20 de octubre de 2009
Las Reinas Negras
En las profundidades del corazón de África se alzaba antaño un reino, cuya leyenda esconde historias que aún hoy están rodeadas de misterio.
Durante 2.000 años los faraones egipcios sembraron de guerras la tiera del sur, la antigua Nubia. Egipto no cesó en su deseo de conseguir oro y riquezas, esclavizando a la población. Pero a medida que el poder de los faraones se disipaba un nuevo y gran poder crecía, el de un reino olvidado hoy en día, un reino de mujeres.
¿Quiénes fueron las poderosas y desconocidas ‘Reinas Negras’? En la actualidad los arqueólogos trabajan para desenterrar los secretos de una cultura que floreció durante siete siglos a orillas del Nilo medio. Los investigadores retiran el velo del olvido que cubría los palacios y pirámides del corazón de África.
El reino de aquellas prominentes y olvidadas dirigentes se alzaba en el actual Sudán, en el centro de África. Meroe era su capital, y Gebel Barkal su montaña sagrada.
La leyenda cuenta que el áspid de Egipto surgió de esta montaña sagrada en la aurora de los tiempos. El áspid fue la madre de todos los dioses; su cuerpo petrificado se convirtió en lugar de peregrinaje. Hoy aún resiste, convertida en una roca de 60 metros de altura. Hace 2.000 años las reinas africanas oraban en ese mismo lugar. La serpiente del poder coronaba su frente.
El templo de Mut fue excavado en las profundidades de la montaña sagrada, justo debajo de la serpiente de piedra. Unos relieves terriblemente erosionados decoran las paredes de piedra. Desde el flanco de la montaña se alza la Serpiente del Poder coronada por el Sol, fuente de vida; divinidades ancestrales del amanecer de los tiempos. Aquí se unieron las Reinas Negras con la diosa Mut, esposa del creador del mundo, Amón.
Las Reinas Negras debían peregrinar por lo menos una vez en la vida hasta la montaña sagrada para legitimar su poder. ¿Qué clase de fuerza emanaba de esta montaña?
Hace 2.000 años se erigió en Naga el templo de Amón. Las ruinas se conservan en buen estado; en las columnas de arenisca aún se reconocen a pesar del desgaste los símbolos y los relieves de las Reinas Negras. Las sacerdotisas africanas rezaban a Amón en las salas del templo, pero al pueblo no le estaba permitida la entrada.
Las reinas de Meroe adoptaron muchos dioses de la cultura egipcia para luego africanizar su forma, pero los faraones impusieron por la fuerza su cultura a los pueblos africanos. Durante dos siglos las tierras sureñas de Nubia sufrieron la presión de Egipto. Para el faraón Tutmosis III, esta parte de África 1.500 años antes de las Reinas Negras era sólo una fuente de materias primas; el granero de su próspero imperio. Tutmosis III se limitó a coger todo aquello que deseaba; sus ansias por los fornidos esclavos negros del sur eran irrefrenables y cientos de miles de ellos fueron llevados al norte.
El oro de los faraones procedía de las minas de Nubia; los esclavos negros lo extraían y lo transportaban río arriba.
Una y otra vez las legiones de los faraones regresaban al sur, sembrando miedo y desesperación.
El faraón Sesostris había declarado no exento de cierta soberbia: “Al ser atacados, los nubios suplican misericordia. No son un pueblo que merezca respeto alguno”. Ramsés II se hizo pintar en un relieve pegando a un hombre negro. El oro, los esclavos y el poder era lo único que importaba.
Pero cuando el poder de los faraones se debilitó los pueblos africanos se rebelaron. Desde el 200 a.C. las Reinas Negras dominaron las tierras de Meroe. Sus arqueros más veloces protegían las principales rutas comerciales. El reino de las Reinas negras se situaba justamente en el cruce de las dos principales rutas que atravesaban el continente. El Nilo desempeñaba un papel esencial, asegurando en medio del desierto una fuente inagotable de agua dulce, permitiendo la supervivencia y la fertilidad.
Hacia finales del siglo I a.C. los romanos invadieron Egipto y a continuación enviaron sus tropas hacia las tierras de las Reinas Negras. Esto no asustó a la reina Amanishakheto que con gran valentía hizo frente al invasor.
Estas mujeres no eran sólo las reinas de Meroe, sino que eran guerreras, sacerdotisas y madres. Tenían responsabilidades sociales.
Para las legiones romanas la expedición al sur fue una experiencia desastrosa. En la capital de Meroe se encontró un busto de bronce del emperador Augusto, ¿se trataba tal vez de un trofeo de guerra?
Amanishakheto estableció una frontera y dejó que los cuerpos sin vida de los legionarios se pudrieran en el desierto. Al final, Roma se vio obligada a firmar la paz.
Realmente se sabe muy poco de la historia de Meroe, y en la actualidad la escritura meroítica aún no ha sido descifrada. Los expertos apuntan que podría ser una peculiar mezcla de elementos egipcios y africanos.
Según la tradición africana la mujer era el centro de la familia. Al igual que los dioses tenía la capacidad de generar vida. La madre era la propietaria de todo y sus hijas eran las herederas.
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Madame, que tema apasionante el de ese matriarcado del que se conoce tan poco. Ha de ser el sueño de cualquier arqueologo, investigar la historia de Meroe. Yo espero que pronto se vaya sacando a la luz alguno de los muchos secretos que guarda.
ResponderEliminarBuenas noches
Bisous
Hoy desconocía la mayor parte de lo que has expuesto tan magistralmente.
ResponderEliminarUn abrazo.