9 de abril de 2011

Viviendas urbanas en la Edad Media

En la Edad Media la gente no vivía tanto en sus casas como acampaba en ellas. Los nobles poseían muchas residencias y viajaban mucho. Al desplazarse, enrollaban los tapices, llenaban los arcones, desmontaban las camas y se llevaban todo con ellos. Eso explica por qué tantos muebles medievales son portátiles o desmontables. En castellano, francés e italiano, las palabras relativas a muebles, mobiliers y mobilia significaban precisamente "lo que se puede mover".

Los burgueses de las ciudades eran menos móviles, pero también necesitaban muebles transportables, aunque por diferentes motivos. La casa medieval era un lugar público, y no privado. La sala estaba en constante uso para cocinar, comer, recibir invitados, hacer negocios y, por la noche, para dormir. Esas diferentes funciones se realizaban mediante el cambio de sitio de los muebles según se necesitaran. No había "mesa de comedor", sólo una mesa que se utilizaba para preparar la comida, comer, contar el dinero y, de ser necesario, para dormir. Por la noche se quitaban las mesas y se sacaban las camas. El resultado era que no se hacía ningún intento de ordenar los muebles de forma permanente. Los cuadros de interiores medievales reflejan una improvisación en la colocación desordenada de los muebles, que sencillamente se ponían al lado de las paredes cuando no se utilizaban. Salvo la butaca, y más tarde la cama, da la impresión de que se atribuía escasa importancia al mobiliario, se lo trataba más como equipo que como posesiones personales apreciadas.


Pero lo que sorprende de las casas medievales no es la falta de muebles, sino la multitud y el pulso vital que había en su interior. Aquellas casas no eran necesariamente grandes -salvo si las comparamos con las chozas de los campesinos-, pero estaban llenas de gente. Ello se debía en parte a que, como escaseaban los hoteles, bares y restaurantes, servían de lugares de reunión pública para recibir y para hacer negocios, pero asimismo también eran muchos los que las habitaban. Además de la familia inmediata había empleados, sirvientes, aprendices, amigos y protegidos; no eran raros los hogares de veinticinco personas. Como toda esa gente vivía en una habitación, la intimidad era inexistente.

No sólo había muchas camas en la misma habitación, sino que generalmente dormían varias personas en cada cama. Era normal que midiesen hasta tres metros de lado.

Sin embargo, la vida doméstica en las ciudades medievales no era "primitiva". Por ejemplo, bañarse estaba muy bien visto y muchas casas burguesas contaban con un sistema de desagüe y con pozos negros subterráneos, aunque no había alcantarillas. Estos pozos se vaciaban periódicamente y el material que allí había se llevaba al campo para ser utilizado como abono.


Fuente:
La casa, historia de una idea - Witold Rybczynski

8 de abril de 2011

Dos nuevos libros

Vamos a hablar de un par de libros que no tienen absolutamente nada en común. Uno es el testimonio de Simon Wiesenthal, cazador de nazis, y el otro es una novela, la sexta y última parte de la serie 'Los hijos de la tierra' de Jean M. Auel.

Los asesinos entre nosotros (Simon Wiesenthal).

Simon Wiesenthal, fallecido en 2005, fue un arquitecto judío nacido en Polonia y que durante la Segunda Guerra Mundial pasó por una docena de campos de concentración. Toda su familia fue exterminada. Una vez acabada la guerra decidió buscar a los principales criminales nazis para que no quedasen impunes. Se ofreció para trabajar en la Oficina de Crímenes de Guerra de los norteamericanos y así empezó sus investigaciones. Durante el resto de su vida se dedicó a perseguir incansablemente a muchos nazis importantes que habían escapado de Alemania y se refugiaban en diferentes países, sobre todo de Latinoamérica. Algunos de ellos fueron detenidos y juzgados gracias a su labor. En este libro relata sus memorias y recoge testimonios de muchas personas que sufrieron la barbarie nazi.

La tierra de las cuevas pintadas (Jean M. Auel).

Sexta y última parte de la serie 'Los hijos de la tierra'. Ayla, la niña cromañón que fue criada por el Clan del Oso Cavernario y posteriormente expulsada, después de recorrer casi toda Europa en compañía de su compañero Jondalar y de sus caballos y su lobo, se ha establecido finalmente en la Novena Caverna de los zelandonii, la tribu de su compañero. Mientras atiende a la hija de ambos, también se prepara para ser líder espiritual de la caverna. No siempre es fácil para ella compaginar el cuidado de su familia con las tareas que se le exigen para pasar las pruebas que la llevarán a la élite espiritual, y la relación con su pareja se empieza a resentir. Una novela que muestra la vida en la Era Glacial, aunque antes de leerla yo recomendaría leer las cinco anteriores para coger bien el hilo de la historia.

