualidad que la cabeza del Bautista apareciese durante el episcopado de Ouranios, un obispo muy impopular que incluso había tenido que huir acusado de herejía.

Para entender por qué la gente inventaba reliquias en los principios del cristianismo, dependemos de fuentes de diversos tipos y diferentes puntos de vista. Si bien por lo general la hagiografía pone de relieve la autoridad de un obispo, la historiografía pone de relieve la figura de un emperador. Un descubrimiento sancionado por el obispado así como por el reino bajo el cual se producía, venía a constatar que Dios recompensaba la piedad de obispo y rey, validando su política y legitimando su autoridad.


Fuente:
http://www.revistamirabilia.com/issues/mirabilia-18-2014-1


5 de enero de 2016

La conversión de Constantino

Si hubo un emperador romano que dio impulso a la Iglesia Católica como nadie lo ha hecho, ese fue sin duda Constantino el Grande. Tanta fue su influencia, que llegó incluso a convocar un concilio general donde se puede decir que se originó realmente lo que hoy conocemos como Iglesia Católica Romana. Todo eso pese a que no fue bautizado como cristiano hasta poco antes de su muerte.

No se sabe con seguridad la fecha real del nacimiento de Constantino, que se sitúa entre los años 270 y 288. Sí se tiene la certeza de que nació en Nassius, hijo de Constancio Cloro y de una sirvienta de hospedería, Elena.

Una vez muerto Constancio Cloro en el año 306 en Britania, las tropas allí estacionadas proclaman emperador a Constantino. Pero hubo de librar duros combates contra sus rivales hasta que, en la batalla del Puente Milvio (312), se impuso a Majencio y se hizo con Roma. Con ello obtenía la parte occidental del Imperio mientras que la oriental, controlada por Licinio, no pasó a su poder hasta el año 323. Desde entonces hasta su muerte ejerció como emperador único.

Se dice que antes de la batalla del Puente Milvio, Constantino hizo poner en el escudo de sus soldados un signo mágico, que pudo ser un símbolo de la religión solar de su padre o el símbolo cristiano de la cruz. La Iglesia Católica afirma que en la víspera había tenido una visión de una brillante cruz bajo la que se podía leer "in hoc signo vinces" (bajo este signo vencerás), y que después de conseguir la victoria se convirtió al cristianismo.

Es en el año 313 cuando Constantino empieza a tener en cuenta a los cristianos como fuerza de mantenimiento del orden y la paz, no sólo porque están organizados a lo largo y ancho de todo el Imperio, lo que los convierte también en una fuerza de espionaje y sabotaje sin parangón, sino porque la doctrina cristiana se acerca mucho a lo que él mismo entiende por una religión.

Bautismo de Constantino (Rafael)

Pero es evidente que Constantino era más un hombre de Estado que un hombre religioso, y su política al respecto lo prueba. Durante el año 313 los símbolos cristianos se multiplican en las monedas y las menciones a los dioses "paganos" se van apagando. A partir del año 314 Constantino entra en una espiral filocristiana favoreciendo a dicha doctrina frente al resto. Entiende perfectamente que la religión es un arma formidable si consigue que ésta respalde al Estado: gobernar al ciudadano no sólo legislativamente, sino también moralmente.

Convencido de la necesidad de crear un gobierno respaldado por una religión de Estado, Constantino se lanza de lleno a la creación del Imperium Christianum. Él es el primero que acuña el concepto de Iglesia Católica, no San Pedro ni ningún otro santo. En una carta enviada al procónsul de África, Anulino, se incluyen dos puntos que aclaran cuáles son sus intenciones: es el primer escrito en el que aparece el concepto "catholica ecclesia" -es decir, universalmente reconocida- y la concesión a los clérigos de la inmunidad eclesiástica. Esto no fue un acto gratuito, sino que además se puede aseverar que fue interesado y políticamente muy acertado.


Fuentes:
* http://estadisticasamericanas.blogspot.com.es/2010/11/constantino-y-la-conversion-del.html
* http://trigoahogado.blogspot.com.es/2009/03/la-extrana-conversion-de-constantino.html
* http://historiaybiografias.com/constantino/
* http://www.statveritas.com.ar/Varios/CBouchet-01.htm


25 de agosto de 2015

Pellofas, las monedas eclesiásticas

No fueron monedas de curso legal, ya que no las emitió un estado o un monarca, pero si nos atenemos al largo periodo de tiempo durante el que circularon -desde finales de la Edad Media hasta bien entrado el siglo XX- las pellofas o plomos, unas pequeñas fichas metálicas utilizadas en muchas comunidades religiosas de Cataluña, Valencia y Mallorca, las podemos considerar las emisiones que más han perdurado en el tiempo.

Las pellofas servían para pagar a los miembros de las comunidades su participación o asistencia a los actos litúrgicos. Desde cantar en el coro hasta asistir a procesiones, misas de difuntos o de fiesta mayor, decir plegarias para acabar con las numerosas plagas que hacían peligrar las cosechas, oficiar bodas, entierros o aniversarios y un largo etcétera. Eran un incentivo para los no siempre voluntariosos religiosos.

Según documentación existente, para recibir estas pellofas y dar por buena la asistencia, era necesario participar en el oficio de forma activa, cantando y celebrando. El administrador de la comunidad, cuando liquidaba las mensualidades a los religiosos, las cambiaba por moneda de curso legal.


La mayoría de estas pequeñas piezas son redondas como las monedas pero también las hay cuadradas, en forma de escudo y ovaladas, y su tamaño va desde un centímetro y medio hasta los tres centímetros. Muy pocas llevan impresa la fecha en la que fueron emitidas.

Mallorca es el único sitio donde se acuñaron siempre en plomo mediante moldes, obteniendo piezas más gruesas, mientras que el resto se elaboraron por acuñación a martillo a partir de matrices de hierro sobre láminas de metal, generalmente latón.

Hasta la desamortización del siglo XIX casi todos los pueblos y ciudades contaban con un centro religioso importante en el que se pagaba con pellofas a sacerdotes y presbíteros, por lo que no es extraño que estas piezas acabaran circulando fuera de los templos.


Fuente:
* http://cat.elpais.com/cat/2015/08/23/catalunya/1440352585_580572.html


2 de junio de 2015

El mundo espiritual de los indios americanos

El hecho de que América estuviera poblada por seres humanos supuso una sacudida para la potente religión de los europeos del siglo XV. La curiosidad desbordó a los círculos intelectuales y surgieron muchas preguntas: ¿Quiénes eran aquellas personas? ¿Pensaban? ¿Tenían sentimientos, tenían leyes? ¿Cómo y cuándo habían llegado esas gentes hasta donde nadie estuviera hasta entonces?

