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5 de octubre de 2013

Los bucelarios

Los bucelarios eran unos auxiliares militares que defendían las posesiones y acompañaban en los combates a los magnates visigodos (incluso a los que no tenían ningún cargo).

Estas milicias privadas fueron conocidas desde el principio de la dominación goda en Hispania (los propietarios romanos ya las poseían). Estos cuerpos recibían regalos (además de una paga) para servir a su señor, pero en caso de pasar al servicio de otro (lo que podían hacer libremente), debían devolver tales obsequios, así como la mitad del botín que hubieran obtenido mientras servían a su primer amo. En caso de morir en combate dejando sólo hijas, éstas quedaban bajo protección del patrón, quien debía casarlas convenientemente.

No está claro si eran armados por el patrón o ellos mismos aportaban su armamento. Si el señor había regalado tierras a un bucelario, y éste pasaba al servicio de otro amo, debía devolver las tierras, por lo cual el nuevo patrón estaba obligado a entregarle también tierras.

Había otro cuerpo que era conocido como los saiones o sayones, de los que no se sabe gran cosa. Parecen haber estado más vinculados al patrón, que era quien los armaba (aunque las armas pasaban a ser propiedad del sayón) y a quien pasaba todo el botín obtenido.

Bucelarios y sayones constituían el séquito clientelar de cada magnate. Cuando un noble conseguía tierras por donación real, solía entregar parte de ellas a sus bucelarios y sayones.


Fuente:
Cyclopaedia.net

19 de septiembre de 2011

Don Pelayo, el héroe de Covadonga

La figura de don Pelayo está rodeada de un halo legendario que dota al personaje de gran atractivo. Los especialistas ponen en duda que se tratara de un miembro de la familia real, situándole más bien en el cargo de espatario de don Rodrigo o alguien vinculado a los círculos de poder de la comarca del Sella. 

Ante el cada vez más amenazante avance musulmán, un buen número de nobles y eclesiásticos vinculados al último rey visigodo buscó refugio en los montes de los Picos de Europa y en el valle del Sella. Las crónicas hablan de una reunión tribal celebrada en el año 718 en la que Pelayo consigue que se alcance un acuerdo entre su grupo nobiliario y los astures para orientar la tradicional hostilidad de los montañeses contra los musulmanes. 

Si bien en un primer momento estas acciones no tuvieron ninguna repercusión respecto al gobernador andalusí, en el año 722 el gobernador Anbasa envía contra los rebeldes una expedición de castigo dirigida por Alqama. Las tropas islámicas no serían tan numerosas como narran las crónicas cristianas -que las cifran en unos 50.000 hombres-, saliendo mejor paradas de los primeros choques. 

Esta inicial victoria musulmana motivaría la retirada de los rebeldes a los desfiladeros de los Picos de Europa donde tendrá lugar la famosa batalla de Covadonga (722) en la que -de nuevo según las crónicas cristianas- intervino la Virgen María en ayuda de sus devotos. Esta es la razón por la que años más tarde se levantaría el santuario mariano de Covadonga. 

La primera victoria motivó que el gobernador árabe de Gijón se retirara, permitiendo que Pelayo y sus fieles fueran ganando terreno y controlando parte del territorio astur. Tras una nueva victoria en Olalíes -la actual Proaza- Pelayo se asentó en Cangas de Onís, cambiando las montañas por el valle, y fomentó un proceso de cristianización de los astures. Poco más sabemos de los rebeldes, quienes para las autoridades islámicas no tenían importancia, aludiendo a ellos como "treinta asnos salvajes". Debemos advertir que Pelayo nunca se consideró rey por lo que este honor quedaría reservado para su yerno Alfonso I.


Fuente:
arteHistoria

Más información:

Arteguias.com: Biografía de Don Pelayo. Caudillo de Asturias
Wikipedia: Don Pelayo

4 de julio de 2011

La llegada de los visigodos a Hispania

De los pueblos germanos que invadieron la Península a finales del Imperio Romano, fue el de los visigodos el que logró dominar todo el territorio y crear un reino bastante duradero, ejerciendo considerable influencia. Los visigodos procedían del norte de Europa, y se desplazaron hacia el mar Negro donde entraron en contacto con la civilización romana al tiempo que se producían los primeros choques. En el siglo IV, presionados por los hunos, se pusieron en movimiento traspasando las fronteras del Imperio Oriental y más tarde se dirigieron hacia las tierras occidentales, llegando incluso a penetrar en Italia y saquear Roma antes de instalarse en la Galia.

Esta emigración de los visigodos hay que entenderla como una búsqueda de tierras en las que poder asentarse y alimentar a su población, a veces también por la presión de otros pueblos y del mismo ejército romano. Pero lo cierto es que de todos los pueblos germánicos, los godos fueron los que se sintieron más atraídos por la cultura romana y de hecho los que más se romanizaron.

¿Por qué intervinieron en la Península Ibérica? En realidad parece que los visigodos no pensaban establecerse aquí cuando entraron a comienzos del siglo V, sino que su intervención iba encaminada a "poner orden", es decir, a eliminar a los invasores suevos, vándalos y alanos en nombre del emperador de Roma. En efecto, los visigodos habían llegado a un pacto con los romanos por el que se comprometían a luchar contra los pueblos que amenazaban al Imperio, a cambio de tierras donde instalarse y de trigo para alimentarse. De este modo, irrumpieron en la Península y arrinconaron a los suevos en Galicia, obligaron a emigrar a los vándalos y prácticamente exterminaron a los alanos. Una vez cumplida su función se retiraron a la Galia donde recibieron tierras y se establecieron como federados del Imperio Romano, tomando como capital Tolosa.

A mediados del siglo V, los visigodos vuelven a intervenir en Hispania para frenar el avance iniciado por los suevos, y someter los movimientos campesinos en la Tarraconense. Pero esta vez no se retiraron inmediatamente sino que dejaron guarniciones militares en distintos puntos, como por ejemplo en Mérida. En los años siguientes continuó entrando en Hispania población visigoda y asentándose.

¿Cómo considerarían los habitantes de la Península a los visigodos? Tenían razones para ver en ellos a los continuadores del Imperio Romano, pues de hecho actuaban en su nombre; además el reino que habían creado en la Galia estaba totalmente influido por la cultura romana. De modo que los hispanos bien podían haberse sentido seguros bajo su protección, al menos en un primer momento.


Pero los visigodos se instalaron definitivamente en Hispania cuando los francos los derrotaron y expulsaron de la Galia a principios del siglo VI, si bien siguieron conservando una provincia gala. Se abre aquí un interesante período en el que el rey ostrogodo Teodorico (instalado en Italia) se pone al frente de los visigodos para defender los intereses de su nieto Amalarico, que era un niño, convirtiéndose en regente.

Teodorico el Grande intentó que las relaciones entre visigodos e hispanos fueran buenas y que se integrasen. Para ello permitió los matrimonios entre ambos pueblos (que estaban prohibidos por la antigua legislación romana, más tarde recogida por el rey visigodo Alarico), fue tolerante con los católicos (los visigodos se habían convertido al cristianismo "arriano", que difería en algunos aspectos con el católico profesado por los hispanorromanos). Ademas, restauró la administración romana y para satisfacer a los nobles de la Península les dio cargos civiles.