7 de abril de 2011

Don Juan José de Austria (1629-1670)

Don Juan José de Austria nació el 7 de Abril de 1629, en Madrid, hijo natural de Felipe IV y de la actriz María Calderón, llamada "La Calderona", que actuaba en uno de los teatros populares más frecuentados por el monarca.

Cuando se le bautizó -en medio de la expectación de la corte- en la parroquia de los santos Justo y Pastor fue inscrito sin más nombre ni filiación que “Juan hijo de la tierra”. Pasó su primera infancia en León y fue criado después en Ocaña, donde recibió una esmerada y polifacética formación, seguida por su padre, a cargo de maestros escogidos.

En 1642 Felipe IV le reconoció como hijo suyo y sólo un año después tenía ya puesta, con gran esplendor su “Casa Serenísima”. Posteriormente fue armado caballero de la orden militar de San Juan e investido de la dignidad de Gran Prior de Castilla y León, tras pronunciar los votos eclesiásticos reglamentarios. El castillo de Consuegra era la sede del Priorato y allí aguardó Don Juan José nuevos favores regios, que no tardaron en llegar.

Partida de nacimiento de don Juan José

A pesar de asumir su paternidad, el monarca mantuvo una continua distancia física con su hijo, tanto por los problemas de protocolo que su presencia causaba en la Corte, como por la difícil posición de la reina doña Isabel de Borbón que nunca aceptaría el reconocimiento de "su hijo" ni el formulismo de dirigirse a él como tal. Más radical sería aún la posición de la segunda esposa de Felipe IV, doña Mariana de Austria, que se mostraría mas intransigente con el hijo ilegítimo de su esposo. De igual modo, don Juan José tampoco llegaría a tener contacto afectivo con sus hermanos.

Por ello su presencia en palacio siempre fue corta y esporádica, siéndole siempre encomendadas misiones lejos de Madrid, como su nombramiento de Príncipe de la Mar en marzo de 1647, que le hacía jefe de las flotas y armadas de la corona con contínuos desplazamientos a Nápoles, Sicilia, Flandes o Cataluña.
La muerte de su padre -Felipe IV- en 1665 agravaría su posición personal, pues en su testamento ratificado el 14 de septiembre, tres días antes de morir, no le dejó ningún puesto de relevancia política; mientras que a doña Mariana la dejaba como regente del reino, pues el heredero príncipe don Carlos (futuro Carlos II) aún no había cumplido los cuatro años de edad. El mismo testamento disponía que la reina fuese asesorada por una Junta de Gobierno, donde ella consiguió colocar a su confesor, el jesuita Everardo Nithard, de origen alemán llegado a España con motivo de sus esponsales, personaje no bien visto por la aristocracia ni por el pueblo español.

Busto de D. Juan José de Austria
(Museo Cerralbo, Madrid)
En este contexto don Juan José fue ganando adeptos por parte de los nobles que le consideraban la persona más capacitada para hacer frente tanto a la reina como a Nithard y conseguir parte de la posición política perdida, al tiempo que las clases populares lo veían como el salvador de la situación caótica por la que atravesaba la monarquía en aquellos difíciles años.
En febrero de 1667 consiguió respaldo suficiente para instalarse en el Palacio del Buen Retiro, siendo finalmente aceptado como Consejero de Estado para resolver el conflicto de Flandes. Acusado de conspiración, buscó refugio en Aragón y Cataluña, desde donde avanzó con 300 jinetes hasta Madrid donde la situación fue tan tensa que la reina acabó por firmar la destitución de Nithard (25 de febrero de 1669). La popularidad y proximidad de don Juan José seguía siendo un peligro para la regente, que decidió nombrarlo virrey y capitán general del Reino de Aragón, y vicario general de los reinos de aquella corona para alejarlo de la Corte una vez más. Y en 1670 la reina decidió su traslado a Flandes como gobernador de aquella provincia, a lo que don Juan José se negó excusándose en su delicada salud.

