El hijo de Luis XVI y María Antonieta fue encarcelado y abandonado a su suerte. Murió enfermo en su celda en 1795. Sin embargo, las dudas surgieron enseguida. ¿Era verdaderamente el Delfín el que murió en la cárcel?
En 1789 estallaba la Revolución Francesa y la burguesía tomaba el poder. En vista de que las persecuciones empezaban a extenderse, muchos nobles decidieron huir del país, incluído Luis XVI. En su intento de fuga, sin embargo, la familia real fue arrestada y encarcelada en el Temple en 1792. En un primer momento el monarca y su hijo convivieron en el segundo piso de la torre, rehabilitada para la ocasión. Sin embargo, a los pocos meses, el niño fue trasladado a la tercera planta junto a su madre. Luis XVI, convertido en Luis Capeto (dinastía a la que pertenecía) fue condenado a muerte y guillotinado. Así se puso fin a la casa de los Borbones y el hijo de Luis Capeto se convirtió en "el pequeño Capeto".
Una de las primeras intenciones de las autoridades fue transformar al pequeño en un ciudadano republicano. Anaxagoras Chaumette, procurador de la Comuna, deseaba impartirle una educación y alejarlo de su familia para que perdiese la idea de su rango. El encargado de la tarea sería Antoine Simon, zapatero de profesión. Así, en julio de 1793, el pequeño Luis fue apartado de su madre. Antoine Simon, acompañado de su esposa y su pupilo se instaló en los antiguos apartamentos del rey. El zapatero se ocupaba adecuadamente del niño (ropa limpia, baños, visitas médicas...), pero la educación que le impartía estaba basada en la transmisión de lenguaje y canciones soeces. Tal vez influido por este ambiente grosero, el Delfín firmó una declaración acusando a su madre de prácticas incestuosas. La declaración, incluida en el proceso contra María Antonieta, se desestimó. No obstante, fue guillotinada bajo la acusación de conspirar contra los revolucionarios.
Ante la prohibición de acumular cargos administrativos y asalariados, Antoine Simon tuvo que escoger y prefirió renunciar al puesto de tutor y optar por la función pública, por lo que presentó su dimisión y abandonó la torre del Temple. Para reducir costes la Comuna no asignó un nuevo preceptor, y en lugar de eso se intensificó la vigilancia efectuada a partir de entonces por cuatro guardias. Los guardias debían evitar todo riesgo de fuga, ya que el pequeño Luis XVII era reclamado por las fuerzas monárquicas. Se optó por encerrar al niño y evitar todo contacto con el exterior, lo que desembocó, según la leyenda, en un enclaustramiento inhumano: las ventanas se tapiaron, un tabique impedía el paso al resto de la planta, el preso recibía la comida a través de un agujero... Nadie entraba en la habitación, y durante seis meses el niño, de 9 años de edad, vivió en medio de la inmundicia y los excrementos.
El Terror instaurado por Robespierre llegó a su fin en el verano de 1794 con el arresto y ejecución del cabecilla. Entonces asumió el poder Paul Barras. Una de las primeras acciones de Barras fue visitar al preso real. Según relataría años después, halló una habitación "con basura acumulada en varios sitios". El niño, recostado en una cama, presentaba unas rodillas "muy hinchadas, así como los tobillos y las manos". Alarmado por el estado de salud del huérfano, envió un médico para dispensarle todos los cuidados necesarios. También se modificó el servicio de custodia y durante ese período mejoraron las condiciones del reo. Pero aunque ya no vivía en un aislamiento absoluto las visitas al exterior seguían prohibidas.
Pero pese a estas mejoras, la salud del niño se deterioraba. En mayo de 1795 uno de los guardianes señaló que Luis presentaba una serie de "malestares que parecen cobrar carácter de gravedad". Se ordenó de inmediato un reconocimiento médico de manos del doctor Desault. El facultativo declaró: "Me encuentro con un niño idiota, agonizante, víctima de la miseria más absoluta, del abandono más completo..." Pese a todo, recetó un cambio de dieta, ejercicio, una habitación ventilada y paseos diarios. El doctor murió de manera inesperada a los pocos días y fue sustituido por otro. El estado del enfermo empeoró súbitamente.
El 8 de junio de 1795 el pequeño Luis moría ante sus vigilantes de turno. Le fue practicada la autopsia y se concluyó que había fallecido de tuberculosis ósea. El médico que la practicó se guardó el corazón del niño y lo disecó.
A partir de entonces surgieron numerosas historias que pretendían que el prisionero había sido suplantado y que el que había fallecido en el Temple no era Luis XVII, así como numerosos impostores que pretendían ser el heredero al trono de Francia. Pero pruebas recientes de ADN han demostrado que el corazón extraído al cadáver en el momento de la autopsia pertenece, efectivamente, al hijo de María Antonieta.
Fuente:
Historia y Vida, núm. 508 - Reportaje de Francesca Prince
Gracias x la información!..saludos!
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