Cuando murió Teodorico, Hispania se independizó de Italia y entró en una fase un tanto caótica, en la que se sucedieron varios reyes. Uno de ellos, Atanagildo, pidió ayuda a Bizancio para derrotar a su rival, Agila. Los bizantinos respondieron rápidamente y derrotaron a Agila, pero también ocuparon toda la zona costera del sureste, con gran rapidez y sin dificultades, lo que hace pensar que posiblemente no fueron muy mal recibidos por los habitantes de estas regiones. Cuando los visigodos se dieron cuenta apoyaron a Atanagildo y se enfrentaron con los bizantinos, pero no consiguieron expulsarlos; de modo que se desplazaron hacia el norte y establecieron su capital en Toledo.


Fuente:
Bárbaros, cristianos y musulmanes - Trevor Cairns

18 de febrero de 2011

Batalla de Adrianópolis (378 d.C.)

La batalla de Adrianópolis tiene una importancia decisiva en la Historia ya que fue la derrota más importante de Roma después de Cannas y, a diferencia de ésta, sus consecuencias fueron terribles para el Imperio.

Los godos procedían de Escandinavia y, tras una larga migración, aparecieron a las puertas del limes romano. A partir del año 240 dC comenzaron a realizar incursiones para depredar la Dacia, costosamente conquistada por el gran emperador Trajano y estúpidamente abandonada por el intelectual Adriano, cuya cabeza estaba tan ocupada con su amigo Antinoo, que en lugar de pensar en la seguridad del Imperio, se dedicó a abandonar las nuevas conquistas y a construir inútiles muros que de nada sirvieron. La estrategia de César, derrotar al enemigo allí donde se hallara, y si se hallaba en el mismísimo infierno, pues allí que se iba, fue dejada de lado por Augusto, cuya visión estratégica no incluía aspectos meramente militares. Así, el Imperio Romano, diseñado por César, fue edificado por Augusto con un terrible defecto de construcción: sus cimientos, y a pesar de los esfuerzos de Trajano por retomar la idea estratégica de César, sus sucesores se empeñaron en no prestar atención al problema.

Y así encontramos a los godos presionando el limes del Danubio, precisamente el más débil, en un momento en el que la superioridad táctica romana sobre sus enemigos se venía abajo. Las sucesivas crisis económicas provocan una drástica reducción de la calidad del equipamiento militar romano cuya más nefasta consecuencia es que las legiones tengan que equiparse con el mismo equipo que las tropas auxiliares y que éstas empiecen a equiparse con lo que pueden encontrar por ahí.

Convertidos en "federados" a sueldo, los godos se especializaron en el chantaje al Imperio que, en lugar de resolver la situación por las bravas, se dedicó a untarles con más oro a cambio de defender sus fronteras ¡que los mismos godos atacaban cada dos por tres! ... y en esto llegaron los hunos desde el Este. En 376 el emperador de Oriente (el Imperio se hallaba dividido en dos mitades), en un nuevo disparate más, les permitió cruzar el Danubio y asentarse dentro de las fronteras imperiales, hecho que los godos agradecieron dedicándose a saquear todo lo que encontraban a su paso. El emperador Valente, comprendió por fin el error cometido y pidió ayuda al emperador de Occidente, su sobrino Graciano, que le envió un ejército, pero Valente, que era un pésimo político, aún era peor militar. Convencido de que podía derrotar a los godos él sólo, marchó con su ejército hacia Adrianópolis sin esperar los refuerzos.

Valente
El 9 de agosto del año 378 el campamento bárbaro se encontraba a unas horas de la ciudad, de esta forma, allá a las dos de la tarde la columna romana divisó por fin la "muralla" de carromatos con la que los godos protegían su campamento.

Lentamente el ejército imperial comenzó a desplegarse, las alas de caballería ocuparon pronto su posición. La infantería se fue situando en sus posiciones al tiempo que el ardor de los bárbaros, que les contemplaban desde su sitio, disminuía cuando observaban temerosos el abrumador despliegue de medios (o más bien, el orden y disciplina con que se situaban sobre el campo) de que hacían gala sus contrarios.
LLegó entonces ese momento de impass antes de la batalla. Frigiterno (el líder germano) estaba decidido a ganar tiempo, pues necesitaba del concurso de la mayor parte de sus jinetes para enfrentarse con garantías a los romanos. Por otro lado, el emperador también estaba inclinado a llegar, de ser esto posible, a algún tipo de arreglo y no exponerse a una siempre arriesgada batalla campal. Frigiterno logró gracias a ello, tal como deseaba, ganar el tiempo necesario hasta poder convocar para la batalla a sus más aguerrida caballería (gran parte de ellos ostrogodos).

Cuando las conversaciones romano-godas estaban en curso, unidades de infantería ligera al mando de Bacurio de Iberia y Cassio, llevados por las sus ansias de lucha y por su propia cuenta, acometieron las primeras líneas germanas, siendo rechazados con deshonor y vergüenza, funestos augurios para lo que más tarde se convertiría en una aplastante derrota.


Fuentes:
www.historialago.com
Satrapa

4 de febrero de 2011

Los suevos en Hispania

La usurpación de Constantino contra el emperador Honorio, contribuirá a abrir las puertas de Hispania a unos bárbaros que, habiendo agotado ya los campos galos y viéndose expuestos a la presión húnica, esperan cruzar los Pirineos para sentirse a salvo. Pero, para cruzarlos, antes debían eliminar un duro obstáculo, las fuerzas que Dídimo y Veridiano, notables hispanos leales al emperador Honorio, tenían dispuestas en los pasos pirenaicos.

Será precisamente Geroncio, general al servicio del usurpador Constantino III, el que logre expulsarles de sus posiciones, cubriendo los pasos con los llamados 'honoriacos', tropas bárbaras reclutadas por el tirano en las Galias y que, a la llegada de los vándalos, alanos y suevos en el 409, lejos de oponer resistencia, se unen a ellos en las exacciones.

A partir de su llegada a Hispania, la supervivencia de los suevos como entidad étnica y política dependerá no tanto de ellos mismos, como de los siempre inestables y cambiantes equilibrios de poder, por ejemplo, entre el titular de la dignidad imperial en Occidente, los distintos usurpadores, los visigodos, los vándalos, los francos o el Imperio Romano de Oriente.

Precisamente, restablecido el control por parte de Honorio, a éste le interesa llegar a un acuerdo con los bárbaros que han penetrado en Hispania, no sólo para evitar el inevitable caos y destrucción que una lucha con estos podría provocar, sino para contrarrestar a unos visigodos cuyo poder y audacia - en 410 habían llegado a saquear Roma - se revelaba excesivo: Instalando a los alanos, vándalos y suevos en Hispania, se creaba un contrapeso al poder de los visigodos que se paseaban, presionados, pero casi a placer, por Italia y las Galias.

