Durante la Restauración, los liberales pasaron a la clandestinidad y se organizaron en sociedades secretas. Los masones eran el grupo más importante, aunque existieron otros como los carbonarios italianos o los decembristas rusos. Estas sociedades, formadas por comerciantes, estudiantes, intelectuales y profesionales liberales, se consideraban herederas de la Ilustración y la Revolución francesa, y preconizaban la insurrección contra el absolutismo. Tenían influencia fundamentalmente en las ciudades y confiaban en que el pueblo se incorporaría al levantamiento una vez iniciado.
Esta estrategia caracterizó la oleada revolucionaria que se produjo entre 1820 y 1824, y que provocó una primera quiebra, aunque temporal, del sistema de la Restauración. El triunfo en España y, poco después, en Portugal, Nápoles y el Piamonte, abrió un corto período liberal que fue sofocado por las fuerzas absolutistas. En el caso de España y los estados italianos, se produjo la intervención directa de la Santa Alianza (1823). La represión fue muy dura; muchos liberales fueron detenidos o ejecutados, y otros marcharon al exilio.
Una segunda oleada revolucionaria se produjo entre 1829 y 1839. Esta vez, la intervención popular favoreció la derrota del poder aristocrático en Europa occidental. La revolución se inició en Francia en 1830 y significó el derrocamiento de los Borbones y la implantación de una monarquía constitucional, con Luis Felipe de Orleans. Su influencia se expandió fuera de las fronteras francesas y comportó la independencia de Bélgica, alterando por primera vez el mapa establecido en 1815. En Polonia, un movimiento de independencia política y nacional fue aplastado por el ejército ruso.
A finales de la década de 1830, el absolutismo fue desapareciendo de Europa occidental y se impuso un liberalismo moderado cuyo referente era la Constitución francesa de 1791. Así, se consolidó el dominio de la gran burguesía propietaria y de una aristocracia que mantenía su poder económico a cambio de renunciar a sus privilegios estamentales. Se estaba forjando una élite liberal moderada, que monopolizaba la acción política y marginaba a la pequeña y mediana burguesía pero, sobre todo, a las clases populares. Por ello los liberales moderados defendían el sufragio censitario y limitaron el ejercicio de las libertades: así, por ejemplo, las asociaciones obreras quedaban prohibidas.
En efecto, como bien comentas: el regreso del absolutismo motivó estas oleadas revolucionarias por Europa. Derrotado Napoleón por las fuerzas contrarrevolucionarias de la Santa Alianza, convertir a Francia en una potencia de segunda división y acabar con el liberalismo revolucionario era el objetivo de los partidarios del absolutismo reunidos en el Congreso De Viena; pero la jugada les saldrá mal y el triunfo del liberalismo será inevitable en Europa gracias a estas revoluciones; exceptuando algunos casos como Rusia o España, donde tendremos monarquía absoluta (Fernando VII, repuesto por los Cien Mil hijos de San Luis) para rato.
ResponderEliminarUn saludo.