Los primeros informes sobre los taínos del Caribe, redactados por el propio Colón, los describían como unos salvajes inocentes y generosos que desconocían la malicia y la vergüenza de la desnudez. La Iglesia se conmovió con la posibilidad de llevar el Evangelio a esas almas vírgenes, pero los taínos sólo eran el primero de los miles de pueblos distintos que poblaban el Nuevo Mundo. Desde los esquimales de Alaska a los aztecas mexicanos, desde los mohicanos a los sioux, América era el reino de la variedad. Los diferentes pueblos americanos tenían sus dioses ancestrales y sus conceptos metafísicos y cosmológicos, sus preceptos, sus sacerdotes y sus ritos.

Como principio general, los nativos norteamericanos situaban a los dioses en el cielo, y en esto no se diferenciaban de los noruegos, asirios, celtas, judíos, griegos o cristianos. Los indios de Illinois, por ejemplo, sacrificaban y comían ritualmente perros porque estaban convencidos de que el Creador era un enorme perro que estaba en el cielo. Entre los pueblos de las praderas, los términos para aludir a dios (el que está encima, el más alto) eran sorprendentemente análogos a los que se usaron en Israel para Yaveh o en Noruega para Odín. La idea de base también lo era: el dios supremo era, para todos ellos, el amo o el rey de los cielos.

Los pieles rojas de las grandes praderas lo llamaban Gran Manitú, lo cual no es un nombre sino una definición equivalente a Gran Espíritu, porque entendían que entre los espíritus había uno diferente y superior a los demás. Por debajo del Gran Manitú, el cielo y la Tierra estaban poblados por una gran multitud de otros manitúes o espíritus inferiores. Las religiones norteamericanas eran animistas, una condición que compartían con las subsaharianas, las asiáticas y las australianas, entre otras. El animismo deriva de la idea de que cuanto nos rodea posee un espíritu propio, incluyendo lo que parece inanimado, como el río, la montaña o el viento. Estos espíritus interactúan a su vez con el espíritu humano, individual o colectivamente, de maneras muy distintas.

Para orientarse en ese ámbito desconocido es necesaria la ayuda de hombres expertos (brujos, chamanes, morabitos...) capaces de interpretar esas relaciones por sus señales y orientar a la tribu respecto a los designios de dichos espíritus. Consecuencia de esta manera de ver el mundo es el totemismo. El piel roja no se sentía el ser más perfecto de la Creación. Sabía muy bien que la lechuza veía mejor que él o que el pez nadaba mejor. El espíritu de esos animales era por tanto superior al suyo en esas habilidades, de modo que aquellos grupos humanos que destacaban en alguna de ellas quedaban identificados por los demás con el animal respectivo, que se reconocía como un tótem.

Los totems eran representados como altos postes de madera tallados y pintados con fantásticas mezclas de animales, que tuvieron un elevado sentido místico entre los nativos. Eran sus espíritus favorables, sus protectores. Pero el totemismo no se reducía a unos cuantos símbolos, sino que implicaba además un conjunto muy sofisticado de reglas de conducta, obligaciones y prohibiciones absolutas, lo que hoy conocemos como tabúes. La vulneración de esas reglas por cualquier miembro de la tribu era motivo suficiente para su segregación o, incluso, para su sacrificio.


Para granjearse el apoyo de los espíritus, se usaban amuletos que protegían y aportaban suerte a su poseedor. Tampoco esta fórmula religiosa fue originalmente americana. Los europeos llevaban cruces o medallas colgadas al cuello de la misma forma que los nativos llevaban garras de halcón o dientes de oso. Entre los apaches se usaban fetiches elaborados con la madera de un árbol sobre el que había caído un rayo. Los pueblos sioux usaban testas de búfalo con las que sus jefes se cubrían ceremonialmente la cabeza. Y para los hidatsas el gran fetiche consistía en un sobrero hecho con una tira de piel sacada del lomo de un lobo seguida por su cola.

La mayor parte de las religiones tenían su propia manera de concebir el origen del mundo y algunas de ellas eran francamente pintorescas. Los indios zuñi afirmaban que el Gran Manitú fecundó al mar hundiéndose en él, lo que produjo una espuma verdusca de la que nació la Tierra, que tras ser cubierta por el cielo dio paso a la generación de la vida. Los muskhogines decían que al principio sólo había agua, hasta que dos palomas que volaban sin rumbo observaron que de la superficie de las aguas sobresalía una pequeña hoja de hierba. Era el principio de la Tierra, que subía a la superficie y que terminó imponiéndose a las aguas. En cuanto a los sioux, creían que en épocas muy antiguas habían vivido en un recinto subterráneo próximo a un lago, y que descubrieron el mundo exterior siguiendo las raíces de una enorme parra, por las que la mitad de ellos lograron alcanzar la superficie antes de que el pie de una mujer monstruosa aplastara la planta. A los que llegaron arriba el nuevo mundo les gustó mucho más que el subsuelo, así que decidieron quedarse.

Más allá de estas caprichosas creencias, la espiritualidad de los nativos americanos estaba guiada por la pertenencia del individuo a la naturaleza, entendida esta última como un gran organismo armónico del que el ser humano era sólo una parte más, nunca superior a las otras.

Como es natural, todas estas creencias estaban tuteladas por hombres que ejercían el papel de sacerdotes en sus ceremonias, las cuales solían incluir cánticos sagrados y bailes rituales. El animismo y las estrictas reglas totémicas formaban un entramado de creencias que requería de especialistas para interpretar las señales espirituales. Estos chamanes eran una mezcla de filósofos, sacerdotes, médicos y profetas. Parece ser que conocían y practicaban el hipnotismo, y eran especialistas en hierbas y remedios. Diferenciaban las estrellas y podían realizar horóscopos. Por regla general no vivían con el grupo sino apartados a cierta distancia, y llegaban a ser chamanes por herencia de sus padres, por inclinación natural o como resultado de ciertos sueños. Sin embargo, entre los cherokees existía la costumbre de hacer chamán o ayudante de chamán al séptimo hijo de cada familia.

Como curanderos usaban masajes, cánticos y sahumerios. Eran ellos los encargados de preparar las pipas o calumets en las ceremonias de reconciliación. Lo que en ellas fumaban era tabaco, de acuerdo a los cronistas y antropólogos del siglo XIX. Pero otro testigo del siglo XVI, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, parece que apunta a otro tipo de hierbas cuando escribe: "En toda aquella tierra se emborrachan con un humo, y dan cuanto tienen por él".


Fuente:
Alberto Porlan. El mundo y sus espíritus - Muy Historia nº 57

9 de mayo de 2015

Las poseídas de Loudun

En la ciudad francesa de Loudun, se fundó en 1626 un convento de monjas ursulinas. Eran 17 jóvenes las que habitaban el convento, en una localidad en la que la mayoría de sus habitantes eran protestantes hugonotes. Una de ellas era Juana de los Ángeles, mujer intrigante y ambiciosa, que consiguió ser elegida superiora del convento con sólo 27 años.