Así, los bárbaros se distribuirán de la siguiente manera:
  • Alanos: Lusitania y Cartaginense.
  • Vándalos silingos: Bética.
  • Vándalos asdingos y suevos: Gallaecia.
  • La Tarraconense, por su parte, quedaba bajo dominio romano.
Es importante tener en cuenta que en el S. V Gallaecia, incluía la actual Galicia, el norte de Portugal y la Meseta Norte, llegando a Somosierra en su límite sur y a la provincia de Soria hacia el Este; pues bien, los suevos se establecerían 'in extremitate oceani maris occidua', zona que se ha venido identificando con Galicia y el norte de Portugal, siendo el conventus bracarense - en torno a Braga, que se convertirá en la capital del reino suevo, Oporto, Orense y Tuy - la zona de concentración de este grupo germánico liderado, en este momento, por Hermerico.

Era este un equilibrio inestable y sumamente peligroso para todos los protagonistas, especialmente para los romanos que perdían la Bética y ponían a los bárbaros al borde de la rica África del Norte, y para los visigodos, bloqueados y sin víveres y con un grave conflicto político y sucesorio abierto tras el asesinato de Ataulfo.

Para Roma y, muy especialmente, para los visigodos, urgía aliviar su situación material y reconducir una situación política que, en cualquier momento, podía irse de las manos: El nuevo rey de los visigodos, Valia, a pesar de sostener inicialmente una actitud anti-romana, decidió ponerse entonces al servicio de Roma, de un Imperio que necesitaba liberar la Bética y dejar a los bárbaros arrinconados en la esquina noroeste de Hispania, lejos del Mediterráneo.

De ese modo, en 416 los visigodos arremeterán y aniquilarán a los vándalos silingos y a los alanos, es decir, a los bárbaros instalados en la rica Bética y en la estratégica Lusitania, dejando así bloqueados a vándalos asdingos y suevos en la Gallaecia; Honorio no permitiría a los visigodos acabar la tarea de limpiar Hispania de bárbaros, dado que necesitaba que los supervivientes mantuvieran la amenaza sobre unos supuestos aliados que, tras el foedus de 418, eran asentados en la Aquitania Secunda, pero que daban muestras de querer expandirse más allá del territorio asignado. Otros pueblos germánicos, como los burgundios asentados en la Sapudia - la Saboya actual - completaban el cordón sanitario dispuesto en torno a los poderosos visigodos.

Paradójicamente, la destrucción de alanos y silingos, no contribuiría precisamente a serenar el ánimo de los bárbaros instalados en la Gallaecia: Y es que, si los vándalos silingos consiguen huir al África, los alanos de la Lusitania corren a refugiarse de las embestidas godas entre los vándalos asdingos asentados en la Meseta Norte, lo que contribuiría a incrementar la población bárbara de esta zona y, por ello, la presión demográfica y la agitación: a partir del 419, los vándalos asdingos comienzan a presionar sobre los suevos chocando en los llamados montes Nerbasios, que se han venido localizando en torno a la zona del Bierzo.

Los suevos, no sólo lograrán conjurar la amenaza, sino que a partir del año 430 asistimos a una creciente e intensa actividad predatoria en todas direcciones, primero hacia el Oeste de Gallaecia - en 438 llegarán a Burgos - y después hacia el Sur, llegando ese mismo año de 438 a la Bética y tomando Sevilla en 441.

Desencadenadas las fuerzas suevas y fijándose, quizás, en el ejemplo visigodo respecto a las Galias, Hermerico parece pretender la conquista de Hispania, o al menos de parte de la misma, concretamente de la que habían sido arrojados vándalos silingos y alanos: La toma de Mérida en 439, se ha interpretado como una manifestación de dicho proyecto, dado que, además de su riqueza y posición estratégica, era sede del vicarius Hispaniae, de manera que su captura podría hacer del rey suevo vicario del Imperio de facto - es significativo que los monarcas visigodos intentaran también ocupar Arlés, sede del prefecto del pretorio de las Galias, cosa que conseguirían en las postrimerías del Imperio de Occidente y de mano de Odoacro -.

Otro argumento que puede inclinarnos a considerar la plausibilidad de estos proyectos, es la conversión al catolicismo del hijo de Hermerico, Reckiario, conversión desde el paganismo que contribuiría a neutralizar los recelos y la repugnancia que los provinciales romanos pudieran tener a ser gobernados por un bárbaro. La conversión de Reckiario, no sólo implicaba poseer un requisito básico para legitimar el ejercicio del poder sobre los romanos, sino que habría de atraerle el apoyo de las jerarquías eclesiásticas, que en ese momento, no sólo ejercían una profunda influencia intelectual y moral, sino que desarrollaban un vital papel político y administrativo. Es significativo, por su parte, que fueran monarcas suevos, los primeros reyes germánicos en acuñar moneda con su nombre, lo que constituía una manifestación del ejercicio de la soberanía.


Sea como fuere, este virulento proceso de expansión territorial, sería momentáneamente paralizado por Atila, que habría logrado nuclear en torno a sí un renacido e inquietante poder húnico. La derrota de Atila en los Campos Catalaúnicos (451) y la neutralización de su amenaza, estimularía a Reckiario a arremeter, nada menos, que contra la Tarraconense, territorio al que el Imperio no estaba dispuesto a renunciar. Con la invasión de la Tarraconense, Reckiario rompe de manera abrupta con Roma, pero en un momento en el que los visigodos, lejos de querer colaborar con otros monarcas germanos en su debilitamiento, están preocupados por afirmar precisamente el poder del Imperio, dado que, desde el año 455, al frente del mismo está Avito, personaje de origen galo que, además de compartir intereses locales con los visigodos, ha sido suscitado al trono imperial por éstos, con el objeto de consolidar su propia situación en las Galias y convertirse en factotum del Imperio.

Quizás Rechiario no fue consciente de que los intereses de romanos y visigodos convergían ahora, y ninguno de los dos iba a permitir que una zona tan sensible e importante como la Tarraconense quedara en manos de los suevos, por lo que Teodorico II, en nombre del Emperador, emprenderá una acción cuyo objetivo inicial era aplacar los ánimos de los suevos y rechazarles hacia la Gallaecia. Las fuerzas de Teodorico II marcharán entonces a Hispania, en busca del rey suevo, al que encuentran en Astorga: En esta comarca, concretamente sobre el río Órbigo (octubre 456), los suevos sufrirán una de las más severas derrotas jamás padecida. Pocos días después, Teodorico entra en Braga, la capital del reino de los suevos, y a finales de año toma Oporto, donde consigue capturar y ejecutar a Rechkiario. Avito, siguiendo la tradicional política romana de equilibrio de poder entre bárbaros, procuró evitar la destrucción total de los suevos, pero la batalla del río Órbigo y sus consecuencias en forma de saqueos y ocupación de estratégicos enclaves por parte de los visigodos, contribuirá a fortalecer a estos enormemente y a poner las bases para la consolidación de su dominio sobre Hispania.

Por su parte, la catástrofe del Órbigo y la ejecución del rey, parecía anunciar la desaparición definitiva del reino de los suevos, como lapidariamente nos dijera Idacio, obispo de Chaves y principal cronista de este primer período del reino suevo.


