Cuando algún funcionario pedía explicaciones de este llamativo aumento de la mortalidad, un primo de Fazekas presentaba los certificados de defunción, que él mismo había firmado, para demostrar que las muertes eran naturales y que todo estaba en orden. Los envenenamientos comenzaron en 1914, con el asesinato de Peter Hegedus, y finalizaron en 1929. Según Béla Bodo, un historiador húngaro-estadounidense, autor del libro Tiszazug: A Social History of a Murder Epidemic, los crímenes cesaron cuando una carta anónima al editor de un pequeño periódico local acusó a las mujeres de la región de Tiszazug de acabar con la vida de sus familiares mediante envenenamiento. Las autoridades exhumaron decenas de cadáveres en el cementerio local. Tras encontrarse arsénico en sus cuerpos, si iniciaron las detenciones de los sospechosos. Este autor, que creció en la región, revela en su obra las posibles causas sociales que propiciaron estos despiadados crímenes. Examina, por ejemplo, los elementos de la cultura campesina húngara del periodo de entreguerras, tales como el abandono tradicional de los ancianos, enfermos y discapacitados, que resultó favorable a una solución violenta de los problemas familiares. Además, analiza el contexto histórico-político en el que se desarrollaron los hechos, una época extremadamente difícil y dura, en la que se vivía con mucha pobreza y desesperación. Todo ello para intentar profundizar en la explicación de esta oleada de crímenes en la que participaron tantas personas. En aquella época, los matrimonios eran concertados por la familia y el divorcio no se aceptaba socialmente. De manera que las mujeres, frecuentemente, tuvieron que soportar a hombres que no amaban, muchos de ellos maltratadores y alcohólicos. Sin embargo, no todas las víctimas fueron de este tipo. También se acabó con la vida de padres ancianos, maridos mutilados por la guerra o, incluso, de los hijos. Cuando, finalmente, la comadrona fue detenida, se mantuvo firme en el interrogatorio y negó todas las acusaciones, afirmando que no podían demostrar nada. Las autoridades decidieron dejarla libre para tenderle una trampa. Sabían que ella se pondría en contacto con sus clientas para advertirles de que su “fábrica de arsénico” había cerrado. Así lo hizo, y cometió el error de visitarlas personalmente, de manera que, involuntariamente, le indicó a la policía a quiénes debía detener. Se hicieron treinta y siete detenciones y se logró que veinte y seis mujeres fuesen a juicio. Ocho fueron condenadas a pena de muerte mediante la horca; siete, a cadena perpetua y el resto pasó algún tiempo en la cárcel. Entre las ejecutadas se encontraba “Tía Susi”, acusada de haberse encargado de las distribución del veneno, en el caso de varios clientes. Su hermana también recibió la máxima pena. Uno de los asesinos, según afirmaba una habitante de Nagyrév que actualmente tiene 93 años, se ahorcó para evitar el arrestro. En cuanto a Fazekas, logró evitar la ejecución suicidándose con el mismo veneno que tantas veces había vendido. Fuente:
Terrible historia de la Europa profunda. De ser de por aquí, sería de Puerto Hurraco.
ResponderEliminarY digo yo que estas personas que se suicidaron cuando fueron descubiertas, podrían haberlo hecho antes de cometer los envenenamientos. ¿No?
Un saludo.
Esta es una demostración de que los horrores de la guerra siguen su curso a pesar de que la guerra oficialmente haya terminado
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