
Los griegos atribuian el origen del pan a los dioses y le otorgaban un carácter sagrado.
Durante muchos años en la antigua Grecia su consumo estuvo limitado a las clases pudientes que ingerían pan fermentado, una golosina que hasta el siglo VI a.C. fue privilegio de los poderosos.
Elaboraban panes blanquísimos partiendo de harinas refinadas; agregaban a la masa especias, frutas, aceite, leche y hierbas y conseguían piezas de formas caprichosas, con cenefas y dibujos en su superficie que demuestran la importancia y el refinamiento que este alimento adquirió entre el pueblo heleno, cultura de la que, asimismo, dejó constancia la literatura de la época.
Autores tan representativos como Platón, Homero y Aristófanes hicieron reiteradas alusiones al pan.
Una de las más bellas leyendas es la que evoca al filósofo Demócrito de Abdera que, agonizante, vence a la muerte durante dos días sólo con aspirar el olor que desprendían unos lienzos utilizados para retirar del horno piezas recién cocidas.
A los griegos debemos también la institución de las panaderías en cuanto establecimientos de venta al público, y de ellos aprendió el pueblo romano la cultura del pan.
Horno griego
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