Fuente:
Arteguias

16 de octubre de 2010

La reina Goswintha

Según todos los indicios, Goswintha nació en el seno de una familia de la aristocracia visigótica hacia los años 525 o 530, es decir, cuando el Reino de los godos de España se encontraba bajo la égida de gobernantes ostrogodos llegados de Italia: un período que se inició en 510 con la regencia de Teodorico el Grande durante la minoría de edad de su nieto, el rey visigodo Amalarico, y que no concluiría hasta la muerte en 549 de Theudiselo, el último monarca de procedencia ostrogoda que tuvo el Reino visigodo español.

La joven Goswintha hizo una “buena boda”, quizá entre los años 545 y 548: casó con Atanagildo, un magnate de la más encumbrada nobleza visigoda, el grupo social que, tras el asesinato de Theudiselo, reivindicó para los suyos el derecho a reinar sobre los godos de España. Agila fue entonces elegido rey, pero apenas habían transcurrido tres años cuando Atanagildo, el esposo de Goswintha, encabezó un levantamiento contra el monarca.

El mediodía de la Península Ibérica era, a mediados del siglo VI, el foro principal de los acontecimientos públicos del momento. Sevilla era entonces una gran ciudad en la que tenían su residencia muchas familias de la aristocracia católica hispano-romana. La rebelión de Atanagildo desembocó en una guerra civil entre sus partidarios y los fieles al rey Agila. Atanagildo solicitó la ayuda del emperador oriental Justiniano, empeñado entonces en su lucha por la reconstrucción de la antigua unidad imperial romana. El basileus de Constantinopla no se hizo rogar demasiado y envió una expedición de soldados bizantinos, que desembarcaron en las costas del sudeste de la Península. Al cabo de tres años de guerra intestina, los godos, temerosos de que los imperiales se aprovecharan de su discordia para apoderarse de España, asesinaron a Agila y reconocieron todos a Atanagildo como su único monarca.

Atanagildo puede ser considerado como el fundador de la monarquía toledana. Decidió trasladar el centro de gravedad, situado hasta entonces en los valles del Guadalquivir, al corazón geográfico de la Península. La elección por Atanagildo de Toledo como capital parece la mejor decisión para un Reino visigodo que tenía como solar y horizonte vital la Península Ibérica, con el apéndice tramontano de la Galia Narbonense.

El rey y su esposa, Goswintha, tenían dos hijas, Gailswintha y Brunekhilda, nacidas seguramente hacia la mitad del siglo VI, y que en los últimos años del reinado de su padre habían llegado ya a la edad núbil. En la más joven de las dos, en Brunekhilda, puso sus ojos el rey Sigiberto I de Austrasia.
Pero la tragedia que iba a herir muy pronto a Goswintha y a su esposo tendría por víctima a su otra hija, Gailswintha. Uno de los hermanos de Sigiberto era rey de Neustria, Chilperico, de conducta muy desarreglada y que tenía, no una, sino varias mujeres o concubinas. Chilperico envió una embajada a Toledo para pedir la mano de Gailswintha, comprometiéndose a despachar a las demás mujeres, con tal de recibir una esposa que fuera hija de reyes, y por lo tanto adecuada a su propia condición real. La demanda fue aceptada y Gailswintha emprendió viaje hacia Neustria, un viaje que estaba destinado a ser camino fatal hacia la muerte.

En el año 568 poco después de la muerte de su hija, falleció en Toledo el rey Atanagildo sin dejar sucesión masculina. La desaparición del monarca abrió uno de los momentos históricos más oscuros de la historia visigoda. Cinco meses estuvo vacante el trono, y al cabo de tan largo interregno fue designado como rey Leovigildo, quien para asentarse en el poder necesitaba una poderosa alianza con Toledo. Lo solucionó casándose con Goswintha que seguía manteniéndose como reina de los visigodos.

Pero nuevos problemas se avecinaban, los visigodos empezaban adoptar la cultura y la religión romana, todo un signo de modernidad en la época y Goswintha y los suyos,  de religión arriana, veían peligrar sus privilegios y condición social.
Hermenegildo, hijo de Leovigildo, se casó con la nieta de Goswintha, católica. La conversión al catolicismo de Hermenegildo le hizo revelarse contra su padre y nombrarse rey de los territorios del mediodía. Se iniciaba una guerra que duró cinco años y en la que se impuso Leovigildo.
Pero el bando católico iba ganando terreno y Goswintha volvía a quedarse viuda, Leovigildo moría en la batalla. Su hijastro Recaredo iba a ser el nuevo rey, pero mostraba ideales católicos y suponía un peligro para sus intereses así que le obligó a reconocerla como madre, dotándola de poder para dirigir determinados aspectos políticos del reino.
Recaredo y la cúpula política se convirtieron al catolicismo. Goswintha empezó a planear todo tipo de conspiraciones pero el bando arriano había perdido fuerza e influencia. Siendo anciana urdió un malévolo plan, junto con el poderoso obispo arriano Uldida, para acabar con su hijastro. Uno de sus partidarios la traicionó y descubrió la conjura. Nada más se supo de ella.


Fuentes:
- Historia del reino visigodo español – José Orlandis
- Mujeres


9 de agosto de 2010

Conversión de los visigodos al catolicismo

La ruina del reino visigodo de Tolosa, tras la victoria de Clodoveo y los francos sobre Alarico II, no significó la extinción del pueblo ni la desaparición de la monarquía. Con el apoyo del rey ostrogodo Teodorico el Grande, que ocupó una posición preponderante en el escenario político occidental durante las primeras décadas del siglo VI, los visigodos hicieron de la Península Ibérica el solar de su nuevo reino, que sobrevivió dos siglos más, hasta la invasión árabe del 711.

La conversión de los visigodos al catolicismo encierra un particular interés, dentro de la historia de la cristianización de Europa, porque constituyó el capítulo más importante del proceso de recepción en la Iglesia de los pueblos germánicos que abrazaron el arrianismo al invadir las antiguas tierras romanas. El interés de la conversión visigoda se debe en primer lugar a la superior entidad de este pueblo, tanto en el orden demográfico como político, cristalizada en la constitución de un gran reino que, mientras existió, puede ser considerado como uno de los dos grandes reinos germánicos de Occidente. Los visigodos habían sido, además, los introductores del arrianismo en el mundo barbárico, por cuya razón su conversión cátólica tenía un alto valor simbólico, que muchos contemporáneos supieron muy bien captar. La conversión de los visigodos tuvo además en sí misma -es decir en cuanto a fenómeno religioso- un contenido teológico que era difícil que se diera cuando otros pueblos germánicos más incultos y "bárbaros" fueron recibidos en la Iglesia.

Conversión de Recaredo

Desde el punto de vista confesional, el tradicional esquema dualista de godos arrianos y mayoritaria población indígena de población católica, se mantuvo en el reino visigodo español en los mismos términos que se dieron antes en las Galias. La convivencia religiosa fue de ordinario pacífica. En el año 531, los padres del concilio II de Toledo concluían su asamblea elevando preces por el monarca reinante, el arriano Amalarico. De su sucesor, Theudis, escribió San Isidoro que "aún siendo hereje, concedió sin embargo paz a la Iglesia", y le permitió organizarse libremente. El mantenimiento del dualismo religioso no fue sin embargo óbice para la "pre-conversión" al catolicismo de un cierto número de godos eminentes. Así se explica que, años antes de la conversión del pueblo, fuesen de estirpe gótica algunos de los más notables personajes católicos del momento, como el metropolitano Másona de Mérida y el abad e historiador Juan de Bíclaro.