El destino de Juana de los Ángeles se cruzó con el de Urbain Grandier, párroco en una de las iglesias de la ciudad. Grandier era elegante, culto, atractivo y estaba dotado de una capacidad oratoria que extasiaba a las damas de la ciudad, las cuales competían por tenerlo como confesor. Además el párroco no era demasiado riguroso en el cumplimiento del voto de castidad y sedujo a más de una. Algunos maridos y padres lo acusaron ante la justicia episcopal por su conducta inmoral, pero Grandier contaba con apoyos influyentes y fue absuelto de todas las acusaciones. Juana de los Ángeles también se obsesionó con Urbain Grandier y le propuso que se convirtiera en su director espiritual, oferta que el párroco rechazó. En su lugar, llegó como confesor el canónigo Mignon, uno de los mayores enemigos de Grandier.

Durante la noche del 21 de septiembre de 1632, Juana de los Ángeles y dos hermanas más vieron aparecer el fantasma de su antiguo confesor, el prior Moussat, fallecido víctima de la peste unas semanas antes. En los días siguientes siguieron relatando la visión de otros fenómenos extraños: bolas oscuras volando a través del refectorio y fantasmas paseándose por los pasillos del convento. El nuevo confesor, Mignon, trajo a un cura que certificó que las monjas estaban poseídas por el demonio, por lo que había que practicarles un exorcismo. Se celebraron varias sesiones, primero en privado y luego ante un público ansioso de nuevas sensaciones. En una de estas sesiones Juana de los Ángeles reveló, entre violentos movimientos y gritos, que fue Urbain Grandier quien las había embrujado enviándoles un ramo de rosas en el que se contenía su pacto con el diablo. Los enemigos de Grandier ya tenían una acusación de hechicería que les permitiría llevarlo a la hoguera.

Al enterarse de las acusaciones, Grandier se quejó al arzobispo de Burdeos, amigo suyo, y éste ordenó suspender todos los procedimientos. Entonces llegó a Loudun Jean de Laubardemont, un juez enviado por el cardenal Richelieu para arrasar el castillo de la ciudad e imponer la autoridad de la monarquía. Las autoridades locales se resistieron, y Grandier cometió la imprudencia de ponerse de lado de éstas. Irritado por este comportamiento, Laubardemont acudió a informar a Richelieu. El cardenal, enemistado con Grandier por un antiguo incidente, obtuvo del rey la autorización para reabrir el caso. A finales de 1633, Laubardemont volvió a Loudun y ordenó arrestar a Grandier.

Se decía que el contacto con el diablo dejaba marcas especiales en el cuerpo de los hechiceros, en forma de zonas totalmente insensibles al dolor. Juana de los Ángeles reveló que Grandier tenía varias de esas marcas: en la espalda, en las nalgas y en los testículos. Para comprobarlo, se llevó a un cirujano a la cárcel para que localizara esas señales en el párroco mediante un método brutal, clavándole un estilete hasta el mismo hueso en busca de esas supuestas zonas insensibles. Los alaridos de dolor de Grandier llegaban hasta la calle. Finalmente, en julio de 1634 se formó un tribunal compuesto por doce jueces y presidido por Laubardemont. Llevado a declarar, Grandier negó todas las acusaciones, pero tras sólo tres vistas el tribunal proclamó la sentencia: muerte en la hoguera.

El 18 de agosto de 1634 le pusieron una camisa impregnada de azufre y lo llevaron a la plaza del mercado de Loudun, abarrotada de público. Atado al poste, le prometieron estrangularlo primero si confesaba, pero volvió a negar todas las acusaciones. Fue quemado vivo.


Fuentes:
- Taringa. Las monjas poseídas de Loudun
- National Geographic. El diablo en el convento: las poseídas de Loudun
- Foro Amistad. Las poseídas de Loudun

10 de julio de 2014

La abadía de Montecassino


En el año 529, un abad, Benito de Nursia, fundó en lo alto de una colina muy cerca de Roma una abadía. Para hacerlo tuvo que destruir un antiguo templo romano dedicado al dios Apolo.

Benito de Nursia fue hijo de un noble romano y por su condición privilegiada su vida hubiese transcurrido entre comodidades y lujos, pero cuando contaba alrededor de 19 años, abandonó su tierra y se marchó a Subiaco, a unos 70 Kilómetros de Roma, aparentemente para escapar de una fuerte decepción amorosa. Allí se aisló en una cueva y se convirtió en ermitaño. En su aislamiento sólo recibía las esporádicas visitas de un monje, que le llevaba los escasos alimentos que consumía. Sin embargo, en la montaña en la que decidió recluirse existía un monasterio lleno de monjes, ermitaños al igual que él. Benito se hizo famoso entre ellos por su sabiduría y discernimiento, y al cabo de tres años ya tenía un grupo de seguidores que se acercaban a él para escuchar sus sabios consejos. Tanto es así, que a la muerte del abad del cercano monasterio le pidieron que fuera su líder. Pero las cosas no fueron del todo bien. Benito quería imponer una disciplina que no gustó nada a sus monjes y estos intentaron envenenarlo hasta en dos ocasiones.

Abandonó entonces el monasterio con la intención de crear uno propio, donde se siguieran sus preceptos y convicciones. De regreso a su cueva se hizo cada vez más popular por su devoción, atrayendo a hombres dispuestos a someterse a su guía, aunque fuese austera y disciplinada. Con el paso de los años fue conformando monasterios en los alrededores de Subiaco, de doce monjes cada uno. Después se trasladó a la pequeña localidad de Cassino y allí, en lo alto de una colina, fundó otro monasterio.

La abadía de Montecassino se transformó en su residencia permanente, visitando, de vez en cuando los otros monasterios para asegurarse su buen funcionamiento, pero a sabiendas de que a su muerte sus rígidos preceptos fallecerían con él. Por esta razón se dedicó a escribir una guía de comportamiento comunitario que sus monjes deberían seguir día a día. A este manual se le llamó “La Regla”, y era un compendio de 73 capítulos que regulaban el comportamiento y las obligaciones de los monjes.

En el año 581 la abadía fue destruida por primera vez por los lombardos. Los monjes se refugiaron en Roma y no regresaron a Montecassino hasta el siglo VIII. Durante los siguientes doscientos años, la abadía funcionó cómo había querido San Benito, un sereno lugar de retiro, donde el trabajo y el estudio eran una fervorosa práctica.

Pero en 883 una nueva invasión destruyó el monasterio. Esta vez fueron los sarracenos, y la abadía no fue reconstruida sino a mediados del siglo siguiente. Enseguida retomó su ritmo, bajo el abad Desiderius, quien llegaría a ser el papa Víctor III.

