2 de septiembre de 2018

El rinoceronte del rey de Portugal

El 20 de mayo de 1515 desembarcó en Lisboa el primer rinoceronte que veía Europa desde los tiempos del Imperio Romano. Se trataba de un rinoceronte indio que el sultán Muzaffar Shah II, rey de Cambay (India) había regalado a Alfonso de Albuquerque, gobernador de la India portuguesa. Éste, a su vez, lo había enviado a Portugal como regalo para la Casa de Fieras del rey Manuel I. El animal, de nombre Genda, fue transportado en el Nossa Senhora da Ajuda junto a su cuidador, un indio llamado Ocem.

En tiempos del Imperio Romano habían llegado a Roma rinocerontes, tanto asiáticos como africanos, para usarlos en espectáculos de caza o lucha de fieras en el anfiteatro. Se dice, por ejemplo, que el emperador Cómodo cazó uno de ellos en el Coliseo en 192 d.C. Se los representó incluso en obras artísticas, como un mosaico de la villa del Casale en Sicilia, que exhibe un rinoceronte indio; mientras que en el reverso de una moneda de Domiciano de 83 d.C. aparece un rinoceronte africano. Durante la Edad Media no apareció en Europa ningún rinoceronte. Su recuerdo se desvaneció o se deformó, y el auténtico rinoceronte acabó confundiéndose con un animal mítico, el unicornio.


Trece siglos después llegó de nuevo un rinoceronte a Europa, en medio de una enorme expectación. La travesía desde Goa se había alargado cuatro meses con paradas en Mozambique, Santa Helena y Azores, tiempo suficiente como para que llegaran noticias del animal antes que el propio barco cargado de especias en el que viajaba. La gente se agolpó en el puerto para ver al animal, de dos toneladas de peso y una piel tan gruesa que sus tres placas parecían una armadura. En la vecina torre de Belém, que se empezaba a construir, los escultores labraron en su honor la cabeza del animal en una de sus garitas, y en una gárgola del claustro del monasterio de Alcobaça se representa al rinoceronte de cuerpo entero.

La corte no paró de visitar al animal cuando se instaló temporalmente en los jardines del palacio real de Ribeira. El rey Manuel quiso hacer luchar a uno de sus elefantes contra el rinoceronte para ver quién ganaba. Al ponerlos cara a cara, el elefante, joven y sorprendido por el griterío de la gente que los observaba, fue el primero en salir corriendo.

Manuel I buscaba en esos años el apoyo del papa León X para legitimar el dominio portugués en Oriente, y por ello decidió regalarle el animal. El año anterior ya le había regalado un elefante blanco, también traído de la India, al que el papa había cogido mucho afecto. En diciembre de 1515, el rinoceronte fue embarcado rumbo a Roma, con un collar de terciopelo verde decorado con rosas y claveles dorados. Como la travesía por el Mediterráneo era larga, el barco paró en el archipiélago de Frioul, frente a Marsella, donde Francisco I de Francia aprovechó la ocasión para ver de cerca al animal. Al poco de zarpar de nuevo, el barco en el que iba el rinoceronte naufragó y éste murió ahogado. Su cuerpo se encontró varado en una playa cerca de Villefranche-sur-Mer y fue devuelto a Lisboa, donde el rey lo hizo disecar para reexpedirlo a Roma. La piel del animal, embutida de paja, no causó en Italia el mismo entusiasmo que había despertado en Portugal o Francia, cuando el animal estaba vivo, pero así Rafael Sanzio y su ayudante Giovanni da Udine lo utilizaron para pintar un fresco en el palacio pontificio del Vaticano.


Fuente:
* Jordi Canal-Soler. Historia National Geographic nº 169, pág. 28-29


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