Fuente:
La conversión de Europa al cristianismo - Juan de Orlandis


9 de julio de 2010

Visigodos en la Bética

La dominación visigoda en la Bética no comienza a hacerse sentir hasta la época de Teudis (531-548), cuando era ya demasiado tarde para hacerla efectiva. Ocupados en afianzar su posición en el reino de Tolosa en liza con los francos, los visigodos no se replegaron sobre España hasta que su posición en el mediodía de Francia se hizo insostenible. Y para entonces aquí las podibilidades de una colonización intensiva se hallaban muy limitadas; los suevos se habían afincado en Galaecia, y la organización social de la Bética, Cartaginense y Lusitania, tanto en sus ciudades como en los castella del campo, nudos de una red de poderosos latifundios, dejaban pocos resquicios para una penetración profunda y duradera. Únicamente las cuencas del Duero y del Tajo, parte de la antigua Tarraconense, ofrecían perspectivas para un asentamiento pacífico como el que el pueblo visigodo llevó a efecto en estos territorios.

Un episodio de la biografía de Teudis, el de su boda, revela la magnitud que alcanzaban entonces las propiedades y las fortunas en regiones de España como la Bética. Según Procopio, a quien debemos la noticia, el godo estaba casado con la hija de un hispano tan rico en caudales y tierras, que cuando le hizo falta, pudo reclutar entre los colonos de su mujer una hueste de unos mil lanceros. Así alcanzó Teudis durante el reinado de Amalarico una posición de preeminencia que al término del mismo le permitió alzarse con la corona.

Este repliegue visigodo desde la Galia sobre Hispania coincide con el reinado de Justiniano (527-565) en Constantinopla, cuando el Imperio Bizantino alimenta esperanzas no infundadas de volver a reunir bajo su cetro todo el orbe romano. El general Belisario acaba con el reino de los vándalos en África y anexiona sus territorios. Teudis, que no ha querido o no ha podido responder a la llamada de socorro que el rey vándalo le ha dirigido, pretende ocupar Ceuta para poner coto a la expansión de los imperiales, pero la empresa acaba en una catástrofe. Y ahí están ya los bizantinos al otro lado del Estrecho, contemplando una Bética y una Cartaginense que sin un adecuado dispositivo de defensa no tardarán en caer en sus manos.


Las muertes de Teudis y Teudiselo encierran un dramatismo de comedia bárbara, y tal vez la primera y con seguridad la segunda tuvieron a Sevilla por escenario. El regicidio era moneda tan corriente entre los visigodos, que cuando un rey no sucumbe a manos de unos conjurados, las crónicas subrayan expresamente, como con un suspiro de alivio, que falleció propria morte. Gregorio de Tours explica esta práctica de los godos:
"Cuando no les gusta un rey lo degüellan con la espada, y hacen rey en su lugar a otro que les place"
La proclamación de Teudis había llevado aparejada, probablemente, la muerte de algunos de sus rivales. Al cabo de los años, a raíz del desastre de Ceuta, una de aquellas víctimas encontró vengador en un sujeto que fingiéndose loco hundió su espada en el pecho del rey y en su propio palacio.

Muchas veces se subía al trono por la espada, pero otras muchas se bajaba de él por el mismo artilugio. Bajo esta sombra reinaban los visigodos, a la espera del iudicium Dei, la justicia de Dios en la tierra.


Fuente:
Historia de Sevilla - Antonio Blanco / Francisco Morales


30 de junio de 2010

El capricho de Egilona

La reina Egilona, viuda de Don Rodrigo, último rey visigodo de Toledo, se casó con el hijo del moro Muza, Abd-el-Aziz, virrey de al-Ándalus, y le intentó convencer para que adoptase la ceremonia bizantina de adoración al emperador. Sin embargo, no era posible adorar a un rey en tierras musulmanas, ya que el Corán dice bien claro que solamente hay que adorar a Dios. Pero Egilona estaba firmemente decidida a implantar en su corte musulmana de Sevilla el ceremonial de prosternación ante el rey que Leovigildo había instaurado en la corte goda de Toledo, como parte del proceso de romanización.

En Bizancio, el emperador era el representante de Dios en la tierra y todo cuanto le rodeaba se consideraba sagrado, tan sagrado como los objetos de un templo, y su sacrosanta persona se mostraba velada y mayestática ante sus súbditos. Los godos no habían llegado a tanto, pero sí mostraban sumisión y adoración ante sus reyes.

Y comoquiera que el recto virrey se negara espantado a emular a los emperadores bizantinos, a los que sin duda tenía por paganos e idólatras, la señora Egilona ideó una ingeniosa estratagema para conseguir su propósito. Si los visitantes no se postraban cara al suelo a adorar a su esposo, al menos se inclinarían profundamente al acceder a su presencia.
El invento de la reina goda consistió en una puerta de acceso al aposento del príncipe más baja que la estatura normal de una persona, lo que obligaba al visitante a entrar encorvado y con la cabeza inclinada. Lógicamente, una vez dentro del recinto, el visitante enderezaría totalmente su postura, pero ella se hacía la ilusión de que habían rendido a su esposo el homenaje romano de adoratio.

También consiguió Egilona convencer a Abd-el-Aziz para que luciera una corona real, cosa a la que él en principio se negó por no contravenir la ley coránica, pero al menos aceptó, ante los ruegos persistentes de ella, en tocarse con una diadema en la intimidad. Y aquello les costó a él la vida y a ella el trono, porque una aristócrata visigoda casada asimismo con un jefe musulmán quiso que su esposo emulase a Abd-el-Aziz y declaró haberle visto lucir la diadema a pesar de la prohibición del Corán.

El asunto de la corona junto con el de la inclinación obligada por la puerta baja llevó a los restantes jefes a creer que el príncipe se había convertido al cristianismo, se lo hicieron saber al califa y éste envió un sicario encargado de acabar con su vida en el momento más propicio, que se presentó aquel mismo año 716, mientras Abd-el-Aziz oraba en la mezquita.

No sabemos en realidad si hubo un objetivo secreto tras la insistencia de Egilona que costó la vida a su esposo, aunque las leyendas cristianas aseguran que realmente se convirtió al cristianismo. Sólo sabemos que él murió y que ella desapareció de la escena. También sabemos que un romance describe el puñal ensangrentado en la mano de Habib, íntimo amigo de Abd-el-Aziz, obligado por el califa a ejecutar al que, por un capricho de su esposa cristiana, creyeron traidor a la fe y a la ley.


Fuente:
Historia medieval del sexo y del erotismo - Ana Martos


22 de junio de 2010

La noble virgen Benedicta

La historia de esta doncella nos sitúa en el mediodía de la Península Ibérica, pues se halla recogida en los capítulos de la Vida de San Fructuoso de Braga, que hacen referencia a la época entre 645 y 655, en la que el célebre asceta visigodo permaneció en el valle del Guadalquivir.