Los monjes benedictinos desarrollaron una vasta obra en el campo de la cultura. Su labor fue tan importante que Montecassino se convirtió en uno de los centros de arte y estudio más importantes de Europa. Uno de sus mayores méritos fue el de conservar valiosas obras de la antigüedad, gracias a sus copistas. Aún existen ejemplares manuscritos, realizados por monjes de Montecassino, de algunos libros del historiador latino Tácito, y de tratados de Cicerón.

Pero las desgracias de la ya célebre abadía todavía no habían terminado. En 1349 fue nuevamente destruida, esta vez por un terremoto. Durante los siglos siguientes, su actividad fue muy perturbada por las guerras y cambios políticos que convulsionaron la vida de toda la península italiana. No obstante, continuó ampliándose y enriqueciéndose.

De nuevo la abadía fue saqueada, esta vez por las tropas de Napoleón en 1799. Después de alcanzada la unidad de Italia, tuvo categoría de monumento nacional, confiado a la custodia de los monjes. No obstante, habría de sufrir todavía la destrucción más terrible: la ocasionada por las bombas de la aviación aliada durante la Segunda Guerra Mundial.

La abadía de Montecassino después del bombardeo aliado

Tras los desembarcos en Salerno y Tarento en septiembre de 1943, el ejército aliado continuaba avanzando hacia Roma y empujando lentamente desde el sur hacia el norte a las fuerzas alemanas que ocupaban Italia. Los alemanes habían establecido su resistencia en una línea fortificada -la línea Gustav- que atravesaba toda la península a la altura de los ríos Garigliano y Sangro. La resistencia germana se mantenía firme y en el mando aliado surgió la convicción de que uno de los puntales del frente enemigo era Montecassino, que domina la vía Casilina, que conduce a Roma.

Se decidió bombardear intensamente la zona: en los días 15, 17 y 18 de febrero, en una serie de terribles incursiones aéreas, fueron arrojadas toneladas de bombas que devastaron completamente la montaña. El bombardeo no proporcionó ninguna ventaja militar a los aliados, pero produjo un grave daño a la cultura y al arte. No solamente fue destruida una gran parte del edificio, sino también numerosos frescos y cuadros que adornaban las paredes, así como muebles y ornamentos antiguos.

Afortunadamente se salvó el enorme tesoro constituido por los manuscritos y los libros, porque dos oficiales alemanes habían tenido la precaución de trasladarlos al Vaticano. Al acabar la guerra fue reconstruida tal como era antes del bombardeo. Sus preciosos manuscritos, los códices, los incunables, se hallan de nuevo expuestos en sus salas, conservados en sus bibliotecas.


Fuentes:
- Futuro pasado
- La historia narrada a través del arte

31 de enero de 2014

Mahoma y la aparición del Islam

Península Arábiga
Los árabes son originarios de la Península Arábiga, territorio extenso situado entre el mar Rojo y el golfo Pérsico. Tiene un clima desértico, que sólo permite la agricultura en algunas zonas de la costa y en los oasis situados al interior. Los árabes se expandieron a costa de los imperios Bizantino y Persa.

El estallido religioso que unificó culturalmente la parte del mundo actual que va desde Yakarta a Samarcanda, pasando por Lagos, nació a principios del siglo VIII en la Península Arábiga. Esta península poseía una organización social basada en los clanes, las tribus (enfrentadas entre sí, sin ningún poder político que las uniese) y el sistema de valores derivado de la vida difícil del desierto. La mayoría de la población estaba formada por nómadas que se dedicaban al pastoreo. Sólo había dos ciudades importantes, la Meca y Medina, donde se concentraba un comercio muy próspero.

Cada tribu tenía sus propias creencias, a pesar de que todas consideraban a la Meca su ciudad sagrada. Las religiones de los distintos grupos eran politeístas y animistas. La cultura no estaba aislada, gracias a la intensa actividad comercial y, por lo tanto, conocían las religiones cristianas, hebraicas y mazdeístas.

Antes de la llegada del profeta Mahoma, en la Península Arábiga existían, junto con el cristianismo y el judaísmo, diversas creencias politeístas que se agrupaban alrededor de la Kaaba. Asimismo también había una antigua tradición monoteísta o, al menos, la creencia en una divinidad suprema.

Entre la organización tribal de los árabes se podían distinguir tres núcleos diferenciados:
  1. El norte peninsular, que mantenía relaciones estrechas con el Mediterráneo. En los siglos V y VI aparecen en las fronteras del desierto los estados de los lágmidas y de los gasánidas para proteger Bizancio y Persia.
  2. En el centro peninsular se encontraba el desierto, habitado por tribus nómadas y pequeñas poblaciones por donde pasaban las caravanas, como la Meca, Medina o Taifa.
  3. En el sudoeste estaba Yemen, muy fértil. Era un país agrícola que dominaba la canalización de las aguas, pero la destrucción del dique de Marib en el siglo VI provocó la desertización y emigraciones masivas al norte.
La arabización afectó también a los diferentes pueblos que habitaban en el norte de África. Al oeste, en el Magreb, la población era bereber. En los países del Nilo, al este de África, vivían representantes de las cuatro grandes etnias del continente. El terreno es semiárido y el Sáhara hace de frontera natural. El Nilo constituye una excepción de tierra fértil.

Dentro de este contexto apareció Mahoma, un comerciante de la Meca que desarrolló el monoteísmo de los cristianos y los judíos, y lo adaptó a las costumbres y leyes tribales. Su utilización del término “Alá” para referirse a Dios es la misma que ya usaban las tres creencias predominantes hasta entonces: en el caso de los politeístas era el nombre que daban a la divinidad superior, creadora de todas las cosas que existían.

Mahoma
La aparición y expansión del Islam en el siglo VII es un fenómeno de gran trascendencia histórica. El Islam sigue la tradición de las dos grandes religiones monoteístas que lo preceden, la judía y la cristiana.
Para los islámicos, Mahoma era el último de los profetas. Creen que Alá había iluminado anteriormente a Abraham, Moisés y Jesús, y a otros antepasados comunes de judíos y musulmanes, de ahí el respeto que muestran ante las llamadas “gentes del libro”.

Con anterioridad al año 610 no se sabe gran cosa de Mahoma. Nació hacia el 570 y era un comerciante de éxito gracias al dinero de su primera esposa, Jadiya. Recibió enseñanzas religiosas de un rabino o de un sacerdote cristiano y estuvo en contacto con la secta cristiana de los esenios. En el año 610 tuvo la primera revelación, decidió dejar su trabajo y empezó a difundir su doctrina, el Islam.

