16 de mayo de 2012

Norton I, Emperador de los Estados Unidos



Norton I

En todas las épocas y lugares ha habido personajes curiosos y excéntricos, y quizá uno de los más curiosos sea este hombre, que se autoproclamó Emperador de los Estados Unidos de América y Protector de México, con el nombre de Norton I.

Su Majestad el Emperador Norton I era un tipo de lo más curioso. Su nombre real, o al menos uno de los que utilizó, era Joshua Abraham Norton y, aparte de eso, poco se sabe acerca de sus orígenes. El Emperador, que vivía en San Francisco, había llegado a California como un aventurero más a mediados del siglo XIX, durante la fiebre del oro. Posiblemente nació en Inglaterra y, cuando falleció, en 1880, los cronistas calcularon que debía rondar entre los sesenta y cinco y los setenta años de edad.

De niño pasó un tiempo con su familia en Sudáfrica, donde su pades había emigrado hacia 1820. Sus parientes, próspera estirpe de comerciantes judíos, proporcionó como herencia a Norton una buena suma de dinero. Con los bolsillos llenos, decidió probar fortuna en América y, al principio, sus aventuras comerciales marcharon por buen camino. La avaricia hizo presa en sus deseos, especuló despiadadamente con el precio del arroz y terminó perdiendo casi todo su capital, hasta verse obligado a declarar la bancarrota de su sociedad tras perder diversos litigios presentados en su contra por sus socios.

Ahí está, posiblemente, el origen de su excentricidad. Alguien que había estado siempre en la cima, vivido de forma opulenta y acostumbrado a los tratos comerciales con diversos países, no podía quedarse quieto viendo cómo los días pasaban sin más. Por un tiempo desapareció, y nadie sabe a ciencia cierta dónde pudo vivir, hasta que reapareció repentinamente convertido en un extraño personaje. Envió cartas y artículos a diversos periódicos de San Francisco, quejándose del sistema de gobierno estadounidense, de su justicia y de los funcionarios del estado. Finalmente, presentó como la única solución a todos los males burocráticos del país una solución de lo más cómico. Proclamado a sí mismo como Emperador, llamó a representantes de todos los estados a reunirse en forma de nueva cámara de representantes en San Francisco. Sucedió en 17 de septiembre de 1859 y, al principio, tanto los periódicos como el público siguieron sus acciones con expectativa, como si se tratara de una obra de teatro. Norton I gritaba por doquier contra la corrupción, ordenaba movimientos de tropas y la abolición de las leyes anteriores así como la disolución del Congreso.

Norton I acuñó moneda, que nunca llegó a circular

Se inició así uno de los “reinados” más surrealistas de cuantos haya habido nunca. Con el paso del tiempo Norton I estableció todo tipo de leyes para gobernar su imperio y planeó la construcción de grandes infraestructuras. Mandó la construcción de un puente colgante precisamente en el mismo lugar sobre el que muchos años más tarde se levantaría el Golden Gate, redactó edictos de todo tipo y, para colmo, se nombró Protector de México, porque en su opinión los gobernantes de ese país eran incapaces de hace prosperar a su pueblo.

No se sabe si Norton I se tomaba en serio a sí mismo, puesto que su influencia no pasaba de las risas que solía levantar a su alrededor, pero la función duró bastante. Su personaje imperial tenía espacio asegurado en la prensa, muchos curiosos visitaban su Corte, que no era más que un viejo edificio de apartamentos de alquiler. Vestido con sus ropajes imperiales, paseaba por San Francisco acompañado de sus dos perros, siendo saludado, o insultado, por quienes con él se cruzaban. Pero lo que comenzó como una protesta esperpéntica fue dando paso a un personaje típico de la ciudad. Como si se tratara de una atracción de feria, llegaban gentes desde muy lejos a conocer al gran Emperador, los restaurantes le ofrecían comidas gratuitas, sobre todo porque su presencia animaba el ambiente.

Las críticas de Norton I fueron efectivas muchas veces, su ácido estilo a la hora de redactar sus artículos-leyes podían hacer daño a la credibilidad de personas o empresas, porque solía fijar el blanco de sus ataques en problemas que acuciaban a los habitantes de San Francisco, quienes lo adoptaron como si fuera parte del paisaje urbano. Fueron muchos los incidentes que protagonizó, como el instituir un impuesto a los tenderos de San Francisco para mantener la Corte. Apenas se trataba de unos centavos y, muchos de ellos, pagaron gustosos, con tal de que el “circo” se mantuviera. En medio de las calles pronunciaba discursos, gritaba indignado contra de las penurias de los trabajadores, mientras sus medallas brillaban al sol. En cierta ocasión, habiéndose dañado su imperial atuendo y ante sus insistentes quejas, las autoridades municipales le obsequiaron con nuevas ropas.

Tumba de Norton I
Norton I se carteó con grandes personajes de su época, acudió a recepciones y fiestas y hasta logró acuñar ficticio papel moneda con su efigie, unos billetes que hoy se han convertido en carísimos objetos de coleccionismo. En medio de la Guerra Civil ordenó el alto al fuego y la reconciliación de las partes, claro que, como no podía ser de otro modo, ni Lincoln ni Jefferson Davis le hicieron caso alguno.

Tras más de dos décadas de mandato, el Emperador Norton I falleció durante una vehemente exposición de sus ideas ante un público expectante. La ciudad lo consideró una gran pérdida e incluso hoy es recordado, pues aunque lunáticos hay muchos, personajes tan originales son escasos. Ciertamente, causaba risa, pero sus discursos solían ir más allá de lo meramente circense. Hoy, una tumba recuerda el paso de Norton I por el mundo bajo un epitafio de lo más directo: Emperador de los Estados Unidos y Protector de México.


Fuente:
Tecnología Obsoleta

Para saber más:
The Imperial Government of Norton I (en inglés)
Encyclopedia of San Francisco - Emperor Norton (en inglés)

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