Benedicta pertenecía probablemente a una familia de la antigua aristocracia romana. El nombre de la virgen, si era el suyo originario y no uno nuevo tomado al consagrar su vida a Dios, constituiría un indicio más de su ascendencia hispánica.

Benedicta era la prometida de un "gardingo" de la Corte, uno de los jóvenes godos de noble ascendencia que se hallaban vinculados al monarca por una especial relación de fidelidad dentro del marco institucional militar. Las uniones matrimoniales mixtas entre godos e hispano-romanos eran frecuentes en la España del siglo VII, cuando convertidos los visigodos al catolicismo, había quedado definitivamente superada la vieja barrera religiosa.

La celebración de la boda entre los prometidos estaría ya próxima cuando un acontecimiento, tan extraordinario como inesperado, echó por tierra los planes previstos: la llama del amor divino prendió en el corazón de Benedicta, exigiéndole la entrega total de su existencia al servicio de Dios. La virgen, perpleja ante la difícil situación en que se hallaba, pero resuelta a responder a cualquier coste al llamamiento de lo alto, no encontró ante sí otro camino que el de la huida. Y como mujer valerosa que era, pese a su juventud, abandonó la casa paterna y se adentró en busca de refugio por las soledades del yermo.

La relación entre la vocación religiosa de Benedicta y la presencia de San Fructuoso en la región no ofrece lugar a dudas. La "Vida" se hace eco del fenómeno de entusiasmo religioso que provocó la presencia del santo en la Bética. Fue una conmoción que arrasó al ascetismo a auténticas muchedumbres, hasta tales extremos que llegó a cundir la alarma entre los "duques" del ejército, los cuales pidieron al rey la adopción de medidas para contener tan multitudinaria "huida del siglo"; pues de no ponerse remedio -advertían los jefes de la milicia- "habría sentado plaza un innumerable ejército de monjes", y no podrían encontrarse soldados cuando hubiera necesidad de reclutarlos para alguna campaña militar. Mas no fueron solamente hombres, sino también mujeres quienes se sintieron arrebatar por la llamada divina: "no solo se inflamaron los entusiasmos varoniles, sino también los femeninos", comenta el biógrafo de San Fructuoso. Entre todas las mujeres, Benedicta respondió a la primera llamada, y se convirtió antes que ninguna en discípula del asceta visigodo.


Fructuoso y sus monjes residían en un monasterio de grandes dimensiones emplazado a nueve millas de la costa oceánica. Hasta aquellos parajes llegó, dirigida por Dios, la joven Benedicta, que no osó acercarse al recinto monástico y por mediación de unos mensajeros suplicó a Fructuoso que le mostrara el camino de la salvación y dirigiese por él su alma en busca del Señor. El santo acogió benignamente estas súplicas y mandó construir en aquella soledad una cabaña para morada de Benedicta. Fructuoso enviaba diariamente a alguno de los oblatos residentes en el monasterio con las cartas espirituales destinadas a la joven; pero no se preocupaba tan sólo de nutrir su alma, sino que pensaba también en las necesidades del cuerpo; por eso, junto con las cartas le hacía llegar también el alimento necesario para su sustento.

La fama de Benedicta se propagó con rapidez y su ejemplo arrastró a muchas otras mujeres. Ochenta vírgenes se congregaron pronto en torno a Benedicta, y para ellas Fructuoso levantó un nuevo cenobio. Mas no fueron jóvenes vírgenes las únicas en llamar a la puerta de Benedicta; llegaron también mujeres casadas con sus hijas que, enardecidas de fervor religioso, habían dejado el hogar de acuerdo con sus maridos e hijos, los cuales se incorporaban a su vez a la congregación de los monjes.

En cuanto al novio abandonado, después de un tiempo de silencio recurrió a la vía judicial, y valiéndose de la influencia que le daba su estatus de gardingo planteó su caso al monarca reinante (probablemente Recesvinto) solicitando el nombramiento de un juez que investigase la cuestión y diese sobre ella su veredicto. Comparecieron pues los dos en un juicio, y el juez la vio "tan llena de Espíritu Santo" que su veredicto fue rápido y claro: "Déjala servir al Señor y búscate otra mujer".

Benedicta quedó así libre de compromisos y podía consagrar su vida plenamente a Dios. Una vida que sería ya muy breve, pues al poco tiempo la doncella murió.


Fuente:
Historia del reino visigodo español - José Orlandis


21 de abril de 2010

El derecho hispanovisigodo

Los pueblos germánicos no tenían leyes escritas y se regían por la costumbre. Pero cuando se asentaron en el interior del Imperio Romano los reyes germanos, con el fin de resolver los nuevos problemas que surgían como consecuencia de esos asentamientos, empezaron a dar leyes escritas en latín e inspiradas muchas veces en las de los romanos. Eso fue lo que hizo el rey Eurico cuando los visigodos estaban en la Galia. Su hijo Alarico fue también un importante legislador, ya que mandó reunir las leyes romanas en un nuevo libro que lleva su nombre, el "Breviario de Alarico".
Manuscrito del Breviario de Alarico (s. X)

Más tarde, cuando los visigodos se establecieron en España, sus reyes fueron dando nuevas leyes que servían para todos sus súbditos, godos y romanos cada vez más mezclados entre sí. Los reyes legisladores más famosos fueron Chindasvinto y su hijo Recesvinto, que a mediados del siglo VII reunieron las leyes de los antiguos reyes godos, y añadieron otras nuevas hasta formar el "Libro de los Jueces". Mandaron que en adelante sólo se utilizara ese libro de leyes y al mismo tiempo prohibieron las antiguas leyes romanas. Sin embargo, el Libro de los Jueces está inspirado en la legislación y la práctica judicial romanas, y sólo de manera excepcional recoge algunas antiguas costumbres godas. Esto quiere decir que para entonces los visigodos, como hacía ya varios siglos que habían penetrado en el interior del Imperio, estaban muy romanizados o, lo que es lo mismo, habían tomado muchas costumbres y formas de vida de los romanos. Fuente consultada:

  • Bárbaros, cristianos y musulmanes - Trevor Cairns

21 de octubre de 2009

Alarico I y la epopeya de los godos

Alarico I el Grande
De lo más profundo de los bosques nórdicos surgieron los bárbaros, para azote y devastación del gran imperio hegemónico, el Imperio Romano. Entre esos bárbaros había tribus sobresalientes, pero una destacaba sobremanera. Dicen los cronistas que era la tribu más civilizada de los bárbaros. Su nombre, Godos. Los godos fueron fuertes, siempre abocados a la única causa de la supervivencia nomadeando por buena parte del territorio europeo, siempre agrupados cumpliendo con la ley germánica. Grandes jefes seguidos por sus familias se movían por Europa y el objetivo siempre era el mismo: Roma. Los godos iban a la vanguardia de aquellas tropas, y su eterno héroe e iniciador de una gran saga no fue otro que Alarico I, el gran jefe de los Baltingos. Posiblemente, los godos saltaron a tierra desde una isla sueca llamada Gotland en el año 50 a.C., más o menos al mismo tiempo que Roma vencía a los galos. Su propósito inicial era dominar las riberas del Vístula. Allí se establecen en tres grupos diferenciados: “tribu de los bosques”, “tribu de las rocas” y “tribu de las llanuras”. Lucharon contra los gépidos y contra los vándalos, todos se aliaron con todos y avanzaron inexorablemente por el continente europeo. Durante siglos, fueron vagando por el continente, vadeando grandes ríos como el Volga o el Vístula hasta que finalmente llegaron al Danubio. Y el Danubio les gustó, y por allí deambularon durante siglos. En el siglo III ya habían creado dos grandes grupos: por un lado los ostrogodos que buscaron acomodo en Ucrania, por otro los visigodos que se establecieron en los Balcanes. Desde el año 332 empezó una extraña relación con el Imperio Romano, que pronto traería consecuencias. En el siglo IV el Imperio Romano ya estaba haciendo todo lo necesario para caer. Las diferentes incursiones bárbaras comenzaban a hacer estragos; Roma luchaba con unos, pactaba con otros y se aliaba con el resto. Los visigodos, por civilizados y condescendientes, habían sido los llamados a establecer ese contacto con los romanos. Durante años, muchos generales visigodos fueron ocupando cargos en las legiones romanas. Algún visigodo llegó a ser Magister Militum, gran general de las legiones. Roma estaba muy necesitada de efectivos, de tropas auxiliares que la pudieran surtir de soldados, pero con los godos la situación era complicada; a veces se pactaba, a veces se luchaba en común, pero otras veces el desencuentro era inevitable. Los visigodos estaban en contacto con el Imperio Romano de Oriente y en uno de los múltiples desencuentros se produjo la enorme batalla de Adrianápolis, en el año 378. Allí, los romanos orientales vieron perder nada más y nada menos que a un emperador; la caballería visigoda pasó por encima de las legiones romanas. Los visigodos camparon a sus anchas; durante cinco años la devastación fue total en la Península Balcánica. La hordas visigodas hicieron acopio de fuerza e inundaron con sus lanzas todo el territorio griego. A todo esto, ya había nacido en la desembocadura del Danubio un pequeño, llamado a ser uno de los grandes líderes de los visigodos: Alarico, perteneciente al clan de los ‘Balta’. Todo esto, en un contexto terrible también para los propios bárbaros, porque desde las estepas más orientales llegaba el ímpetu de los jinetes hunos, también los bárbaros sufrieron su azote. Alarico vio cómo su pueblo combatía a los romanos y también intentaba frenar a los hunos; raro era el año en el que no había una guerra, un hecho terrible o una hambruna. Los visigodos se fueron haciendo fuertes, había que sobrevivir a toda costa; los linajes godos debían mantenerse y pronto alguien debería asumir el mando. En el siglo IV los godos fueron cristianizados y se aferraron a la fe, pero bajo una tendencia herética: el arrianismo. Aunque arrianos, eran cristianos al fin y al cabo, y el emperador Teodosio no les hizo ascos y comenzó a pactar con ellos ya que la situación de los romanos era muy delicada. Los visigodos eran fuertes y además acostumbrados a luchar a la manera germánica, eran tremendos y rotundos guerreros. En el año 394 Alarico tiene 24 años. Era alto y atractivo, manejaba la espada a la perfección, disparaba el arco con certeza y acometía con ímpetu con su lanza, además de ser un espléndido jinete. Representaba el ideal de la belleza y de la valentía de los godos. Asumió entonces el mando único de las tribus visigodas; nacía la epopeya de los visigodos. Pero surgieron una vez más los desencuentros y Roma se convirtió de nuevo en el enemigo. En el año 395, aquel joven líder fue elevado a la categoría de rey, y es considerado el primer gran caudillo de los visigodos. Alarico consiguió dinero de Roma que le fue entregado para evitar sus saqueos. Agrupó a los suyos, les entrenó y les dotó del mejor armamento de la época a costa del erario público de Roma. A la muerte del emperador Teodosio, el Imperio Romano estaba dividido en dos: el Imperio de Oriente y el de Occidente, que heredaron sus hijos Arcadio y Honorio respectivamente. Honorio, rápidamente diseñó una estrategia para quedarse con el Imperio de Oriente, y en esa estrategia entraban los visigodos, con los cuales pactó para ocupar el territorio de su hermano.
Honorio
En el año 400, Alarico se siente muy perjudicado por algunos honorarios que no habían llegado desde Roma, por lo que toma una decisión: invadir la península italiana y tomar y saquear Roma. Los romanos ni en sueños podían imaginar que hordas bárbaras pudieran llegar hasta las mismas puertas de Roma. En otoño de ese año, la hueste visigoda entra a sangre y fuego en Italia. Las ciudades van cayendo y los romanos están estupefactos. Durante un año y medio Alarico y los suyos van estrechando el cerco en torno a la capital romana, pero los romanos aún podían dar mucha guerra y llegado el momento arremetieron contra los visigodos cerca del río Po. Fue un choque brutal en el que la caballería visigoda se estrelló contra los escudos de las legiones. Alarico no pudo más que replegar lo que quedaba de su ejército e intentar una retirada honrosa, pero fue perseguido por los romanos hasta que volvieron a entablar batalla cerca de Verona. Los visigodos habían sido vencidos pero aún seguían en Italia, por lo que se les entregó una auténtica fortuna a cambio de su total retirada. Alarico cogió el dinero y se fue. En el año 404, el emperador Honorio sueña con arrebatar el Imperio de Oriente a su hermano Arcadio, por lo que vuelve a llamar a Alarico para pactar con él. En el 408 se iba a dar el golpe definitivo a Oriente, para lo que se empiezan a desviar tropas desde Hispania y las Galias. Cuando están organizándose, llega la noticia de que Arcadio ha muerto y Honorio ordena paralizar la campaña. A Alarico le habían prometido 1.814 kilos de oro pero Honorio se desentiende, siempre subestimando el poder de los bárbaros. También manda asesinar a su mejor general, Estilicón, porque sospecha que le pueda traicionar, lo que provoca que 30.000 de sus soldados se pasen al bando visigodo. Por fin los visigodos irrumpen en Italia ya para quedarse. Alarico sitia la ciudad de Roma y pretende rendirla por hambre. A cambio de no asolar la Ciudad Eterna exige un tributo, y los romanos, atemorizados, pagan, por lo que levanta el sitio y se va. Se dirige a Rávena a entrevistarse con Honorio. El visigodo sólo quiere que se le cedan unos territorios (en la actual Austria) para establecerse permanentemente y fundar allí su país. Honorio, subestimando una vez más a Alarico, se ríe de él y deniega su petición. El 24 de agosto del año 410 Alarico ordena a sus tropas tomar al asalto la ciudad de Roma. Amante de la belleza y consciente de que podría llegar a ser el primer emperador de origen bárbaro, ordena que no se arrase ningún templo cristiano ni se destruya ningún símbolo emblemático de la ciudad. Miles de romanos son pasados a cuchillo y los visigodos hacen acopio de todo el botín que pueden. Tras seis días y seis noches los visigodos abandonan Roma cargados de tesoros. Llevan como rehén a Gala Placidia, hermana de Honorio y Arcadio.
Gala Placidia
Alarico quería ser el nuevo emperador romano, pero sabía que para eso debía abastecer a sus hombres. El norte de África era el granero del Imperio, así que fletó una importante flota para que sus hombres tomaran al asalto también aquellas tierras, pero fue hundida por las tormentas y la campaña del norte de África no se pudo llevara cabo. Mientras, los visigodos iban arrasando una a una las ciudades de toda Italia. Pero ¿quién podría detener al gran Alarico? ni las legiones, ni los dioses. Estando el rey a las puertas de Cosenza dispuesto a tomar la ciudad, la enfermedad se adueñó de él. El gran rey, el héroe eterno de los visigodos, murió entre convulsiones y fiebres. Los visigodos le lloraron; era el primero al que habían seguido como gran líder de todos. Los bárbaros sabían que el cadáver de Alarico sería pieza codiciada por los romanos. Los principales generales ordenaron a los miles de esclavos que llevaban cavar hasta desviar el cauce del río, creando muros de contención. En el cauce que quedó seco cavaron una fosa y allí, entre rezos mortuorios y homenajes, depositaron el cuerpo de Alarico. Cuando finalizaron el entierro ordenaron derribar los muros de contención y las aguas del río volvieron a ocupar su cauce natural. Los generales ordenaron matar a los esclavos que habían participado en la obra. Desde entonces la tumba de Alarico está perdida. Se decidió buscar un nuevo rey. A partir de entonces los reyes se proclamarían de forma electiva. Los mejores guerreros se reunieron en torno a los líderes, y todos se fijaron en el gran príncipe Ataúlfo, primo y cuñado de Alarico. Fue elegido por su entrega y su valor, y para continuar la dinastía de los baltingos. Ataúlfo era consciente de que no podían sostener la situación en Italia, y tras pactar con los romanos se retiró hacia las Galias. Allí pactó con los generales romanos de provincias y consiguió crear el reino de Tolosa. En el año 414 Ataúlfo ponía pie en las tierras de Hispania, aunque los visigodos no se quedarían aquí hasta años más tarde.
Ataúlfo

