25 de enero de 2018

La Primera República española

El primer proyecto republicano en la historia de España se desarrolla en un periodo corto de tiempo, pues tan solo estuvo vigente durante once meses, entre los años 1873 y 1874, dentro de una etapa conocida como el Sexenio Democrático.

Los antecedentes a esta Primera República española hay que buscarlos en el reinado de Isabel II (1868). Tras su destronamiento empezaron a aflorar los primeros ideales republicanos, debido al desgaste de la monarquía. Amadeo de Saboya fue el elegido para llevar las riendas del Estado. Sin embargo, su mala gestión provocó su abdicación en 1873, año en el que acabó proclamándose la Primera República Española.

Proclamación de la Primera República Española

Fueron cuatro los presidentes del Estado durante estos pocos meses, lo que corrobora la inestabilidad política del momento. Pero de los cuatro, solo dos intentaron realizar algún cambio importante para el país: Estanislao Figueras y Francisco Pi i Margall.

Figueras apenas contó con apoyos sociales, ni por parte de la burguesía, que tan solo quería una democratización sin cambios drásticos, ni por parte de los obreros y campesinos, que reclamaban un mejor reparto de tierras y reducciones en sus jornadas laborales. Así, fueron numerosas las revueltas de campesinos en Andalucía y las movilizaciones populares en Cataluña.

A nivel internacional, solo Estados Unidos reconoció este nuevo régimen político, por lo que se podría afirmar que la República, ya desde su aparición, estaba llamada al fracaso. Así las cosas, Estanislao Figueras dimite pasando el gobierno a Francisco Pi i Margall el cual fue, entre otras cosas, el encargado de redactar un nuevo proyecto de Constitución. Dicha Constitución nunca entró en vigor, pero tenía algunos aspectos destacables, como por ejemplo la creación de una República Federal compuesta por 17 estados, incluyendo a Cuba y Puerto Rico, así como los territorios de ultramar.

Los cuatro presidentes de la Primera República

La República, a pesar de su brevedad en el tiempo, se enfrentó a varios problemas. En primer lugar la Tercera Guerra Carlista, pues el inicio de la República supuso el retorno al conflicto, y durante el verano de 1873 la lucha se propagó por buena parte de Cuenca, Teruel y Cataluña. Asimismo se inició la guerra en Cuba, porque muchos de los burgueses españoles que vivían en la isla se oponían a las medidas impuestas por el republicanismo.

Pero la realidad más grave a la que se enfrentó el Estado fue la sublevación cantonal. Los cantones eran territorios que querían proclamar su independencia y establecer una legislación propia. Pi i Margall reconocía el federalismo como nueva forma de gobierno; sin embargo, lo que iba a ser un acuerdo entre cantones se convirtió en un verdadero desorden territorial. Esto supuso el fin de Pi i Margall como presidente y su sustitución por Nicolás Salmerón. Los dos grandes objetivos de Salmerón eran neutralizar el cantonalismo y parar el avance carlista. Dichos objetivos fueron conseguidos por la Guardia Civil; sin embargo, en las cortes se desataron grandes polémicas que acabaron con su dimisión.

Con el último presidente, Emilio Castelar, la República dio un giro conservador abandonándose todas las intenciones reformistas. No obstante, esto no convenció a las Cortes, de modo que gobernó de manera autoritaria. Ante esta situación, varios diputados propusieron una moción de censura, forzando así su dimisión tras el golpe de Estado perpetrado por el general Pavía el 3 de enero de 1874, hecho que supuso el fin de la Primera República Española y, por ende, el final del Sexenio Democrático.


Fuentes:
* http://www.estudioteca.net/bachillerato/historia/historia-de-espana/la-primera-republica-1873-1874
* https://www.unprofesor.com/ciencias-sociales/primera-republica-espanola-resumen-1819.html


22 de enero de 2018

Los asirios y la sucesión al trono

«Rey fuerte, rey del universo, rey de Asiria, rey de las cuatro partes,...». Con esta fórmula se presentaban ante sus súbditos los grandes monarcas asirios. El rey asirio era el eje del imperio, en torno al cual giraba todo el sistema. Su poder era absoluto y sin rival. No había ningún contrapeso a su autoridad. Ostentaba el poder sobre la vida y la muerte de sus súbditos, que le debían lealtad absoluta. Sin embargo, en la práctica su autoridad se veía limitada por ciertas costumbres religiosas, como la adivinación.

