Leopoldo II de Bélgica |
En 1885 el rey Leopoldo II de Bélgica, ávido de nuevos territorios para su pequeño país, compró a título personal una parte del Congo tan grande como Europa, gracias a los buenos oficios del explorador inglés Henry Morton Stanley, que firmó tratados con varios gobernantes africanos para la Asociación Internacional del Congo, la organización que servía de tapadera a las ambiciones del rey. En la Conferencia de Berlín (1884–1885) los poderes europeos reconocieron a la Asociación Internacional del Congo y Leopoldo bautizó a este nuevo territorio como État Indepéndant du Congo, en uno de los mayores eufemismos de la historia.
Fueron más de un millón de millas cuadradas, que fueron cedidas al rey belga en bandeja de plata. La entrega se realizó sin ningún congoleño presente y el Reino de Bélgica abandonó toda responsabilidad sobre el territorio, por lo que éste quedaba convertido prácticamente en propiedad privada de Leopoldo.
Se suponía que Leopoldo trataría a los nativos con humanidad y respeto, tal como predicaba unos años antes, pero la realidad iba a ser muy distinta. Mandó más de 16.000 soldados de diversas nacionalidades pagados directamente por él, para que mantuvieran las seguridad en su territorio. La entrega del Congo fue un cheque en blanco, las potencias europeas le concedieron plenos poderes al rey belga, seguros de que su humanidad y sus inclinaciones filantrópicas le impedirían transformarse en un tirano. Luego los hechos demostrarán cuán erradas fueron estas percepciones.
Sin ningún obstáculo aparente, el belga puso manos a la obra. Después de que John Dunlop inventase el neumático, la demanda de caucho y latex se disparó demencialmente. Las ambiciones por adueñarse de la mayor parte del mercado, llevaron a Leopoldo a cometer actos atroces. Los árboles de caucho abundaban en el Congo y para aumentar la productividad de esta sustancia (y a sí poder competir con la producción en otros puntos del orbe, principalmente en América Latina) se sometía a los trabajadores a condiciones infrahumanas. Los nativos trabajaban las 24 horas del día y las muertes por fatiga eran diarias. El Congo se transformó en un inmenso campo de trabajo forzado. Los castigos, para los recolectores que no entregaban el mínimo exigido de látex, eran brutales. Iban desde los chicotazos y las mutilaciones de manos y pies hasta el exterminio de aldeas enteras, cuando se producían fugas o las aquellas comunidades no cumplían con la obligación de alimentar a sus verdugos como éstos esperaban.
Se calcula que durante los años de dominio de Leopoldo sobre el Congo fueron exterminados unos diez millones de nativos, la mayoría esclavizados, mutilados o asesinados en masa debido a su resistencia a trabajar en las extracciones de caucho.
Las atrocidades cometidas en el Congo fueron descubiertas bastante tarde. En 1895, el misionero Henry Grattan Guinness instala una misión en el Congo cuando fue avisado de los abusos sufridos por la población del Estado Libre del Congo. Obtuvo promesas de mejora de Leopoldo, pero nada cambió. El periodista británico Edmund Dene Morel, ex agente de una compañía de navegación encargada del transporte del caucho hacia Europa, y conocedor de las estructuras comerciales establecidas en Àfrica del oeste, fue también uno de los primeros en avisar a la opinión internacional sobre los crímenes cometidos, recogiendo por primera vez pruebas testimoniales y documentales. Todas estas voces levantadas en contra de las atrocidades cometidas no obtuvieron frutos.
En 1903, dos años después del fallecimiento de la reina Victoria de Inglaterra, la Cámara de los Comunes adopta una postura crítica con respecto a la administración del Congo y envía a un diplomático Roger Casement para que investigara los hechos. El informe de Casement fue impactante y tal fue su magnitud que el gobierno británico mando 14 copias a los países que casi 20 años antes, le habían concedido el dominio del Congo a Leopoldo durante la Conferencia de Berlín. El rey Leopoldo, pese al escándalo, mantuvo su control sobre el Congo hasta 1908, fecha en la que el Parlamento belga, bajo la presión internacional, decidió anexionarlo y asumir su administración. Leopoldo II aceptó firmar el Tratado de cesión del Estado Independiente del Congo el 28 de noviembre de 1907.
De esta manera se pone fin a la tiranía de Leopoldo en el Congo. Para el rey de los belgas fue una empresa más que exitosa, él se enriqueció enormemente y Bélgica obtuvo un imperio. Para los nativos del Congo, los años de administración belga fueron un infierno. Leopoldo podría considerarse como uno de los hipócritas más grandes de la Historia. Con su boca predicaba paz y humanidad para los africanos y con la mano realizaba actos atroces. Es innegable la astucia de Leopoldo como estadista, consiguió un imperio de la misma nada pero que costó la vida de más de diez millones de inocentes.
Fuentes:
* http://www.ikuska.com/Africa/Historia/congo/hiscongo1.htm
* https://elglobodegambetta.wordpress.com/2012/12/19/el-congo-y-leopoldo-ii-cronicas-de-un-genocidio-olvidado-ii/
* http://mrdomingo.com/2010/12/30/el-genocidio-de-leopoldo/
Las potencias coloniales, fueran los Estados o está de tipo personal, no tuvieron escrúpulos en explotar aquellas tierras y aprovecharse de sus habitantes negros. Tenían tan asumida la inferioridad, la infrahumanidad, diría yo, de aquellas pobres gentes, que los civilizados europeos no fueron otra cosa que seres embrutecidos, peores que las víctimas a las que sometían.
ResponderEliminarUn saludo.
Fueron exploradores en un principio.para después ponersen al servicio de las grandes potencias colonialistas .
ResponderEliminarDesde luego la historia nos enseña cuales son nuestros errores, cuales nuestros aciertos... Y que cosas jamas deberian volver a ocurrir
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