Una mañana, de los vagones bajan 45.000 judíos llegados de Salónica, demacrados y hambrientos. Unos 10.000 son seleccionados para los campos de trabajo y al resto los envían directamente al crematorio. Los que se salvan, hacinados en barracones, no soportan las duras condiciones del lugar y al poco tiempo enferman de paludismo. Los guardias alemanes, con sus botas militares y los perros, les recomiendan que vayan al hospital del campo de concentración, algo que desaconsejan los prisioneros veteranos. Saben cómo se las gastan allí. A pesar de las advertencias, los griegos se presentan en el centro médico, donde a medida que van pasando reciben en el corazón una inyección de fenol que acaba con sus vidas. Sus cadáveres se apilan más tarde en la puerta del bloque de enfermería, donde nunca entra el sol. Eso no tiene ninguna importancia aquí, en Auschwitz-Birkenau, 1943.
Estos detalles del día a día en el mayor campo de exterminio de la Alemania nazi, donde fueron aniquiladas entre 1,5 y 2,5 millones de personas, quedaron reflejados en un informe que dos jóvenes eslovacos escribieron tras escapar del lugar. El texto, escrito a máquina y en un dificultoso francés, llegó a manos de Ángel Sanz Briz, un joven diplomático español destinado en el Budapest ocupado por los nazis. Tras leerlo, remitió el documento en agosto de 1944 al ministro de Asuntos Exteriores, José Félix de Lequerica. No consta que Sanz Briz recibiese una respuesta.
El puñado de papeles que el diplomático envió a Madrid iba precedido de una carta a "Vuestra Excelencia" en la que informa "sobre el trato a que se condena a los judíos en los campos de concentración alemanes". Desvelaba que se los habían hecho llegar "elementos de la junta directiva de la organización sionista de la capital". "Su origen, pues", se dice en la misiva, "le hace sospechoso de apasionamiento. Sin embargo, por los informes que he podido obtener de personas no directamente interesadas en la cuestión y de mis colegas del cuerpo diplomático aquí acreditado, resulta que una gran parte de los hechos que en él se describen son, desgraciadamente, auténticos". Los papeles permanecían hasta ahora en los archivos del ministerio, en una carpeta donde se lee "no mostrar". Ahora sirven para confirmar hasta qué punto el Gobierno de Franco, simpatizante de Hitler en la Segunda Guerra Mundial y ambiguo en sus posiciones hacia el final de la contienda, conocía con todo detalle el plan que los nazis estaban llevando a cabo para exterminar a los judíos.
Sanz Briz participó casi desde su llegada a Budapest en unas reuniones secretas con diplomáticos de otros países neutrales, incluido el nuncio apostólico, en las que se buscaba la forma de ayudar a los miles de judíos húngaros que en ese momento estaban siendo transportados a los campos de exterminio.
"En los vagones de camino a los campos de concentración no sólo van hombres, sino también mujeres, niños y ancianos. Es difícil de creer que vayan a trabajar...", dice Sanz Briz en una de sus comunicaciones con Madrid. Después de mucho insistir, le autorizaron a repatriar a "algunos" judíos de origen español. Hungría, último país ocupado por los nazis, le permitió expender 200 pasaportes. Pero el diplomático buscó un salvoconducto para tramitar cientos de pasaportes y cartas de protección en las que garantizaba el origen sefardí de miles de judíos que en realidad no lo eran. Siempre sellaba las cartas y los visados con números inferiores a 200, lo que despistó a la burocracia húngara.
Sanz Briz incluía en el paquete que enviaba a Franco el relato de una señora y su hijo. Asqueada de las condiciones de higiene que soportaba en el campo de concentración en el que estaba recluida, pidió su traslado a Birkenau, donde según había oído no era tan malo el trato. Al llegar al sitio, quedó impresionada por el cartel en el que decía que el trabajo la haría libre. "Tenía la impresión de haber hecho un buen cambio", contará más tarde. El patio limpio, los edificios de ladrillo, el césped verde, le dieron buena impresión. Enseguida se dio cuenta de su error. Le afeitaron la cabeza, le tatuaron un número en el brazo izquierdo y de esa forma tan inesperada pasó a convertirse en una prisionera política. Cierto día la condujeron a la cámara de gas y a ella le entró el pánico, aunque le decían que sólo era para hace un recuento al grupo. Ella tuvo suerte: consiguió escapar y con la ayuda de unos campesinos logró llegar a Hungría.
Ese fragmento del horror también estuvo en manos de Francisco Franco, el dictador español. Nunca le envió una contestación al joven Sanz Briz.
Fuente consultada: El País - artículo de Juan Diego Quesada
No es menos cierto que fue su gobierno el que le permitió hacer esas tretas para salvar a muchos de esos judíos que iban a los campos de concentración. Creo que el gobierno de Franco no se podía enfrentar directamente a Hitler, pero sí halló una puerta trasera por la que conseguir mitigar parte del daño.
ResponderEliminarUn abrazo
Ya conocía el artículo por el diario El País a quien bien citas.
ResponderEliminarFranco no era partidario de medidas raciales tan radicales como Hitler, pero colaboró con él o miró hacia otro lado. Cualquier cvosa menos enfrentarse con el poderoso führer.
Saludos.
No es por joderte ni nada parecido, pero has copiado buena parte del texto para hacer esta entrada en el texto de la fuente que "consultaste". Creo que lo correcto es "fuente citada".
ResponderEliminarEs que no me vas a joder. En mi blog hago lo que me sale de las narices y si no te gusta ya sabes donde está la puerta.
ResponderEliminarEstoy hasta las narices de que entren aquí listillos a decirme cómo tengo que hacer el blog. Y casualmente todos los que venís a darme lecciones o no tenéis blog, o tenéis 4 entradas que no hay por donde pillarlas.
Aquí entra mucha gente que sabe un huevo de historia y comenta la información aportando opiniones y datos que complementan la entrada, independientemente de cuál sea la fuente original. Y sin problemas.
Claro que tú a lo mejor de todo el post la única frase que has entendido es "fuente consultada".
Ningún blog tiene abiertos los comentarios para que escribáis impertinencias.
¡Gasp! Y yo que iba a decir que en vez de los niños mofletudos has puesto esos musulmanes...
ResponderEliminarEs un coñazo hablar de Auschwitz, ya, vale; pero es que es tan fácil olvidar que fue real...
Pcbcarp los de siempre podéis comentar lo que queráis jajajaja. La moderación la he puesto por 3 o 4 que tengo fichaditos que solo hacen que fastidiar, a ver si se cansan.
ResponderEliminarVaya, gracias.
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