16 de noviembre de 2011

Napoleón y la Iglesia católica

En 1801, Napoleón estableció la paz con el más antiguo e implacable enemigo de la Revolución, la Iglesia católica. Napoleón carecía de creencia religiosa alguna, pues era un racionalista del siglo XVIII que conceptuaba la religión, a lo sumo, como una conveniencia. En Egipto, Napoleón se proclamó musulmán. En Francia, dijo ser católico. Pero lo cierto es que se percató de la necesidad de llevar buenas relaciones con la Iglesia católica, con el fin de dar estabilidad a su régimen. En 1800, declaró al clero de Milán:

"Tengo la firme intención de que la religión cristiana, católica y romana sea preservada en su totalidad... Ninguna sociedad puede existir sin moral, ni existe moral válida si no hay religión. Es, por lo tanto, únicamente la religión la que da al Estado un apoyo firme y duradero".

Al poco tiempo de pronunciarse en tales términos, Napoleón entabló negociaciones con el papa Pío VII, con objeto de restablecer la Iglesia católica en Francia.

Ambas partes se beneficiaron del Concordato que Napoleón estableció con el papa en 1801. Aunque éste obtuvo el derecho de destituir a los obispos franceses, ello no le supuso gran capacidad de control sobre la Iglesia francesa, pues el Estado se reservaba el derecho de nombrar a los obispos. La Iglesia tenía libertad, de nuevo, para celebrar procesiones y abrir los seminarios. Pero Napoleón ganaba más. Por el sólo hecho de firmar el Concordato, el papa reconocía los logros de la Revolución.

En contra de los deseos del papa, el catolicismo no se estableció como religión del Estado. La intención de Napoleón era únicamente reconocer al catolicismo como la religión de la mayoría del pueblo francés. El clero recibiría su paga del Estado, pero para anular toda idea de una Iglesia del Estado, los ministros protestantes fueron también incluidos en la nómina.

A raíz del Concordato la Iglesia dejó de ser enemiga del gobierno francés. Al mismo tiempo, este acuerdo tranquilizó a quienes habían adquirido durante la Revolución tierras que habían pertenecido a la Iglesia, pues no serían despojados de ellas. Esta tranquilidad convertía a estos propietarios en firmes defensores del régimen napoleónico.


Fuente:
Civilizaciones de Occidente - Jackson J. Spielvogel

2 comentarios :

  1. Un habil manejo del corso, desde luego. De ese modo, todos contentos. O casi todos.

    Feliz semana, madame

    Bisous

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  2. Una maniobra política, un ejemplo que seguirán otros como Mussolini, Franco...
    Un saludo.

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