6 de abril de 2016

Leonor de Aquitania, la reina rebelde (II y fin)

En otoño de 1145, el papa Eugenio III le pidió a Luis que dirigiera una cruzada para recuperar el reino de Jerusalén. El rey obedeció, pero no fue solo a la guerra. Leonor no sólo decidió unirse a su marido en la cruzada, sino que abrazó la cruz con más entusiasmo que él. Ofreció la ayuda de sus vasallos, que la Iglesia aceptó de buen grado. Sin embargo, no gustó tanto la idea de que Leonor, acompañada por 300 de sus damas, se uniera a los cruzados. La reina insistió en que ayudarían a cuidar a los heridos, pero es probable que la auténtica razón fuera que a la terca joven no le hacía ninguna gracia que su marido marchara a la guerra sin contar con ella. Se erigió a sí misma como jefa de sus soldados y partió al lado de su marido.

Las mujeres llevaban armadura y lanza, pero no luchaban. Aun así, la perspectiva de 300 mujeres marchando junto a los soldados les parecía algo escandaloso a sus contemporáneos. Pero a Leonor no la detenían las críticas. Aunque la Iglesia no acababa de dar su visto bueno, cuando el ejército llegó a Constantinopla la reina guerrera ya había causado una gran impresión, llegándosela a comparar a la mítica reina de las Amazonas.

Por desgracia, la cruzada no fue un éxito. A los franceses los había informado el emperador bizantino, Balduino III, que su aliado el rey alemán Conrado III había derrotado al ejército turco. Sin embargo, a medida que el ejército francés avanzaba en su viaje, apareció Conrado enfermo cerca de su campamento y supieron la verdad: los europeos habían sido masacrados. Con rapidez y torpeza los franceses, y lo que quedaba del ejército alemán, se dirigieron a Antioquía donde reinaba el tío de Leonor.
Los cruzados no sabían que los turcos acechaban. Los monarcas franceses decidieron separarse: Luis se colocó en la retaguardia y Leonor marchó delante con su vasallo Godofredo de Rançon. Aunque la vanguardia alcanzó la cima donde habían pensado acampar, Rançon decidió continuar un poco más. En la retaguardia estaban agotados, luchando por mantener el ritmo, y fue ahí donde los turcos vieron su oportunidad. Los franceses, entre los que había muchos peregrinos desarmados, fueron cogidos desprevenidos. Mataron a los que trataban de escapar, pero el rey, disfrazado de peregrino, logró huir. Se responsabilizó a Rançon de la masacre y, como era vasallo de Leonor, también se le atribuyó a ella la culpa. El hecho de que ella y sus soldados fueran delante y no sufrieran el ataque no aumentó su popularidad. La tensión entre la pareja real había alcanzado un punto intolerable.

Raimundo de Antioquía da la bienvenida a Luis VII
Cuando los soldados llegaron a Antioquía, eso le dio a Leonor la oportunidad de renovar su amistad con el príncipe de la ciudad, su tío Raimundo. Este no sólo tenía la misma edad que Leonor, sino que era, además, alto, guapo y encantador. De hecho, la joven pasaba tanto tiempo con su tío que enseguida surgieron rumores de una relación ilícita entre los dos. Raimundo quería que primero capturaran Edesa, una ciudad estratégica en Tierra Santa, pero Luis quería centrarse únicamente en Jerusalén. Cuando Leonor respaldó a su tío, fue la gota que colmó el vaso: el tímido, enamorado y dócil rey había llegado a su límite. Luis, por primera vez en su matrimonio, exigió a Leonor que lo siguiese. Su reina, indignada, puso en entredicho su matrimonio, declaró que ella y su marido eran parientes demasiado cercanos, y que eso bastaba para conseguir la nulidad del matrimonio. Eso no le gustó a Luis, y en un intento de establecer su autoridad separó a Leonor de su tío, se la llevó de Antioquía contra su voluntad y la obligó a que fuera con él a Jerusalén. Para una mujer que había nacido para dominar, mandar y controlar, eso era una humillación desmesurada. El resto de la cruzada consiguió muy poco, el ataque de Luis fue un fracaso y la pareja real volvió a Francia en barcos distintos.