El Islam defendía que las personas debían someterse a Alá. Además, Mahoma creó el concepto de Umma o comunidad de creyentes, lo que daría lugar a una igualdad entre todos los musulmanes, independientemente de su origen. Esto tendría una importancia capital de cara a la unificación política de Arabia y la posterior expansión.

Su lucha contra la idolatría y el politeísmo, así como su apoyo a las clases más desfavorecidas, le hicieron ganarse la hostilidad de los mercaderes de la Meca, que vieron en sus prédicas una amenaza para el orden social. De esta forma Mahoma tuvo que huir el 15 de julio de 622 hacia Medina. Esta huida o hégira, marca el inicio del calendario musulmán.

En Medina sus doctrinas contaron con un fuerte apoyo popular. En esta ciudad estudió la Biblia y recibió una fuerte influencia judía, lo que se refleja en la elección de Jerusalén como ciudad santa, y en la creencia de que Abraham es el padre de los árabes, a través de Ismael.

Los habitantes de Medina reconocieron a Mahoma como profeta y legislador, y le dieron el poder. De esta forma obtuvo tanto la autoridad espiritual como la temporal. Sin embargo, esto supuso la oposición de los judíos que se aliaron con los coreixitas, haciendo estallar una revuelta. Mahoma salió victorioso y organizó un ejército con el que conquistó la Meca en el año 630. A raíz de esto expulsó a los judíos de Arabia.

Una vez conquistada la Meca y sometida al dominio del Islam, Mahoma consiguió ampliar su base militar, lo que le permitió unificar políticamente a los árabes. Las tribus se sometieron en masa, excepto los beduinos, que eran (y son) politeístas, y que fueron duramente reprimidos. Esta unificación marcó el inicio del expansionismo árabe, basado en un importante exceso demográfico y la promesa de conseguir una recompensa material.

Finalmente, el 8 de junio de 632, Mahoma murió por causas naturales en Medina, mientras parte de su ejército conquistaba Jerusalén. Cuando murió, prácticamente todos los árabes practicaban el Islam.

Mediante la guerra santa, obligatoria en teoría para todo musulmán, los árabes pretendieron difundir el Islam. Pero, excepto en raras ocasiones, esto no significaba la conversión forzosa de los habitantes de los territorios conquistados.

La religión islámica tiene una gran carga moral. Se regulaban todos los aspectos de la vida del creyente y su relación con los otros miembros de la comunidad. El Corán, el libro de la fe islámica, y la tradición proporcionan normas sobre numerosas facetas de la vida terrenal, como la organización social y política.


Fuente:
- Sàpiens. Ciències socials en xarxa. Vicente Moreno Cullell

Para saber más:
Hégira de Mahoma
Online Islamic Learning Resource (en inglés)
Biografía de Mahoma

28 de enero de 2013

Los Alumbrados

Los alumbrados o iluministas fueron un grupo dentro del catolicismo, a modo de secta mística, cuyo origen se remonta en el centro de Castilla alrededor de 1511, y su consolidación se fija con el Edicto de Toledo en 1525. Por sus ideales fue perseguida como rama relacionada con el protestantismo y con la herejía, llegando a promulgarse tres edictos en su contra por la Inquisición.

Esta secta creía que el hombre podía tener contacto directo con Dios a través del Espíritu Santo expresado mediante visiones y experiencias místicas. Por ello renegaban de cualquier rito o ceremonia eclesiástica, inútil ante sus ojos, así como la veneración de imágenes o esculturas. Además leían e interpretaban la Biblia sin necesidad de sacerdotes, prefiriendo la oración mental a la misa. Todo esto ayudaba a la persona, como individualidad y sin mediadores, acercarse a Dios, lo cual ponía en entredicho sacramentos como la comunión o la confesión. A todas estas creencias se les sumó la idea, extendida por sus enemigos católicos o no, de cierta disolución carnal, profanaciones y relaciones ilícitas entre sacerdotes alumbrados y sus creyentes, quienes creían que a través de las relaciones sexuales alcanzarían el poder místico para comunicarse con Dios.

Estos rumores se incrementaron al conocerse varios conventículos como en Pastrana, Escalona o Llerena, donde los sectarios se reunían y formaban una congregación asentada. Dentro de estos grupos se encontrarían gentes de diversa condición, desde hombres de fe ordenados como Fray Alonso de la Fuente, hasta conventos enteros como el de San Plácido en Madrid; incluso llegó a murmurarse que el propio Felipe IV sería introducido en una de estas sectas por el Conde-Duque de Olivares, dado su carácter de reconocida promiscuidad.

En cualquier caso, los alumbrados fueron objeto de persecuciones inquisitoriales y de habladurías populares que incrementaron su propia leyenda negra.


Fuente:
Bayuca

Para saber más:
Centro Virtual Cervantes: El alumbradismo y sus posibles orígenes. Augusta E. Foley

4 de diciembre de 2012

Los cátaros en España


Una de las herejías que más problemas provocó a la Iglesia Católica durante la Edad Media fue el catarismo, que se extendió por buena parte de la Europa meridional, además de Alemania e incluso Inglaterra. A los cátaros se los suele relacionar casi exclusivamente con la zona del Languedoc en el sur de Francia, pero lo cierto es que otras partes de Europa también fueron refugio de los seguidores de dicha herejía. Una buena parte de la España medieval contó con importantes enclaves cátaros, lo que supuso un problema para las autoridades religiosas.

Cuando perseguidos por la Inquisición muchos cátaros optaron por dejar atrás sus hogares, los distintos reinos de la Península Ibérica fueron un importante destino por su proximidad a su lugar de procedencia.

Tras la caída de Montségur, principio del exterminio decretado por Inocencio III contra la herejía cátara, las cosas se pusieron mal, tanto por la acción de la cruzada anticátara como por los espías que acosaban a todo aquél sospechoso de ser cátaro. Surgió entonces la figura de los “pasadores” que primero por dinero y después por humanidad guiaban por los bosques del Pirineo a los que huían de la persecución en dirección a los reinos de la Península

Fuera de Francia donde hubo un mayor arraigo cátaro fue en Andorra principalmente debido al idioma, a intereses comerciales y a lazos familiares entre Cataluña, Aragón y Occitania, y a las alianzas entre los 'Perfectos' de Andorra y sus señores feudales que desafiaron el poder de la Iglesia de Roma.

Parece ser que también hubo asentamientos cátaros en Navarra, concretamente en Baztán, aunque no tuvieron la importancia de Occitania.

Desde Galicia penetraron corrientes cátaras hacia Asturias,Logroño y León. Otra vía importante cátara se fue desplazando desde Cataluña hasta Castellón,Valencia y Alicante, incluso pudieron penetrar en las Islas Baleares. Se sabe que un conocido cátaro llamado Roncelin de Fos, fue señor de un pequeño puerto, conocido hoy como el estanque, mar o laguna de Berre, al sur de Francia, entre la desembocadura del río Ródano y la ciudad de Marsella, siendo Roncelin vasallo de los reyes de Mallorca, que a su vez dependían del reino de Aragón en tiempos del rey Pedro II.

