D. Melchor de Navarra y Rocafull Virrey del Perú |
Gobernaba entonces en el Perú el Virrey Don Melchor de Navarra y Rocafull, Duque de la Palata. La crónica histórica afirma que algunos novicios jesuitas rezaron juntos a grito pausado, durante todo el tiempo que duró el sismo. El pánico se apoderó de todos. El terrible sacudón desarticuló los edificios y torres de la ciudad. Las campanas de las iglesias tocaban por si solas y el estruendo era muy grande. Se abrieron grietas en el suelo. La gente se volcó a calles, plazas y plazuelas. Se oían gemidos y oraciones en voz alta, pidiendo perdón a Dios e invocando su misericordia. Pasado el prolongadísimo sacudón, la población comenzó a reaccionar. Los más serenos se dedicaron a rescatar a los heridos de entre los escombros. Amigos y parientes se buscaban unos a otros. El enérgico Virrey Duque de la Palata impartió de inmediato las órdenes adecuadas y la gente ya se estaba tranquilizando, cuando poco después, a las 5 y 30 de la mañana, la tierra volvió a ser sacudida por otro fortísimo y largo sismo.
Esta vez el pánico fue incontrolable. Cayeron iglesias, edificios y mansiones, y las grietas se extendieron aterradoramente.
El puerto del Callao, aparte de los estragos del sismo, sufrió las gravísimas consecuencias de un tsunami con olas de entre 5 y 10 metros de altura. Los estragos del maremoto se extendieron a lo largo de la costa comprendida entre Chancay y Arequipa. Hay constancia que este tsunami tuvo también efecto en zonas tan alejadas como las costas del Japón.
Los temblores continuaron sintiéndose a lo largo de los días siguientes. Como si todo esto fuera poco, un nuevo sismo sumamente violento se registró el 10 de noviembre de ese mismo año, prolongándose las réplicas hasta el día 2 de diciembre, día en que se agravó la situación, por haberse difundido la noticia falsa de una salida del mar. El pánico fue tal que todos abandonaron las habitaciones improvisadas que en plazas, huertos y otros parajes se habían levantado o las maltrechas viviendas que aún podían servir de refugio, y se apresuraron a ganar las alturas, creyendo que el mar cubriría Lima. Si no fuera porque el Virrey conservó la serenidad, el desastre hubiera sido mayor, pues se hallaban al acecho muchos maleantes, quienes esperaban ver la ciudad abandonaba para entregarse al saqueo. Aquel mismo día (2 de diciembre) un copioso aguacero (fenómeno muy raro en Lima) acabó por tirar a tierra los restos de las construcciones que aún se mantenían en pie. Curiosamente, después del chaparrón, los temblores cesaron de producirse de manera continua.
En el verano siguiente el Virrey hubo de dictar severísimas medidas de sanidad para contrarrestar los efectos de una gran peste que asoló la capital y zonas aledañas, epidemia que triplicó la mortandad ocasionada por los sismos.
Fuentes:
- Timerime
- Wikipedia
Tremendo el suceso que azotó al Perú. Y en aquellos tiempos, el desastre multiplicaría el número de víctimas al no haber medios materiales para hacer frente a tamaña desgracia y propagarse con rapidez las epidemias.
ResponderEliminarSaludos.
Lo peor es que esas catastrofes nunca terminan con el terremoto en sí. Luego vienen las pestes y demas consecuencias nefastas, con lo que la tragedia se multiplica.
ResponderEliminarFeliz tarde
Bisous
Una gran desgracia enmarcada en los años centrales del reinado de Carlos II...don Melchor tuvo una gran actuación.
ResponderEliminarUn saludo.
Carolvs, es cierto, no había caído en que esto ocurrió en la época de Carlos II.
ResponderEliminarPor cierto, ya estoy pensando en algo para el día señalado antes de que se nos eche el tiempo encima.
Saludos.
Que espectáculo más dantesco: las campanas tañendo solas, la tierra abriéndose y los frailes rezando.
ResponderEliminarSaludos.
Hola Kassiopea. Sabía que mi ciudad sufrió un terremoto aquel año, pero no que había sido tan catastrófico. Y muy curioso lo de la lluvia que dio por terminado el movimiento telúrico.
ResponderEliminarMuy interesante tu blog.
Saludos desde Lima.