Dentro de este rígido sistema autocrático, la sucesión al trono era un proceso fundamental para preservar la posición central del rey. De ello dependía la supervivencia del imperio. Por esta razón, los monarcas asirios intentaron con éxito desigual reglamentar el proceso de sucesión al trono. En este sentido, se debe destacar la institución llamada bit riduti por los asirios, literalmente "la casa de la sucesión", que alcanzaría su máximo apogeo entre la dinastía de los sargónidas (722-631 a.C).

La casa de la sucesión asiria era un verdadero palacio en el que el príncipe heredero se iniciaba en el oficio de rey. El proceso se iniciaba con la elección del sucesor por parte del rey, que debía ser confirmada por los dioses, en particular por Shamash (dios de la justicia), a través de un complejo proceso de adivinación y consulta de oráculos. El rey hacía ratificar su decisión mediante un juramento de fidelidad, que afectaba tanto a la familia real y altos dignatarios como al pueblo de Asiria. El objetivo era el de evitar las usurpaciones.

Dentro ya de la casa de la sucesión, el heredero iniciaba su formación. En compañía de su séquito y mentores, el sucesor iba asumiendo progresivamente responsabilidades en la administración del imperio, como parte de su preparación como rey. La educación del príncipe heredero incluía, entre otras cosas, el aprendizaje de la etiqueta real, de la pericia militar, y de la sabiduría y la erudición tradicionales. En estos campos era instruido por los expertos que se le asignaban cuando se trasladaba a la casa de la sucesión.


Fuente:
* Juan Luis Montero Fenollós. Asiria, el imperio del río Tigris. Clío Nº 108, pág. 20


11 de enero de 2018

El mayor espectáculo del mundo

La historia del circo se remonta el legado cultural que nos dejaron algunas de las civilizaciones más antiguas. En estas sociedades, aproximadamente 3.000 años atrás, algunas de las actividades que hoy relacionamos como parte del espectáculo circense, como la acrobacia, el equilibrismo el o el contorsionismo tenían una utilidad que estaba íntimamente relacionada con la preparación de guerreros, rituales de ámbito religioso y con algunas prácticas festivas de la época.

Fueron los romanos quienes dieron el nombre circo a estas actividades de ocio. Tras la caída de estas civilizaciones -principalmente las occidentales-, las artes escénicas (teatro gestual, danza, gimnasia y circo) perdieron el interés de la sociedad. Posteriormente, ya en la Europa de la Edad Media, este tipo de espectáculos públicos comenzaron a ganarse nuevamente un espacio.

Fue ya en la época del Renacimiento, cuando los artistas con experiencia en los espectáculos circenses volvieron a tomar pueblos y calles de muchos países del continente europeo, ampliando con ello el status social de dicha cultura.

El circo moderno fue en realidad creado en Inglaterra por Philip Astley (1742-1814), un antiguo Sargento Mayor de caballería convertido en director de circo. Hijo de un ebanista, Astley había servido en la Guerra de los Siete Años (1756-63) como parte del 15 regimiento de los Light Dragons del Coronel Elliott’s, dónde demostró un notable talento como domador y entrenador de caballos.

Tras su graduación, Astley eligió imitar a los jinetes de espectáculos que actuaban con cada vez más éxito por toda Europa. Jacob Bates, un jinete inglés establecido en los Estados Germanos, realizó actuaciones tan lejos como en Rusia (1764-65) y América (1772-73), y fue el primero de ese tipo de artistas en dejar huella. Los imitadores de Bates habían llegado a ser habituales de los jardines y parques de Londres e inspiraron a Philip Astley.

En 1769, Astley se asentó en Londres y fundó una escuela de equitación cerca del puente de Westminster, en la que daba clases por la mañana y realizaba sus “proezas de equitación” por la tarde.

En esa época en Londres, el teatro comercial moderno (un término que englobaba todo tipo de artes escénicas) estaba en proceso de desarrollo. El edificio de Astley contaba con una pista circular, que él llamó el círculo, o el circo, y que más tarde sería conocido como el anillo. La pista de circo, sin embargo, no fue invención de Astley; fue ideada anteriormente por otros jinetes de espectáculos.

Además de permitir al público mantener la vista en los jinetes durante sus actuaciones (algo que era casi imposible si éstos se veían obligados a cabalgar en línea recta), correr en una pista circular también hizo posible, por la generación de fuerza centrífuga, que los jinetes mantuviesen el equilibrio de pie en la parte posterior de los caballos al galope.

El anillo original de Astley era de unos sesenta y dos pies de diámetro. Su tamaño finalmente se estableció en un diámetro de cuarenta y dos pies, el cual desde entonces se convirtió en el estándar internacional para todas las pistas de circo.