Algunos enclaves cátaros en la Península Ibérica

Existían importantes comunidades cátaras en Ciurana, perteneciente a Girona, y se sabe de un famoso 'Perfecto' catalán llamado Guillén de Sant Melé, el cual junto con otros cátaros se reunía regularmente en la iglesia barcelonesa de Sant Pau del Camp, cuando aun no se producían fuertes persecuciones de herejes.

En Cataluña se daba la diferencia respecto a Occitania en lo referente al nombramiento de mujeres como 'Perfectas', no por discriminación misógina, sino que a diferencia del Languedoc en Cataluña no se encontraban damas que se ofrecieran para este cargo, ya que no contaban con la influencia de los trovadores, haciendo estos su aparición en tiempos posteriores, ya cuando las persecuciones arreciaron fuertemente.

En el interior de la Península, los cátaros tuvieron una presencia mucho más modesta, estableciendo pequeños núcleos en León, Burgos, Palencia, Astorga, Haro y puntos aislados de Asturias.

Tenían los cátaros en España un poderoso enemigo y perseguidor en Raimundo de Peñafort, al establecer la Inquisición una fuerte persecución por estas tierras. Otro acérrimo enemigo de los cátaros fue el rey Fernando III de Castilla y León, que encendió numerosas piras donde ardieron muchos  cátaros. 

Después de la definitiva derrota y extinción de los cátaros, quedaron en la Península grupos muy aislados y minoritarios, al igual que en el resto de Europa. Aún hoy en día existen asociaciones que siguen a su manera los ritos cátaros, pero sin ninguna significación política, religiosa ni social.


Fuentes:
- Los cátaros de España
- www.miguelaracil.com

Para saber más:
Planeta Sapiens - Cátaros en España

22 de octubre de 2012

Las Cruzadas (X): La Novena Cruzada (1271-1272)

La Novena Cruzada se considera la última gran cruzada medieval emprendida. Tuvo lugar en 1271–1272 después del fracaso de Luis IX de Francia para capturar la ciudad de Túnez en la Octava Cruzada.

La Novena Cruzada fue emprendida por el futuro Eduardo I de Inglaterra, y comenzó con las noticias de que el sultán mameluco de Egipto, Baybars, había reducido el Reino de Jerusalén, el más importante estado cruzado, a una pequeña franja de tierra entre Sidón y Acre.

En 1271 y principios de 1272 Eduardo luchó contra Baybars después de firmar alianzas con algunos de sus oponentes, como los mongoles. En 1272 Eduardo entabló contacto para firmar una tregua, pero Baybars trató de asesinarlo. Entonces Eduardo comenzó los preparativos para atacar Jerusalén, pero cuando estaba listo para el asedio llegó la noticia de la muerte de su padre, Enrique III de inglaterra. Eduardo, como heredero al trono, decidió regresar a Inglaterra y firmó un tratado de paz con Baybars. Así concluiría la Novena Cruzada y última de las cruzadas de las Edad Media.

La expedición organizada por el Príncipe Eduardo de Inglaterra estuvo falta de recursos y de tropas. Sin embargo, consiguió una tregua de diez años y casi veinte años de supervivencia de los reinos cristianos de Oriente. Después de concluidas las treguas, en 1291, los mamelucos conquistaron todos los territorios cristianos en Siria.

Con la Novena Cruzada acababa el período de las Cruzadas en "Tierra Santa", 208 años después de que el Papa Urbano II predicase la Primera Cruzada.


Fuente:
Historia Universal

8 de octubre de 2012

Las Cruzadas (IX): La Octava Cruzada (1270)

Entre 1250 y 1260, las disputas entre los mercaderes genoveses y los venecianos provocaron el abandono de los dos puertos sirios, lo cual fue aprovechado por los egipcios. Así, entre 1265 y 1268 los mamelucos, comandados por Baibars, conquistaron Galilea, Antioquía, Torón y Arsuf.

El entonces rey de Francia, Luis IX (futuro San Luis), se decidió a organizar una nueva cruzada tras el ofrecimiento del rey de Túnez, Muley Mostansah, de convertirse al cristianismo y crear una base militar en Túnez para atacar Egipto.

En 1270 se organizó la expedición que embarcó en el puerto de Aguas Muertas, Francia, con dirección a Túnez. Pero al llegar el rey Luis descubrió que el tunecino le había engañado, por lo que decidió sitiar la ciudad. Durante el asedio los cruzados sufrieron una epidemia de peste que provocó la muerte de muchos, entre ellos el propio Luis IX, su hijo y el legado pontificio.

A la muerte de Luis, el nuevo rey Felipe III asumió el mando de la cruzada. Logró un acuerdo con el rey tunecino por el que se establecía el libre comercio con Túnez y se garantizaba la residencia para monjes y sacerdotes en dicho territorio. Tras el acuerdo Felipe se embarcó y una tormenta destruyó varias naves pereciendo más de 4.000 cruzados. Los supervivientes se negaron a seguir al rey francés.

Poco después, en 1274, el Papa Gregorio X exhortó a otra cruzada, y aunque algunos soberanos prometieron participar en ella, nunca se llevó a cabo.


Fuente:
Las Cruzadas

1 de septiembre de 2012

Rituales aztecas dedicados a su patrón

La deidad patrona de los aztecas es Huitzilopochtli, dios de la guerra y símbolo del sol. Esta es una combinación letal: cada día, el joven guerrero utiliza la luz del sol para conducir a través del cielo a las criaturas de la oscuridad - las estrellas y la luna -.Todas las tardes muere y regresa al día siguiente, pero para eso necesita fuerza.

La necesidad de los aztecas para abastecer a Huitzilopochtli se complementa bien con sus propias ambiciones imperiales. Al extender su imperio, consiguen más cautivos para el sacrificio.

A medida que los sacrificios se hacen más frecuentes, existe una necesidad de guerrear cada vez mayor y los informes de las sangrientas ceremonias infunden terror en el enemigo.

Un templo en la cima de una gran pirámide de Tenochtitlán es el lugar de los sacrificios. Cuando la pirámide se amplía en 1487, la ceremonia de consagración implica tanto derramamiento de sangre que la línea de las víctimas se extiende lejos de la ciudad y la masacre dura cuatro días. El dios quiere corazones, que son arrancados de los cuerpos como ofrenda. Festivales y sacrificios son casi continuos en el año ceremonial azteca. Muchos otros dioses, además de Huitzilopochtli, obtienen su parte de las víctimas.

