La dominación visigoda en la Bética no comienza a hacerse sentir hasta la época de Teudis (531-548), cuando era ya demasiado tarde para hacerla efectiva. Ocupados en afianzar su posición en el reino de Tolosa en liza con los francos, los visigodos no se replegaron sobre España hasta que su posición en el mediodía de Francia se hizo insostenible. Y para entonces aquí las podibilidades de una colonización intensiva se hallaban muy limitadas; los suevos se habían afincado en Galaecia, y la organización social de la Bética, Cartaginense y Lusitania, tanto en sus ciudades como en los castella del campo, nudos de una red de poderosos latifundios, dejaban pocos resquicios para una penetración profunda y duradera. Únicamente las cuencas del Duero y del Tajo, parte de la antigua Tarraconense, ofrecían perspectivas para un asentamiento pacífico como el que el pueblo visigodo llevó a efecto en estos territorios.
Un episodio de la biografía de Teudis, el de su boda, revela la magnitud que alcanzaban entonces las propiedades y las fortunas en regiones de España como la Bética. Según Procopio, a quien debemos la noticia, el godo estaba casado con la hija de un hispano tan rico en caudales y tierras, que cuando le hizo falta, pudo reclutar entre los colonos de su mujer una hueste de unos mil lanceros. Así alcanzó Teudis durante el reinado de Amalarico una posición de preeminencia que al término del mismo le permitió alzarse con la corona.
Este repliegue visigodo desde la Galia sobre Hispania coincide con el reinado de Justiniano (527-565) en Constantinopla, cuando el Imperio Bizantino alimenta esperanzas no infundadas de volver a reunir bajo su cetro todo el orbe romano. El general Belisario acaba con el reino de los vándalos en África y anexiona sus territorios. Teudis, que no ha querido o no ha podido responder a la llamada de socorro que el rey vándalo le ha dirigido, pretende ocupar Ceuta para poner coto a la expansión de los imperiales, pero la empresa acaba en una catástrofe. Y ahí están ya los bizantinos al otro lado del Estrecho, contemplando una Bética y una Cartaginense que sin un adecuado dispositivo de defensa no tardarán en caer en sus manos.
Las muertes de Teudis y Teudiselo encierran un dramatismo de comedia bárbara, y tal vez la primera y con seguridad la segunda tuvieron a Sevilla por escenario. El regicidio era moneda tan corriente entre los visigodos, que cuando un rey no sucumbe a manos de unos conjurados, las crónicas subrayan expresamente, como con un suspiro de alivio, que falleció propria morte. Gregorio de Tours explica esta práctica de los godos:
"Cuando no les gusta un rey lo degüellan con la espada, y hacen rey en su lugar a otro que les place"
La proclamación de Teudis había llevado aparejada, probablemente, la muerte de algunos de sus rivales. Al cabo de los años, a raíz del desastre de Ceuta, una de aquellas víctimas encontró vengador en un sujeto que fingiéndose loco hundió su espada en el pecho del rey y en su propio palacio.
Muchas veces se subía al trono por la espada, pero otras muchas se bajaba de él por el mismo artilugio. Bajo esta sombra reinaban los visigodos, a la espera del iudicium Dei, la justicia de Dios en la tierra.
Fuente:
Historia de Sevilla - Antonio Blanco / Francisco Morales
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