7 de octubre de 2015

Las guerras cántabras

Las guerras cántabras empezaron el año 29 a.C. y acabaron diez años después. La unión de los cántabros, astures y vacceos, junto a otras tribus pequeñas de las montañas del norte de España en busca de su independencia, hicieron que se enfrentaran con dureza contra el gran Imperio Romano. Sus causas son muy discutidas e inacabables. Pero todos los historiadores se ponen de acuerdo de que todo comenzó en la época de Augusto.

Los cántabros, al modo de los bandoleros lusitanos, todos los veranos constituían una plaga que cruzaba las montañas para robar cuanto hubiese a mano. Pero además de ladrones tenían fama de buenos guerreros y cuando la ocasión lo requería se alistaban como mercenarios sin importar el enemigo con el que tuvieran que enfrentarse, incluso más allá de los Pirineos.

Las hostilidades entre romanos y aquellos pueblos montañeses se desarrollaron violentamente durante los años en los que Augusto, al mando de siete legiones, se personó en Hispania. Tras conseguir un pacto con los astures que le aseguraba cierta tranquilidad en la retaguardia, el emperador romano dirigió toda su maquinaria de guerra hacia las montañas del norte, al mismo tiempo que una flota completaba el ataque desde el mar.

En aquellos tiempos surge la figura de Corocotta, un caudillo cántabro que da tantos quebraderos de cabeza a Augusto como para ofrecer una cuantiosa recompensa: 250.000 sestercios por su cabeza. (Mucho antes, ya consiguió cierta celebridad un mercenario cántabro llamado Laro, del que se escribió: Él en solitario colmaba el campo con cadáveres).

Monumento a Corocotta
en Cantabria
Ha quedado una curiosa historia romana sobre que el propio Corocotta se presentó ante el emperador para cobrarla. Éste sin saber como reaccionar ante tan insólito suceso, le dio el dinero y lo dejó marchar. ¿Fue dinero lo único que hubo o también consiguió Augusto hacer algún trato con Corocotta? Porque después de aquello ya no se le vuelve a nombrar.Pero la guerra contra los cántabros continuó siendo un problema para Augusto. Ellos eran perfectos conocedores de la difícil orografía de sus montañas y contaban con oppda amuralladas donde resguardarse. Además, el supersticioso emperador tuvo motivos para pensar que aquella guerra también se estaba librando en un plano mágico. Un número excesivo de legionarios fue víctima de una plaga; incluso él mismo enfermó. Por si fuera poco, un rayo estuvo a punto de matarle. Contra todo aquello, pocas tácticas guerreras valían. Así que, tras retirarse un tiempo en Tarraco, regresó a Roma.

A pesar de la fiera resistencia, a las legiones no les faltaban medios humanos o materiales. La aplastante maquinaria romana comenzó a recibir sus frutos. Algunas ciudades cántabras, como Lucus (Lugo), fueron sitiadas hasta la muerte por hambre, repitiéndose situaciones similares a las de Sagunto o Numancia. Y cuando ya no hubo más ciudades incendiadas por los romanos, los cántabros, a los que se sumaron algunos astures, se refugiaron en los bosques e iniciaron un continuo acoso de guerrillas. Poco podían hacer los romanos contra eso, al menos hasta que llegó Agripa, considerado el mejor general del imperio, y los papeles se invirtieron.

El acoso romano a cualquier lugar donde hubiese un grupo de cántabros fue ya imparable, produciendo escenas extremas entre ancianos, mujeres y niños que preferían darse ellos mismos muerte antes de que el enemigo les pusiese las manos encima, mientras los hombres se lanzaban a la lucha desesperada conociendo ya el final. Los que no cayeron en combate murieron crucificados entonando cantos de guerra. Muchos de los que sobrevivieron fueron trasladados a otra región como esclavos (que más tarde protagonizarían una importante insurrección y regresarían a sus tierras).


Fuentes:
* http://www.phistoria.net/reportajes-de-historia/LAS-GUERRAS-CANTABRAS_62.html
* Manuel Velasco. Breve Historia de los Celtas, Ed. Nowtilus, 2009.


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