Por 1770, el considerable éxito de Astley como artista había eclipsado su reputación como maestro. Después de dos temporadas en Londres, tenía que incorporar algunas novedades a sus actuaciones. En consecuencia, contrató a acróbatas, bailarines de cuerda y malabaristas, intercalando sus actuaciones entre sus exhibiciones ecuestres.

Otra novedad añadida al espectáculo fue un personaje tomado del teatro isabelino, el payaso, el cual rellenaba las pausas entre las actuaciones con parodias de malabares, volteretas, baile de cuerda e incluso trucos de equitación. Con ello, el circo moderno (una combinación de exhibiciones ecuestres y demostraciones de fuerza y agilidad) había nacido.

Originariamente, las actuaciones de circo se realizaban en edificios de circo. Aunque en un principio con frecuencia eran estructuras temporales de madera, todas las ciudades importantes de Europa pronto tendrían al menos un circo permanente, cuya arquitectura podía competir con los teatros más extravagantes.

Aunque los edificios serían la configuración elegida para los espectáculos de circo en Europa hasta bien entrado el siglo XX, el circo iba a adoptar un formato diferente en los Estados Unidos.


A principios de siglo XIX, los Estados Unidos eran un nuevo país en desarrollo con pocas ciudades lo suficientemente grandes como para mantener circos fijos por largas temporadas. Por otra parte, los colonos estaban empujando constantemente la frontera americana hacia el oeste, estableciendo nuevas comunidades en un proceso de expansión inexorable. Para llegar al público, los artistas no tenían más remedio que viajar ligero y rápido.

En 1825, Joshuah Purdy Brown (1802?-1834) fue el primer empresario de circo en cambiar la construcción de madera de costumbre por una tienda completamente de lona, un sistema que se hizo habitual a mediados de la década de 1830.

J. Purdy Brown venía de la región de Somers, Nueva York, dónde un ganadero llamado Hachaliah Bailey (1775-1845) había comprado un joven elefante africano, el cual exhibió con gran éxito por todo el país. Pronto la suma de otros animales exóticos dio lugar a la creación de una auténtica colección de fieras ambulante.

La prosperidad de Bailey convenció a otros agricultores de la zona de Somers para entrar en el negocio de la casa de fieras ambulante (en las cuales algunos añadieron actuaciones de circo).

En 1835, un grupo de 135 agricultores emprendedores y propietarios de casas de fieras, la mayoría de ellos procedentes de las inmediaciones de Somers, unieron sus fuerzas en la creación del Instituto Zoológico, un consorcio que controlaba trece zoológicos y tres circos afiliados, monopolizando de ese modo el circo ambulante del país y el negocio zoológico.

Así, surgió el carácter único del circo americano. Era un espectáculo itinerante en tiendas de campaña junto con una colección de animales salvajes dirigido por hombres de negocios, un modelo muy diferente al de los circos europeos, que en su mayor parte permanecieron bajo el control de las familias que actuaban.


Fuentes:
* https://www.juegosmalabares.com/blog/historia-circo
* http://www.quo.es/tecnologia/los-origenes-del-circo


6 de enero de 2018

Rumi, el gran poeta persa

Rumi fue un poeta místico musulmán de Persia, cuyo nombre completo es Yalal al-Din Rumi. Aunque nació en Balkh (Korasán), su vida estuvo ligada a la ciudad de Iconio (actualmente Konya), en Turquía. Fue allí donde tomó el nombre de Rumi, sustituyendo a su original Mohamed, en honor del sultán Alauddín —comúnmente llamado Rumi— que invitó al padre del poeta a establecerse con su familia en la ciudad de Iconio cuando se vieron forzados a huir de la invasión mongol.

Tras morir su padre en 1231, Rumi viajó a Alepo y Damasco para estudiar ciencias naturales, pero fue en Iconio donde terminó sus estudios científicos y completó su formación literaria. En esta ciudad tuvo como maestro espiritual al místico Shamsuddín, cuyas enseñanzas lo impulsaron a convertirse él mismo en maestro, fundando la orden sufí de los mewlevís, cuyo sistema organizativo fue llevado a cabo posteriormente por su hijo Sultán Valad, también poeta místico. Entre las prácticas de esta orden ha llegado a ser muy conocida la danza ritual que realizan los derviches, girando sobre sí mismos y alrededor de un punto central hasta completar un total de cuatro movimientos distintos. Estos giros representan el movimiento de las esferas celestes y el encuentro del alma con Dios y consigo misma. Es un símbolo del amor de Dios hacia todas las cosas y el amor del sufí hacia Dios.

