7 de mayo de 2010

La monja alférez

Curioso personaje de los primeros años del siglo XVII de la América española, vinculado no sólo a Perú, sino a toda esa América e incluso al Vaticano. Catalina de Erauso nació en San Sebastián en 1592, hija de una familia distinguida que la ingresó a los cuatro años de edad en un convento de monjas de clausura, donde su tía era priora. No llegó a profesar de religiosa por la misma razón que rigió toda su vida: una pelea. “Ella era robusta y yo muchacha, me maltrató de mano y yo lo sentí”, escribe en sus memorias para justificarse, pero la verdad es que Catalina o Pedro de Orive o Francisco de Loyola o Alonso Díaz Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso, que todas estas fueron sus identidades, no hizo otra cosa que reñir. La mayoría de lo que nos cuenta en sus memorias parece ser real. Las escribió en 1625, antes de embarcarse por segunda vez hacia América, donde murió. Con un amor casi salvaje a la libertad, que nunca perdería a lo largo de toda su vida, el 18 de mayo de 1607, con quince años, escala la tapia del convento y se escapa al bosque. Según su propio relato, vaga por él durante tres días, mientras sobrevive a base de frutas y raíces, hasta que logra robar ropas de hombre y, disfrazada como tal, refugiarse en Vitoria. Durante varios años, siempre como hombre, recorre buena parte de España y realiza diferentes oficios para sobrevivir, hasta que finalmente se embarca como grumete en un barco rumbo a las Américas. Al llegar a tierra deserta, y tras desempeñar varios oficios serviles (dependiente en una tienda y administrador de un rico comerciante, entre otros), entra a servir al rey como soldado, ocupación en la que llega a distinguirse en las guerras contra los araucanos y obtiene, finalmente, el grado de alférez. De carácter altivo y poco sociable, sostiene numerosos duelos y pendencias, y por culpa de uno de ellos es condenada a muerte en La Paz, aunque huye del presidio al robar la sagrada forma con que le iban a dar la última comunión. Sabemos, porque ella lo dice, que le gustaban las mujeres. Alta, andrógina, con mínimos pechos y voz grave, no le resultaba difícil disimular su sexo. Otra cosa era la intimidad; Catalina siempre evitó casarse. En la ciudad de Concepción (Chile), Catalina encontró a su hermano Miguel de Erauso. Casi tres años estuvo con él de soldado sin que conociera su identidad, hasta se disputaban las mujeres. En Chile, Catalina participó en algunas de las más terribles y crueles batallas contra los indios. Después se produjo uno de los episodios más tristes de la novicia soldado. En una pelea, tuvo la mala fortuna de matar a su hermano. “¡Sabe Dios con qué dolor!” le enterró y escapó caminando por la costa hacia Tucumán. Sin agua, sin comida, Catalina describe cómo sacrificó a su caballo buscando algo que llevarse a la boca. Matanzas, batallas contra los indios, riñas, peleas de juego, escapatorias, heridas y muchos viajes fueron la vida de Catalina en estos agitados años. Acabó en Guamanga y viéndose en un verdadero atolladero, confesó al obispo del lugar su verdadera identidad y su delirante trayectoria. Unas matronas testificaron no sólo que era mujer, sino además virgen. El obispo le perdonó sus excesos, y el 1 de noviembre de 1624 vuelve a España. Como mujer (y monja) que ha vestido de hombre muchos creen que el Santo Oficio hará con ella una bonita hoguera. Sin embargo, el rey Felipe IV tiene sus hazañas como cosas de gran prodigio y le concede una pensión de 800 ducados en agosto de 1625. Luego es recibida en audiencia por el papa Urbano VIII, que le concede la dispensa de vestir de hombre. Reside algún tiempo en Nápoles y Madrid, para finalmente embarcar nuevamente hacia América. Su pista se pierde en 1635, cuando desembarca en el puerto de Veracruz. Poco más se sabe de ella, aunque se cree que murió en 1656. Fuentes:

6 comentarios :

  1. Sin duda, todo un ejemplo femenino de lucha por la libertad y los propios valores.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Madame, viendola realmente parecía un hombre, y asi se comportaba en todo y por todo. Pienso si no sería uno de esos casos de un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer, y en aquel tiempo mal arreglo tenía.
    Había que echarle valor para hacer lo que hizo.

    Buenas noches

    Bisous

    ResponderEliminar
  3. Sí, vivía y actuaba como un hombre de su época. Lo raro es que la Iglesia la perdonara, con lo aficionados que eran a las hogueras.

    ResponderEliminar
  4. Valerosa mujer...u hombre, según se mire:)

    ResponderEliminar
  5. Bueno, una persona con ansias por escapar de la jaula de su tiempo... Duro ser mujer en aquellos años.

    Un saludo.

    ResponderEliminar

Gracias por tu comentario.

Creative Commons License
Paseando Por la Historia está bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España.