Cada febrero los niños son sacrificados a los dioses del maíz en las cimas de las montañas. En marzo los prisioneros luchan en combate hasta la muerte. Después los sacerdotes se visten con sus pieles. En abril otra diosa del maíz recibe su propio sacrificio. En junio hay sacrificios a la diosa de la sal. Y así continuamente.

Se ha calculado que la cosecha anual de víctimas, principalmente a Huitzilopochtli, se eleva de 10.000 al año a una cifra cercana a 50.000 poco antes de la llegada de los españoles.

Los dioses más importantes, aparte de Huitzilopochtli, son Tlaloc y Quetzalcóatl, dios de la fertilidad y las artes.


Fuente:
History World

Para saber más:
Suite101 - La verdad tras los sacrificios aztecas

31 de agosto de 2012

Las Cruzadas (VIII): La Séptima Cruzada

Al finalizar los diez años de tregua firmados durante la Sexta Cruzada, Ricardo de Cornualles y Teobaldo IV de Champagne se dirigieron a Jerusalén para mantenerla bajo su custodia. Sin embargo, en el año 1244 los turcos la saquearon, profanaron los restos de antiguos reyes cruzados y masacraron a más de 30.000 cristianos. Esto abrió la puerta para organizar la séptima cruzada y recuperar la Tierra Santa, nuevamente.

La séptima cruzada fue predicada por el Papa Inocencio IV durante el Concilio de Lyon, y su dirección fue encargada a Luis IX de Francia.

El rey Luis IX de Francia, a quien posteriormente se le conoció como San Luis, pasó tres años organizando el ejército cruzado, que llegó a tener 35.000 hombres. Partió desde Marsella en el año se 1248. Hizo escala en Chipre antes de atacar Egipto.

Los Mongoles conquistaron la ciudad de Bagdad, bajo el dominio de Al-Mustaim, último Califa de Bagdad. Esto puso fin a la dinastía Abasida. En junio de 1249, el ejército de San Luis recuperó la ciudad de Damieta e intentó conquistar la ciudad de El Cairo, con el único fin de controlar el paso en el Nilo. Los musulmanes reaccionaron tomando los suministros de alimentos de los cruzados. Esto provocó hambre y enfermedades.

Luis IX de Francia (El Greco)
En el Cairo se llevó a cabo la batalla de Mansurah o batalla del Campo de sangre, donde las tropas de Luis IX fueron atacadas por los mamelucos en una sangrienta batalla. A los cruzados no les quedó más opción que replegarse. Sin embargo, al ir en retirada, San Luis y su ejército fueron tomados prisioneros y llevados a Al-Mansur. La esposa del monarca, quien se encontraba en Damieta, tuvo que pagar un rescate de 800.000 piezas de oro, entregar la ciudad de Damieta y el territorio egipcio conquistado, para que el rey pudiera ser puesto en libertad.

Al salir de su cautiverio, San Luis emprendió su viaje hacia Palestina, junto a su hermano Carlos D´Anjou, Rey de Nápoles. Permaneció por cuatro años en Tierra Santa, tiempo durante el cual liberó a los prisioneros cristianos.


Fuente:
Las Cruzadas


22 de junio de 2012

Las Cruzadas (VII): La Sexta Cruzada (1228-1229)

Tras el fracaso de la Quinta Cruzada, el emperador Federico II de Hohenstaufen firmó el Tratado de San Germano (1225), por el que se comprometía a llevar una cruzada hacia Tierra Santa, pero por razones políticas había retrasado en varias ocasiones el inicio de su viaje a Jerusalén. Cuando en el año 1227, debido a una enfermedad se vio obligado a posponer la cruzada una vez más, fue excomulgado por El Papa Gregorio IX. Sin embargo, al año siguiente, Federico fue a Jerusalén, mientras que el Papa se refería a él como "Anticristo". Esta cruzada fue la única que tuvo éxito.

El emperador Federico II emprendió camino hacia Jerusalén con un ejército relativamente pequeño, habría llegado hasta Acre en septiembre del año 1228 y en febrero del año 1229 celebró un acuerdo con al-Malik al-Kamil, nieto de Saladino y sultán ayubí, con el que mantuvo relaciones diplomáticas y de amistad. Los cristianos recuperarían Belén, Nazaret, Sidón y Torón (Ahora Tibnin), además de Jerusalén, exceptuando la Cúpula de la Roca que es sagrada para el Islam, y los bandos beligerantes acordarían una tregua de 10 años. Por el contrario, los cristianos reconocerían la libertad de culto para los musulmanes en las ciudades cristianas. Debido a esto, el Papa excomulgó a Federico II una vez más.

El 18 de marzo de 1229 Federico II de Alemania recibió la corona de Rey de Jerusalén con motivo de su matrimonio con Isabel de Brienne, a pesar de la oposición del clero local y de casi todos los señores feudales. Esta coronación formal no era auténtica, ya que Federico II estaba marcado por la excomunión, lo cual no le permitía participar en ceremonias religiosas.

Federico II
El Tratado de Paz fue una demostración de apertura y tolerancia de Federico II hacia los árabes y el Islam. El Sultán al-Kamil también tuvo motivos políticos para negociar con los cristianos, ya qué estaba preparando una campaña contra su hermano al-Mu'azzam de Damasco y no quería ser perturbado por las iniciativas de los cruzados.

El Tratado fue de importancia mundial, ya que hubo un compromiso entre los intereses de Oriente y de Occidente. Entre sus consecuencias, se produjo un enorme aumento de los intercambios culturales y comerciales entre el levante y el poniente. Sin embargo, sólo podría mantenerse siempre y cuando el sultan al-Kamil permaneciera con vida y Federico II fuera capaz de ejercer su influencia en el Reino de Jerusalén. Los descendientes de estos líderes causaron un contraste entre el mundo cristiano y el mundo islámico.

Federico II prmaneció durante algunos meses en Tierra Santa, intentando, sin éxito, poner orden a la situación del reino de Jerusalén. La relación con el papado, sin embargo, no mejoró mucho. El Papa estaba decepcionado por la efímera victoria y una Jerusalén a merced de los musulmanes, desmilitarizada, sin murallas e indefendible. El Papa también se sentía decepcionado por la solución diplomática de Federico II, pero la razón quizás más importante de esta decepción fue el resentimiento del Papa por el nuevo éxito de aquel emperador que amenazaba su supremacía en la región de Italia.

La Sexta Cruzada fue un éxito: Jerusalén fue una vez más cristiana y Federico II demostró que los estados cruzados se podrían mantener por otros medios que no fuesen militares.

Pero quedaron atrás muchos problemas sin resolver. Las fortificaciones de Jerusalén no se reconstruyeron, y la ciudad estaría a merced de los musulamanes después de la culminación de la tregua de 30 años acordada.