El de Austria volvió a ser la esperanza de la nobleza española ante el ascenso al poder de Fernando de Valenzuela, oscuro personaje antes al servicio de Nithard y ahora confidente de la reina doña Mariana. Ante la sublevación popular de Mesina don Juan José, que no tenía rival para ponerse al frente de las tropas españolas, manifestó su deseo de actuar militarmente. No obstante consiguió demorar el asunto, quizás por el hecho de la próxima proclamación de Carlos II como rey de España, una vez acabado el período de regencia. Una fecha que señalaría el fin de doña Mariana como Regente y para don Juan José la posibilidad de alcanzar un puesto en el gobierno de la nación. El 6 de noviembre de 1675 Carlos II cumplía 14 años de edad, y la Junta de Gobierno continuó con sus funciones bajo la presidencia de doña Mariana, que nombró a Valenzuela gentilhombre de cámara de su majestad y primer ministro. Don Juan José se volvió a convertir en la esperanza de todos; los grandes consiguieron alejar al rey, trasladado al palacio del Retiro; Valenzuela fue encarcelado, y don Juan José finalmente nombrado primer ministro, cuando cumplía 46 años y su hermano Carlos II tenía sólo 15.

Su ministerio fue de gran actividad, promoviendo acciones sociales importantes, aunque la falta de resultados inmediatos hizo que muchas ilusiones se fueran desvaneciendo. A poco más de dos años en el poder, en 1679, don Juan José se siente indispuesto de una enfermedad de la que ya no se recuperaría, falleciendo el 17 de septiembre de ese mismo año, mientras su hermano estaba en fiestas por los preparativos de su boda con doña María Luisa de Orleans.


Fuentes:
- Cataluña y el gobierno central tras la guerra de los segadores – Fernando Sánchez Marcos
- Retratos de la Historia
- Enciclopedia.us.es


Esta entrada forma parte de la iniciativa puesta en marcha por el blog Reinado de Carlos II para conmemorar el 382º aniversario de D. Juan José de Austria.

6 de abril de 2011

Tarraco

En la época prerromana el territorio del Campo de Tarragona estaba ocupado por la tribu de los cosetanos, siendo uno de sus asentamientos más importantes Kese, que probablemente constituyó el precedente más inmediato de la ciudad romana de Tarraco, la actual Tarragona.

En el año 218 a.C. con motivo de la II Guerra Púnica entre romanos y cartagineses, el ejército romano a las órdenes de Escipión desembarcó en Ampurias, colonia griega aliada de Roma. Simultáneamente se funda Tarraco, como asentamiento de invierno de los ejércitos romanos en Hispania, iniciándose un largo y complejo proceso de incorporación de las tierras peninsulares al nuevo orden político, cultural y económico de Roma, en el cual Tarraco jugó un papel fundamental en todo momento.


En la segunda mitad del siglo I a.C. se le concedió el estatuto de colonia de derecho romano, tomando la denominación de Colonia Iulia Urbs Triunphalis Tarraco. En el año 27 a.C. le fue concedida la capitalidad de la provincia Tarraconense, dentro de la nueva organización provincial propiciada por Augusto. Éste residió en Tarraco durante dos años, siguiendo desde allí las operaciones militares que se llevaban a cabo en la cornisa cantábrica. Se inició entonces la aplicación de un programa dirigido a dotar a la colonia de un alto nivel urbanístico y monumental acorde a la importancia y significación de la ciudad.

Anfiteatro de Tarraco

La vitalidad de la ciudad se mantuvo con plenitud hasta mediados del siglo III d.C. Como consecuencia de la crisis general y de las primeras oleadas de invasores germánicos se inició un proceso de recesión progresiva tanto en el aspecto demográfico como en el urbanístico. Esto significó la destrucción y abandono de gran parte de la ciudad, excepto de la parte alta que se convirtió en el núcleo principal.

Durante esta época, la pérdida de importancia de Tarraco primero respecto a Tolosa, después respecto a Barcino (Barcelona) y finalmente respecto a Toletum (Toledo), supuso un alejamiento de la ciudad de los centros políticos decisivos. Este alejamiento no menguó su importancia urbana, fundamentada en su condición de sede eclesiástica metropolitana y en el mantenimiento de sus instalaciones portuarias hasta la llegada de los musulmanes a la ciudad en el año 713-14. Este hecho señala definitivamente la entrada de la ciudad en la Edad Media.


Fuente:
Museu Nacional Arqueològic de Tarragona

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