Rumi escribió numerosas composiciones poéticas (más de 40.000 versos) que recopiló en seis libros agrupados bajo el título de Mathnawi (“La búsqueda mística”). Las historias y los poemas que recogen sus enseñanzas calaron profundamente en el mundo islámico, lo que hace que éste considerado uno de los mejores poetas sufís de Persia. El Mathnawi es una colección de preceptos éticos dedicados muchas veces a los derviches; su gran calidad literaria y la profunda espiritualidad que reflejan lo han convertido en un libro venerado por los fieles sufís.

Como en otras escuelas del misticismo musulmán, Rumi consideraba el cuerpo y la vida terrenal muy inferiores al espíritu. En sus enseñanzas enfatiza la importancia del “espíritu divino” (ruh) presente en el hombre, ya que es lo que el ser humano recibe generosamente de la divinidad. Por eso el amor del hombre hacia Dios debe ser infinito.

La influencia de este hombre dentro del sufismo fue enorme, y ya desde el momento mismo de su muerte fue venerado como santo. Aún hoy en día su sepulcro en Konya (antigua Iconio) sigue recibiendo a numerosos fieles que acuden en peregrinación, y muchos de sus seguidores aseguran sentir su presencia cercana.


Fuente:
* http://www.mcnbiografias.com


1 de enero de 2018

Cartago, la reina de África

Famosa rival de Roma por el dominio del Mediterráneo, la destrucción ejemplarizante de Cartago a manos de Escipión Emiliano en 146 a.C. induce a pensar que nada volvió a crecer después en ese solar maldito ─esterilizado con sal, según una leyenda decimonónica─. Pero no fue así en absoluto: Cartago renació tras su implacable demolición en la tercera y última guerra Púnica. Lo hizo en forma de una colonia romana tras el metódico apocalipsis ejecutado por las legiones. No sucedió de inmediato, ni tampoco con fortuna al primer intento.

Sin embargo, cuando resurgió de manera estable, Cartago terminó adquiriendo tal esplendor que merecería un lugar de honor en cualquier mapa de la Antigüedad, incluso si se prescindiera de su deslumbrante vida anterior como potencia neofenicia. Así de importante llegó a ser este enclave, refundado por Augusto en 29 a.C. en memoria de su padre adoptivo, Julio César. De hecho, de este venía la idea, inspirada a su vez en un proyecto fallido de Cayo, el menor de los hermanos Graco.


La Cartago latina fue el centro urbano más prominente de la extensa provincia senatorial de África Proconsular, uno de los principales graneros del Alto Imperio. Por otra parte, solo Roma y las otras megalópolis de la era imperial (Alejandría en Egipto, Antioquía en Siria y la tardía Constantinopla entre Europa y Asia) superaron en habitantes a la capital magrebí. Ésta reunió más de cien mil vecinos ─hasta medio millón, para algunas fuentes─ desde el siglo I d.C. Eso sin olvidar la ubicación estratégica de Cartago, en la costa sur del Mediterráneo central, ni la relevancia política derivada de todo lo anterior.

Estas características explican la atracción que sintieron por la colonia los vándalos durante el naufragio del Imperio romano: ellos la convirtieron en capital de su efímero reino bárbaro. Un siglo después, a inicios del VI, los bizantinos recobraron la ciudad portuaria para el mundo latino. Sin embargo, no tardó en ser absorbida por la oleada conquistadora del recién nacido islam. Éste privilegió un núcleo próximo, la Túnez de hoy, en detrimento de la ya decadente Cartago, de la que tomó para la nueva metrópolis desde materiales hasta población.


Todas estas mutaciones dejaron en el lugar huellas monumentales tan trascendentes que la Unesco las declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1979. Entre ellas destacan las de origen romano por su cantidad, envergadura, variedad y belleza, sobre todo dada la devastación latina del valioso legado púnico. De este último solo perduran excepciones, como el llamado «tofet de Salambó» (el macabro santuario y cementerio para los niños sacrificados por los cartagineses a sus dioses) o porciones, más estructurales que artísticas, de los denominados puertos púnicos. Sin embargo, la mayoría de los bienes previos a la ciudad romana sufrieron el destino fatídico de, por ejemplo, el templo de Eshmún. De suma importancia para la civilización neofenicia, fue por ello mismo arruinado por los siempre eficientes ingenieros latinos, hasta el punto de allanar la elevación sobre la que se erigía.


Fuente:
* Julián Elliot, "La reina de África". Historia y Vida nº 595, pág. 17


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