El hecho de que América estuviera poblada por seres humanos supuso una sacudida para la potente religión de los europeos del siglo XV. La curiosidad desbordó a los círculos intelectuales y surgieron muchas preguntas: ¿Quiénes eran aquellas personas? ¿Pensaban? ¿Tenían sentimientos, tenían leyes? ¿Cómo y cuándo habían llegado esas gentes hasta donde nadie estuviera hasta entonces?
Los primeros informes sobre los taínos del Caribe, redactados por el propio Colón, los describían como unos salvajes inocentes y generosos que desconocían la malicia y la vergüenza de la desnudez. La Iglesia se conmovió con la posibilidad de llevar el Evangelio a esas almas vírgenes, pero los taínos sólo eran el primero de los miles de pueblos distintos que poblaban el Nuevo Mundo. Desde los esquimales de Alaska a los aztecas mexicanos, desde los mohicanos a los sioux, América era el reino de la variedad. Los diferentes pueblos americanos tenían sus dioses ancestrales y sus conceptos metafísicos y cosmológicos, sus preceptos, sus sacerdotes y sus ritos.
Como principio general, los nativos norteamericanos situaban a los dioses en el cielo, y en esto no se diferenciaban de los noruegos, asirios, celtas, judíos, griegos o cristianos. Los indios de Illinois, por ejemplo, sacrificaban y comían ritualmente perros porque estaban convencidos de que el Creador era un enorme perro que estaba en el cielo. Entre los pueblos de las praderas, los términos para aludir a dios (el que está encima, el más alto) eran sorprendentemente análogos a los que se usaron en Israel para Yaveh o en Noruega para Odín. La idea de base también lo era: el dios supremo era, para todos ellos, el amo o el rey de los cielos.
Los pieles rojas de las grandes praderas lo llamaban Gran Manitú, lo cual no es un nombre sino una definición equivalente a Gran Espíritu, porque entendían que entre los espíritus había uno diferente y superior a los demás. Por debajo del Gran Manitú, el cielo y la Tierra estaban poblados por una gran multitud de otros manitúes o espíritus inferiores. Las religiones norteamericanas eran animistas, una condición que compartían con las subsaharianas, las asiáticas y las australianas, entre otras. El animismo deriva de la idea de que cuanto nos rodea posee un espíritu propio, incluyendo lo que parece inanimado, como el río, la montaña o el viento. Estos espíritus interactúan a su vez con el espíritu humano, individual o colectivamente, de maneras muy distintas.
Para orientarse en ese ámbito desconocido es necesaria la ayuda de hombres expertos (brujos, chamanes, morabitos...) capaces de interpretar esas relaciones por sus señales y orientar a la tribu respecto a los designios de dichos espíritus. Consecuencia de esta manera de ver el mundo es el totemismo. El piel roja no se sentía el ser más perfecto de la Creación. Sabía muy bien que la lechuza veía mejor que él o que el pez nadaba mejor. El espíritu de esos animales era por tanto superior al suyo en esas habilidades, de modo que aquellos grupos humanos que destacaban en alguna de ellas quedaban identificados por los demás con el animal respectivo, que se reconocía como un tótem.
Los totems eran representados como altos postes de madera tallados y pintados con fantásticas mezclas de animales, que tuvieron un elevado sentido místico entre los nativos. Eran sus espíritus favorables, sus protectores. Pero el totemismo no se reducía a unos cuantos símbolos, sino que implicaba además un conjunto muy sofisticado de reglas de conducta, obligaciones y prohibiciones absolutas, lo que hoy conocemos como tabúes. La vulneración de esas reglas por cualquier miembro de la tribu era motivo suficiente para su segregación o, incluso, para su sacrificio.
Para granjearse el apoyo de los espíritus, se usaban amuletos que protegían y aportaban suerte a su poseedor. Tampoco esta fórmula religiosa fue originalmente americana. Los europeos llevaban cruces o medallas colgadas al cuello de la misma forma que los nativos llevaban garras de halcón o dientes de oso. Entre los apaches se usaban fetiches elaborados con la madera de un árbol sobre el que había caído un rayo. Los pueblos sioux usaban testas de búfalo con las que sus jefes se cubrían ceremonialmente la cabeza. Y para los hidatsas el gran fetiche consistía en un sobrero hecho con una tira de piel sacada del lomo de un lobo seguida por su cola.
La mayor parte de las religiones tenían su propia manera de concebir el origen del mundo y algunas de ellas eran francamente pintorescas. Los indios zuñi afirmaban que el Gran Manitú fecundó al mar hundiéndose en él, lo que produjo una espuma verdusca de la que nació la Tierra, que tras ser cubierta por el cielo dio paso a la generación de la vida. Los muskhogines decían que al principio sólo había agua, hasta que dos palomas que volaban sin rumbo observaron que de la superficie de las aguas sobresalía una pequeña hoja de hierba. Era el principio de la Tierra, que subía a la superficie y que terminó imponiéndose a las aguas. En cuanto a los sioux, creían que en épocas muy antiguas habían vivido en un recinto subterráneo próximo a un lago, y que descubrieron el mundo exterior siguiendo las raíces de una enorme parra, por las que la mitad de ellos lograron alcanzar la superficie antes de que el pie de una mujer monstruosa aplastara la planta. A los que llegaron arriba el nuevo mundo les gustó mucho más que el subsuelo, así que decidieron quedarse.
Más allá de estas caprichosas creencias, la espiritualidad de los nativos americanos estaba guiada por la pertenencia del individuo a la naturaleza, entendida esta última como un gran organismo armónico del que el ser humano era sólo una parte más, nunca superior a las otras.
Como es natural, todas estas creencias estaban tuteladas por hombres que ejercían el papel de sacerdotes en sus ceremonias, las cuales solían incluir cánticos sagrados y bailes rituales. El animismo y las estrictas reglas totémicas formaban un entramado de creencias que requería de especialistas para interpretar las señales espirituales. Estos chamanes eran una mezcla de filósofos, sacerdotes, médicos y profetas. Parece ser que conocían y practicaban el hipnotismo, y eran especialistas en hierbas y remedios. Diferenciaban las estrellas y podían realizar horóscopos. Por regla general no vivían con el grupo sino apartados a cierta distancia, y llegaban a ser chamanes por herencia de sus padres, por inclinación natural o como resultado de ciertos sueños. Sin embargo, entre los cherokees existía la costumbre de hacer chamán o ayudante de chamán al séptimo hijo de cada familia.
Como curanderos usaban masajes, cánticos y sahumerios. Eran ellos los encargados de preparar las pipas o calumets en las ceremonias de reconciliación. Lo que en ellas fumaban era tabaco, de acuerdo a los cronistas y antropólogos del siglo XIX. Pero otro testigo del siglo XVI, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, parece que apunta a otro tipo de hierbas cuando escribe: "En toda aquella tierra se emborrachan con un humo, y dan cuanto tienen por él".
Fuente:
Alberto Porlan. El mundo y sus espíritus - Muy Historia nº 57
holas, solo venir a comentar que en sudamérica, el caribe y américa central también vivía gente. Y también tenía creencias, mitos y todo eso
ResponderEliminarHola Gonzalo, lo sé. Pero este post va de los indios norteamericanos. Otro día hablaremos de los de Sudamérica.
ResponderEliminarMuchas gracias. A partir de ahora soy una seguidora más. Saludos.
ResponderEliminarGracias me gustó muy bien escrito y aprendi mucho
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