Un matrimonio en el que se esperaba que Leonor fuera dócil y sumisa no iba a funcionar. La reina podía acostumbrarse a un marido sensible y generoso, pero el que volvió de las cruzadas era un hombre humillado que cada vez sospechaba más de la relación entre sobrina y tío. Aunque habían tenido dos hijas, Leonor no le había dado un heredero y Luis cedió a la presión de sus barones que cada vez veían a la reina con peores ojos. El rey no tuvo elección y en 1522 el matrimonio fue anulado. Luis perdió las tierras que su padre le había conseguido tan hábilmente. Leonor, con 30 años, volvía a ser una de las más deseadas herederas de Europa.
Sin embargo, ya no era una ingenua adolescente sino una mujer de mundo. Sabía que tendría que volverse a casar, pero lo haría en sus propios términos. Tras varios intentos de secuestro y de matrimonio forzoso, se las arregló para casarse con Enrique, duque de Normandía y futuro rey de Inglaterra.

Enrique II de Inglaterra
Políticamente era una unión muy poderosa. En 1154 Enrique se convirtió en Enrique II de Inglaterra y sus tierras quedaron unidas a las de Leonor. Inglaterra, Normandía y el oeste de Francia formaban un reino muy poderoso. Sin embargo, tanto Enrique como Leonor tenían un carácter fuerte y dominante. Enrique era el primogénito, también había nacido para reinar y tenía un carácter difícil y colérico. Leonor le sacaba 11 años, sabía lo que valía y no estaba dispuesta a obedecer las órdenes de un marido dominante. A pesar de su tormentosa relación la pareja tuvo cinco hijos y tres hijas, y gobernaron un impresionante imperio medieval.

No obstante, se acercaba una tormenta. Enrique era un hombre apasionado y eso le llevó a continuas relaciones ilícitas con numerosas amantes. Su relación con una en particular, Rosamund Clifford, fue de conocimiento público y llevó a su orgullosa y terca esposa al límite. Se fue a su nativa Aquitania llevándose con ella a varios de sus hijos, entre ellos Ricardo, el heredero. Estaba harta de los hombres, quería gobernar Aquitania y quería hacerlo sola.

Leonor no fue la única que había sido llevada al límite por Enrique. Varios de sus hijos habían heredado el carácter orgulloso de su madre y decidieron que ya bastaba. Enrique, el más joven, viajó en secreto a Aquitania y, tal vez animado por Leonor, se unió a dos de sus hermanos, Ricardo y Godofredo. Juntos decidieron rebelarse contra su padre. Para Leonor la rebelión era la culminación de años de infidelidades y su única oportunidad de gobernar Aquitania con su querido hijo Ricardo. Pero, como siempre le sucedía a Leonor, el destino no fue como ella había imaginado.

Ricardo Corazón de León
La rebelión fue reprimida y la mujer que iba a gobernar encerrada en prisión. Durante 16 años Leonor permaneció encarcelada en Inglaterra, distanciándose de sus hijos. A los 50 años, Leonor esperaba impotente la oportunidad de volver a reinar, que no llegaría hasta la muerte de su impetuoso marido.
Cuando Enrique murió en 1189 Ricardo se convirtió en rey. Aunque el hijo predilecto de Leonor se había vuelto más distante, lo primero que hizo fue sacar a su madre de la cárcel. Al final de su vida, Leonor por fin pudo desempeñar el papel que había buscado toda su vida. Mientras Ricardo I, que llegaría a conocerse como Ricardo Corazón de León se embarcaba en la tercera cruzada, Leonor se quedó gobernando Inglaterra como regente. El pueblo respetaba a su inteligente y fuerte reina y al final logró ser muy popular.

Sobrevivió a casi todos sus hijos y vivió hasta bien avanzado el reinado del más joven, Juan. No obstante, por muy testaruda que fuera, Leonor no podía evitar que le llegara su hora y se retiró a la abadía de Fontevrault. En 1204, a los 82 años, Leonor moría y era enterrada al lado de su hijo predilecto, Ricardo.

A pesar de lo frívola que había parecido de joven, demostró ser una gobernante inteligente y sabia. Como escribieron las monjas que convivieron con ella en sus últimos años, era una reina “que superaba a casi todas las reinas del mundo”.


Fuente:
* Vive la Historia. Núm. 27


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