Las figurillas hechas de cera o de barro fueron parte integrante de las prácticas mágicas egipcias. Cuando uno quería destruir a un enemigo, elaboraba una pequeña efigie de esa persona en barro, y trans pronunciar la fórmula apropiada rompía la figura. Pero tales miniaturas no servían únicamente a propósitos malévolos, sino también como auxiliares de los difuntos, imprescindibles para su existencia en la otra vida.
Desde los comienzos del Imperio Antiguo se preveía en la mastaba una cámara especial llamada serdab, que servía de morada a una estatua del difunto a tamaño natural. La finalidad de esta efigie era servir de morada al alma en caso de que fuera destruido el cadáver. Incluso los egipcios menos pudientes eran enterrados muchas veces en compañía de una efigie y ataúd en miniatura. En algún momento a comienzos del Imperio Medio, estas figuras empezaron a asumir otra función, convirtiéndose en sirvientes que cobraban vida por arte de magia y se encargaban de las tareas que el difunto se viese obligado a desempeñar en el otro mundo. Estas figurillas recibieron el nombre de shawabti.
Por ser la agricultura el centro de la vida cotidiana en el antiguo Egipto, sus habitantes también concebían el otro mundo como primariamente dedicado a esta actividad. Creían que los difuntos iban a tener necesidad de sembrar los campos y conservar los canales de riego; por eso las estatuillas que enterraban con los difuntos empezaron a parecerse cada vez menos a las momias y cada vez más a los campesinos auténticos.
Más avanzado el periodo del Imperio Medio se presentan provistas de utensilios agrícolas, por ejemplo una azada en cada mano, que mantienen levantada y con el hierro corto hacia fuera.
Al principio estas figuras sólo llevaban inscrito el nombre del difunto, pero se añadieron enseguida conjuros mágicos, sobre todo para garantizar que cobrasen vida a fin de encargarse de su cometido. En líneas horizontales que circundan el torso de la figura se insertaban textos mediante los que se les ordenaba que trabajasen.
Una vez convertidos en sirvientes estos sustitutos de la momia, pareció conveniente el poseer más de uno. En el periodo del Imperio Nuevo los personajes acaudalados los tuvieron a cientos. El faraón Taharqa tuvo más de un millar de shawabti, y cada uno de estos era una efigie de piedra artísticamente esculpida.
Existieron bastantes diferencias en cuanto a número y material de los shawabti, en función de los recursos del difunto. Los más baratos eran de barro cocido, a veces de sólo cinco centímetros de alto y fabricados en masa partiendo de moldes. En ocasiones la elaboración era tan grosera que las figuras carecen de rasgos faciales y más parecen cigarros puros fosilizados.
Quienes podían gastar un poco más se permitían unos shawabti de barro algo más grandes, de hasta veinticuatro centímetros, con el nombre del difunto pintado en negro. Otro material común era la loza vidriada, también con muchas variaciones en cuanto a calidad y tamaño. Los más baratos eran parecidos a los de barro cocido, en cambio algunos de los más grandes son exquisitas obras de arte, prefiriéndose por lo general el vidriado azul oscuro.
Las figuras más perfeccionadas, desde luego reservadas a la realeza y a las familias nobles de mayor categoría, se esculpían en madera o en piedra caliza o serpentina.
La obra se realizaba por encargo y por lo general aparece provista de una inscripción que indica quién era el artesano.
Fuente:
Los misterios del antiguo Egipto - Bob Brier
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O sea que lo de hacer figurillas con propiedades mágicas ya era algo antiguo, como los "exvotos" iberos o los muñecos del vudú.
ResponderEliminarUn saludo.
Eso mismo, como dice Cayetano, he pensado yo, en el vudú. Y también en la afición de los hombres, aún después de muertos por seguir siendo servidos, cuando en realidad nuestro cuerpo ya no sirve para nada. Un saludo.
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