18 de junio de 2011

Los juicios contra animales

En la Alta Edad Media la fe de la gente en los dignatarios de la Iglesia como exterminadores de plagas era muy profunda. Pero para que los esfuerzos de los obispos sobre los animales ofensivos tuvieran efecto era preciso que todos ellos fueran juzgados y declarados culpables por un tribunal eclesiástico. Algunos de estos juicios eclesiásticos de animales ocurrieron ya en el siglo XIII, pero fueron haciéndose más y más frecuentes en el continente europeo durante los 200 años siguientes.

En 1338, una especie de escarabajos causó gran devastación en los campos cerca de Kaltern, en el Tirol. Los escarabajos fueron juzgados, declarados culpables y sentenciados, y fueron solemnemente anatematizados en nombre de la Santísima Trinidad. Se registró que, debido a la vida pecaminosa de la gente en esos lugares, los escarabajos no hicieron caso de estos anatemas hasta que pasaron varios años y la gente se arrepintió de sus pecados.

En 1479 se realizó otro juicio de animales famoso en la corte del obispo de Lausana. Esta vez, las cochinillas fueron sometidas a juicio por dañar los cultivos en los campos. El fiscal expuso algunos argumentos sorprendentes para denigrar a los acusados: las cochinillas no estuvieron dentro del arca de Noé sino que revolotearon sobre ella desafiando a Dios. El fiscal afirmó, también, que las cochinillas no eran animales sino criaturas imperfectas generadas espontáneamente y nacidas de la putrefacción. El defensor de las cochinillas no pudo evitar que sus clientes fueran excomulgadas por Monseñor Benedicto de Montferrand, obispo de Lausana, usando un anatema solemne que comenzó con las palabras: “Vosotras, las acusadas, asquerosidad infernal, vosotras, cochinillas, que ni siquiera seréis mencionadas entre los animales...”

El obispo de Lausana en el acto de excomulgar a las cochinillas. Grabado suizo del s. XIX

En un juicio alemán contra un oso, en 1499, el abogado defensor objetó que su cliente sólo podía ser sentenciado por un juzgado de iguales suyos, pero el juez no permitió que se consiguieran otros osos como jurados. La defensa tuvo el mismo poco éxito en un juicio contra los ratones de campo que tuvo lugar en el Tirol en 1519, en el cual los roedores fueron sentenciados al destierro eterno del territorio en cuestión. La única indulgencia que logró su defensor fue que las hembras preñadas y sus crías dispondrían de dos semanas más de tiempo.

Tal vez el juicio de animales más conocido fue el que se realizó en 1587. En el distrito vinatero de Saint Julien, en Francia, los cultivos fueron asolados por una especie de gorgojo verduzco llamado charançon por la gente del lugar. El 13 de abril de 1587 los insectos fueron emplazados ante el tribunal del príncipe obispo de Mauricenne por los síndicos y procuradores de St. Julien. Un abogado experimentado, Antoine Filliol, fue escogido como defensor. El fiscal, Petremand Bertrand, indicó que Dios creó a los animales antes que al hombre para que le sirvieran como subordinados fieles y no quejosos. Los animales que desobedecían deliberadamente las órdenes de Dios, como aquellos gorgojos glotones y criminales, debían ser castigados severamente, bien fuera que obraran por propio acuerdo o por haber sido seducidos por el diablo.

El defensor de los gorgojos refutó estos argumentos con inteligencia. Negó que los insectos en cuestión tuviesen nada que ver con el espíritu maligno y que, en vez de eso, fueron enviados por Dios como un castigo para los habitantes pecadores de St. Julien. Castigarlos sería atraer de veras la ira del Todopoderoso sobre la población.

El lado acusador fue conmovido por estos argumentos. El juicio se aplazó varias veces y al final la acusación propuso que, puesto que era necesario que los gorgojos abandonasen los viñedos, podían asignarles una parcela de tierra para su uso exclusivo donde no serían molestados por ningún ser humano.

El resultado final de este curioso caso judicial se desconoce, aunque aún se conservan 29 folios pertenecientes al proceso, que duró nada menos que ocho meses. Sin embargo, cabe especular que los gorgojos no estuvieron satisfechos con el veredicto dado que la última hoja del registro fue devorada por insectos.


Fuente:
La sirena de Fiji y otros ensayos sobre Historia Natural y No Natural – Jan Bondeson

3 comentarios :

  1. Pues a ver quién juzga a las cucarachas que andan poe el garaje. Me parece que estas no tienen defensa posible. Yo por si acaso ya me tomo la justicia por mi mano. Jejeje.
    Un saludo.

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  2. Qué curiosa entrada, madame. De lo más cómico. Y la verdad, revela que los seres humanos podemos llegar a ser tan idiotas que me hasta me parece sorprendente que aún no nos hayamos cargado el planeta nosotros solitos. Aunque estamos, estamos en ello.

    Feliz sabado

    Bisous

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  3. Una de las entradas más curiosas y divertidas que he leído en mucho tiempo. Lo he pasado fenomenal, y mira que viene bien algo así después de las anteriores dedicadas a los instrumentos de tortura. Algunos casos –en realidad todos- es increíble que hayan podido suceder. Pobres y asquerosas cochinillas, que cochinillas son.
    Un saludo, Kassiopea.

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