11 de agosto de 2009

Recaredo: el hombre nuevo

Pocos personajes históricos han recibido una aprobación más ferviente por parte de sus contemporáneos como Recaredo, el primer rey católico de la España visigoda. De este monarca todos hablan bien, desde los cronistas de su época a los padres del Concilio III de Toledo, e incluso el propio Pontífice romano, que era entonces una figura de la talla y el prestigio universal de Gregorio Magno. "Conquistador de nuevos pueblos para la Iglesia". Esta expresión usada por los padres toledanos parece inspirar las palabras escritas por Gregorio Magno a Recaredo, a propósito del acontecimiento de la conversión de los godos:
"¿Qué voy a poder decir yo en aquel tremendo tribunal, ante el supremo Juez que ha de venir, si me presento con las manos vacías, mientras que tú llevarás en pos de ti a rebaños de fieles, que has atraído a la gracia de la verdadera fe con tu diligente y continua predicación?"
A juicio del más competente historiador de la época, el abad Juan de Bíclaro, Recaredo había renovado la gloria de los mayores príncipes cristianos de todos los tiempos. Este coro unánime de alabanzas levanta en torno a Recaredo una cortina de incienso, que constituye un indudable obstáculo para discernir el mito y la realidad, y averiguar la verdadera identidad del hombre y el monarca. Recaredo fue hijo del primer matrimonio de Leovigildo, que ya había enviudado en el año 569, cuando tras ser elevado al trono contrajo matrimonio con Goswintha, la viuda del difunto monarca Atanagildo. Pese a que ciertas noticias tardías y de dudosa credibilidad afirmen que la primera esposa de Leovigildo había sido una dama católica de estirpe hispano-romana, lo cierto es que no conocemos quién fue la madre de Recaredo y de su hermano mayor, Hermenegildo. En el año 573, -año en que Leovigildo comenzó a gobernar la totalidad del reino, repartido hasta entonces con su hermano Liuva I-, el monarca visigodo asoció al trono como corregentes -consortes regni- a sus dos hijos, Hermenegildo y Recaredo. Cuando seis años más tarde, en el 579, el primero de ellos abrazó el catolicismo y asumió en Sevilla el título de rey, Recaredo permaneció junto a Leovigildo en la guerra civil que éste sostuvo con su hijo mayor.
Leovigildo
Recaredo aparece en su faceta de hombre de armas durante la época de su juventud, cuando luchó en la guerra civil junto a su padre y dirigió incluso una victoriosa campaña contra los francos. Tuvo ésta lugar cuando Goutran de Borgoña lanzó un importante ataque contra la provincia visigoda de la Narbonense. El heredero de la corona toledana demostró ser un excelente caudillo y obtuvo varios éxitos notables. Pero a partir de su ascensión al trono, la imagen de Recaredo que prevalece es la del político y hombre de paz. Hombre pacífico y magnánimo: tal es la imagen de Recaredo según San Isidoro, que se esfuerza en presentarlo en la "Historia de los Godos" como la contrafigura de su padre y el reverso de la medalla de lo que éste fue y representó. Recaredo fue un hombre de paz, y si se exceptúan las acostumbradas escaramuzas fronterizas con bizantinos y vascones, sólo hizo la guerra para rechazar las agresivas incursiones francas a la provincia Narbonense. Pero fue también un verdadero estadista, con una línea política clara y voluntad resuelta de seguirla. La política religiosa fue, sin embargo, la principal preocupación del monarca, y esa política tuvo como supremo objetivo la conversión de los visigodos y la consiguiente unidad religiosa del reino. Recaredo abrazó la fe católica en el décimo mes de su reinado, esto es, en el primer trimestre del 587. Se trató pues, de una conversión que precedió en más de dos años a la recepción oficial del pueblo godo en la Iglesia. La índole "personal" de la conversión parece un aval de su sinceridad y de que se trató de una decisión madurada desde hacía tiempo.
Conversión de Recaredo (Antonio Muñoz Degrain. 1888)
Un aspecto de la personalidad de Recaredo que permanece en la penumbra es el de su vida familiar. Tenemos noticia de dos sucesivos intentos de matrimonio con princesas francas, ninguno de los cuales llegó a buen puerto. ¿Quién fue entonces la esposa de Recaredo? La respuesta es clara; una mujer de la cual conocemos tan sólo el nombre: Baddo. Esta señora aparece en el Concilio III de Toledo en calidad de reina y firma con la fórmula: "Yo Baddo, gloriosa reina". Se sabe que Recaredo tuvo un hijo natural, Liuva II, que nació cuando se estaban llevando a cabo las gestiones para su matrimonio con una de las princesas francas. Una de las hipótesis más aceptadas es que Baddo pudo ser una mujer de condición plebeya a la que Recaredo estaba unido desde tiempo atrás por una relación de concubinato estable. Al fracasar las negociaciones con las princesas francas, el monarca decidiría contraer matrimonio con Baddo, convirtiéndose ésta en reina. Un hombre nuevo para una época nueva: así es como podría definirse la figura de Recaredo. No quiso ser continuador de nadie ni de nada, sino el iniciador de un período histórico original. La época que inauguró fue la de la unidad religiosa de godos y romanos. (Fuente consultada: Semblanzas visigodas - José Orlandis)

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