19 de octubre de 2011

Anécdotas extrañas de Isaac Newton

Isaac Newton encaja perfectamente en el estereotipo de científico despistado: él mismo cuenta que, en una ocasión, entró en la cuadra de la granja donde vivía arrastrando por las riendas a un caballo. Sin advertir que el caballo hacía tiempo que se había zafado. Newton también se olvidaba a menudo de comer y hasta de dormir, al menos es lo que cuentan quienes le conocieron en sus tiempos universitarios. Y es que Newton a menudo quedaba abstraído por sus reflexiones.

También se olvidaba a menudo de sus invitados cuando se ausentaba por algún motivo del salón: se dirigía a su laboratorio y no regresaba en horas.

Vestía de forma descuidada, e incluso sucio, porque a menudo olvidaba su higiene personal.

"No era raro verle sentado en cualquier camino de la universidad de Cambridge, trazando en el suelo enrevesadas figuras geométricas, mientras sus alumnos y compañeros le sorteaban, tratando de no estropear aquellos incomprensibles dibujos. Esos mismos alumnos que eludían sus clases porque, muchas veces, no eran sino indescifrables peroratas ensimismadas".

Newton también era serio y circunspecto. No le gustaba la alegría y ni siquiera sonreír. De hecho, se cuenta que sólo se le vio una vez reír en clase: el día en que un alumno le preguntó cuánto podría valer un obsoleto libro de Euclides.

A pesar de sus continuos despistes, Newton eran extremadamente metódico a la hora de apuntar todo lo que hacía en sus cuadernos. El problema es que anotaba tanto las cosas importantes como las triviales, como si tuvieran el mismo rango. Por ejemplo, se conserva su cuaderno juvenil “de pecados”, en el que anotaba diariamente todo pecado que hubiese cometido ese día. Por ejemplo: “impertinencia con mi madre” o “ robo de cerezas”.

Sin embargo, a veces extraviaba apuntes científicos de gran importancia. Por ejemplo:

"Se cuenta que en 1684, muchos de los científicos ingleses de la época mantenían un famoso e importantísimo debate sobre las leyes del movimiento de los cuerpos celestes. Este debate surgió a raíz de un encuentro mantenido en enero de aquel año por tres eminencias de la Royal Society de Londres: Robert Hooke, Christopher Wren y Edmund Halley, en el que, al no llegar a un acuerdo, Wren, arquitecto de la catedral de San Pablo, ofreció un premio al primer científico que lograse demostrar convincentemente las leyes del movimiento de los astros. Como pasaban los meses y nadie se atrevía a hacerlo, Halley decidió visitar a Newton a Cambridge. En el curso de la conversación, le preguntó por las órbitas de los cuerpos celestes, a lo que Newton contestó que eran elípticas. “¿Cómo lo sabe?”, volvió a preguntar Halley, a lo que Newton repuso: “Las calculé hace tiempo”. Halley, ansioso y sorprendido, le pidió que le mostrase esos cálculos, pero Newton fue incapaz de encontrarlos, así que no tuvo más remedio que prometerle que los volvería a hacer y se los haría llegar (promesa que cumplió rápidamente)".

Eso sí, se tomaba muy en serio sus experimentos. Tanto es así que, para estudiar la forma del ojo humano, era capaz de pasarse el día contemplando el sol con un solo ojo para observar los colores e incluso presionar con un punzón su globo ocular para alterar momentáneamente la curvatura de la retina y constatar las variaciones que ello implicaba.

Newton fue elegido miembro del Parlamento británico en 1689 por su defensa de los derechos de la universidad de Cambridge frente al impopular rey Jacobo II. Acudió durante varios años a la Cámara aunque nunca intervenía. En cierta ocasión, Newton se levantó del escaño durante una sesión, haciéndose un gran silencio para escuchar las palabras que el ya entonces respetado sabio iba a dirigirles por primera vez. Newton dijo: “Perdón, ¿podría alguien cerrar aquella ventana? Hay corriente de aire y se me puede caer la peluca”. Ya nunca más volvió a tomar la palabra en el Parlamento.

La inscripción en su tumba dice así:

"Aquí descansa 
Sir ISAAC NEWTON, Caballero 
que con fuerza mental casi divina
 demostró el primero,
con su resplandeciente matemática, 
los movimientos y figuras de los planetas,
 los senderos de los cometas y el flujo y reflujo del Oceano.
 Investigó cuidadosamente
las diferentes refrangibilidades de los rayos de luz 
y las propiedades de los colores originados por aquellos.
Intérprete, laborioso, sagaz y fiel
de la Naturaleza, Antigüedad, y de la Santa Escritura
, defendió en su Filosofia la Majestad del Todopoderoso 
y manifestó en su conducta la sencillez del Evangelio.
Dad las gracias, mortales, 
al que ha existido asi, y tan grandemente como adorno de la raza humana. 
Nació el 25 de diciembre de 1642; falleció el 20 de marzo de 1727".

No se sabe si su célebre anécdota de la manzana que cae de un árbol es cierta o no, pero el supuesto manzano responsable de ello sigue con vida y puede visitarse. En el año 1666, con 22 años, la peste diezmaba la población inglesa y Newton se retiró a una casa en el campo en Woolsthorpe (Lincolnshire). Newton nunca mencionó la anécdota de la manzana, lo hizo su ayudante en la Real Casa de la Moneda, John Conduitt, en unas notas escritas en 1727 (año de la muerte del cientí­fico). De ellas se extrae esta frase:

"El primer pensamiento de su sistema de gravitación surge de la observación de una manzana caí­da de un árbol".

Posteriores escritos y dibujos aparecidos aclaran que dicha “casualidad” se produjo en el jardí­n de su casa y la existencia de un solo manzano.

Este manzano fue cuidado por las futuras generaciones de la familia Woolerton que ocuparon la casa hasta 1947. En 1816 un rayo cayó sobre el manzano y destrozó varias ramas, pero las raí­ces eran fuertes y han seguido dando fruta hasta hoy.


Fuente:
Xataka Ciencia

1 comentario :

  1. Lo del manzano debe tener más leyenda que realidad, pero sigue siendo un monumento vivo (o semivivo) al genio creativo de aquel hombre.
    Un saludo.

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