Después de la partida de Federico II y del fin de la tregua, el Reino de Jerusalén fue reconquistado por las fuerzas islámicas en 1244.


Fuente:
Historia Universal

5 de junio de 2012

Las Cruzadas (VI): La Quinta Cruzada (1217-1221)

Hacia 1210, en el momento más esplendoroso del Medievo en Occidente, algunas voces empezaron a criticar la situación. El fiasco de la Cuarta Cruzada y el saqueo de Constantinopla, la persecución sangrienta contra los cátaros, los enfrentamientos entre Francia e Inglaterra, la inestabilidad política en Alemania y la atomización de Italia eran los principales problemas de la cristiandad, que parecía haberse olvidado de Tierra Santa. No obstante, allá seguían llegando peregrinos a los que había que atender, y con creces, pues muchos se quedaban un año e incluso más; buena parte de ellos pagaba su estancia enrolándose en el ejército como mercenarios.

Las órdenes de templarios, hospitalarios y del Santo Sepulcro mantenían sus actividades gracias a las rentas que les llegaban de sus encomiendas de Europa, pero daba la impresión de que el papado y los reyes cristianos habían renunciado a recuperar Jerusalén. La tensión fue en aumento y el ancestral odio que se profesaban mutuamente templarios y hospitalarios estalló de modo violento en 1217, produciéndose entre ambas órdenes enfrentamientos armados en las calles de algunas ciudades de Palestina, con muertos por ambos bandos. La animadversión recíproca ya no desaparecería nunca.

Inocencio III, tal vez a petición de los templarios, decidió predicar una nueva cruzada, ahora sí contra el islam, pero mientras la estaba preparando murió en 1216 sin haber llegado a convocarla. Lo hizo su sucesor, Honorio III. Los templarios fueron informados de inmediato y pusieron en marcha una gigantesca campaña en busca de fondos para financiarla. El éxito fue considerable. En apenas un año lograron recaudar la fabulosa cifra de un millón de besantes, la moneda de oro bizantina, con los cuales iniciaron la construcción de la que iba a ser su más imponente fortaleza en Palestina, el famoso castillo Peregrino, en la localidad de Athlit, unas pocas millas al sur de la ciudad de Haifa, donde hasta entonces sólo tenían una atalaya denominada torre Destroit.

Templario y Hospitalario
A la llamada del papa respondieron franceses, alemanes, austríacos y húngaros, con su rey Andrés a la cabeza, que además dejó su reino en custodia del maestre provincial de Hungría, un caballero templario llamado Pons de la Croix. El volumen de tropas era considerable, pero la logística fue un desastre. Nadie había previsto la manera en que tantos soldados iban a desplazarse al otro lado del Mediterráneo, de manera que cada cual hizo el viaje como pudo. Las tropas que lograron llegar se concentraron en Acre, donde templarios y hospitalarios aguardaban para unirse a ellas. Eran bastantes, y además cada grupo obedecía sólo a su señor, con lo que no hubo manera de organizar una fuerza homogénea. Además, el rey Andrés de Hungría se marchó enseguida: apenas tocó Tierra Santa, se dedicó a comprar todo tipo de reliquias -hasta una jarra con la que Cristo convirtió el agua en vino en las bodas de Caná-, declaró que había cumplido su voto de cruzado y regresó a su reino.

En las últimas semanas de 1217 siguieron llegando más y más cruzados hasta que su número fue considerado suficiente para emprender la campaña militar. Con muchas reticencias por parte de los nobles llegados de Europa, al fin se decidió que el rey Juan de Jerusalén dirigiera el ejército. La campaña militar de la Quinta Cruzada tenía como objetivo Egipto, donde radicaba el poder del Imperio mameluco. El plan consistía en destruir las bases musulmanas en el delta del Nilo e intentar la conquista de El Cairo. La ocupación de la ciudad de Damieta, en el gran brazo oriental del río, era vital para continuar hacia El Cairo. Los cruzados llegaron al delta en la primavera de 1218. Durante un año, en el que sufrieron todo tipo de penalidades, se mantuvieron firmes, hasta que el 21 de agosto de 1219 decidieron ocupar Damieta. Como solía ser habitual, templarios y hospitalarios fueron los primeros en lanzarse al asalto. El resultado fue cincuenta templarios y treinta dos hospitalarios muertos, y el ataque rechazado. Dos testigos de excepción estaban presentes ese año en el delta del Nilo. Por un lado, el templario alemán Wolfram von Eschenbach, a quien le impresionó tanto el arrojo de sus hermanos en la Orden que a su regreso a Alemania escribió el poema épico Parsifal, en el cual convirtió a los templarios en los guardianes del Santo Grial.

Honorio III
El otro gran personaje era Francisco de Asís, considerado como un santo en vida, que viajó desde Italia con el convencimiento de que mediante la palabra y la buena voluntad se podía poner fin a tantas muertes y tantas guerras. En aquella plétora de guerreros, mercenarios y aventureros, el santo de Asís debía de ser el único que creía realmente que los conflictos podían resolverse mediante el diálogo y el entendimiento mutuo. A los templarios, las ideas de Francisco de Asís debieron de parecerles como de otro mundo. Ellos eran los guerreros de Dios, los soldados de Cristo, y estaban allí para defender a la cristiandad y para matar musulmanes. Así constaba en el discurso que les dedicara San Bernardo de Claraval y eso era lo que les habían enseñado y para lo que estaban aleccionados.

El asedio de Damieta acabó de manera inesperada. Los defensores musulmanes, aislados y sin alimentos, fueron muriendo de hambre y de enfermedades. Allí falleció, víctima de la fiebre, el maestre Guillermo de Chartres el 26 de agosto de 1218. Cuando los cruzados se dieron cuenta de lo que estaba pasando, se acercaron con cautela a la ciudad y la tomaron sin apenas lucha. Ya no quedaban hombres vivos o sanos. El sultán de Egipto ofreció un pacto: entregarles Palestina a cambio de la paz y de la devolución de Damieta, además de reintegrarles la Vera Cruz.

No se llegó a un acuerdo y se reanudaron las hostilidades. Los cruzados dominaban parte del delta del Nilo, pero estaban atrapados en un terreno pantanoso que además se inundaba cada año con las crecidas del río. En el verano de 1220 los musulmanes abrieron los canales aguas arriba y toda la zona se inundó, causando un enorme desconcierto en los cruzados, que iniciaron una desordenada retirada. Miles de musulmanes cayeron sobre ellos provocando una matanza. Los cruzados capitularon y abandonaron Egipto. La Vera Cruz, que el sultán había ofrecido devolver a los cristianos, no apareció.


Fuente:
es.scribd.com

Para saber más:
Wikipedia - Wolfram von Eschenbach
Historia Universal - La Quinta Cruzada
Wikipedia - Honorio III

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