El movimiento obrero surge de la Revolución industrial como consecuencia de la falta de derechos que los trabajadores tenían en las fábricas. La lucha de los obreros contra situaciones de injusticia fue el germen del futuro movimiento obrero que se concretará en la asociación de campesinos y obreros con el fin de conseguir una mejora de su situación mediante la actividad política y social. El proletariado industrial será el impulsor del movimiento obrero organizado.
Durante la primera etapa de la industrialización, los empresarios tenían plena libertad para fijar las condiciones laborales de sus trabajadores. Los salarios eran tan bajos que no alcanzaban para una vivienda digna o para poder subsistir todos los miembros de una familia. Si por enfermedad, accidente o despido perdían su empleo, no existía ningún tipo de subsidio público para estos casos.
Se inició en Inglaterra. Cuando surgió la revolución industrial una de las primeras consecuencias fue la creación de fábricas en las que se buscaba rentabilizar al máximo la producción, por lo que había un exceso de mano de obra disponible para trabajar. Al no existir todavía ningún tipo de legislación que regulase la actividad industrial, los trabajadores se veían obligados a realizar unas jornadas de trabajo de más de doce horas, los niños también trabajaban y, además, eran unos de los objetivos más atractivos para los empresarios porque sus salarios eran sustancialmente inferiores a los de los adultos.
Una de las primeras reacciones contra este mercantilismo fue la destrucción de máquinas, a las que se responsabilizaba de la pérdida de la capacidad adquisitiva del pequeño artesano y las hacían culpables del paro. La máquina simbolizaba todo aquello que el trabajador rechazaba y su destrucción era un buen modo de presionar a los empresarios.
Quizá el concepto más significativo en el que se basó el crecimiento del movimiento obrero organizado fue la lucha de clases. Esta supuso la toma de conciencia de los trabajadores de que pertenecen a una clase social diferente que sus patronos y que para mejorar su situación el camino más adecuado era el de la lucha. Sin duda, la principal arma obrera en esta lucha de clases ha sido la huelga.
En España, donde la industrialización se produjo más tarde que en otros países, las primeras acciones obreras tuvieron lugar en Barcelona en 1823, cuando –según la prensa de la época– «grupos de sediciosos saquearon los almacenes de los hacendados y de los comerciantes». Surgieron así enfrentamientos entre obreros y patronos de nuevo en 1827 y 1831 con motivo de los salarios del tiraje de piezas textiles.
El 6 de agosto de 1835, la fábrica de telas «Bonaplata y Compañía» y «El vapor» fueron incendiadas en Barcelona. Al día siguiente fue ejecutado el obrero Pardiñas como presunto autor del incendio y el 11 de agosto tres obreros más. A partir de 1838 los obreros comenzaron a asociarse y acudieron al Capitán General de Cataluña, representante de la Comisión de Fábricas, pidiéndole autorización para asociarse. Los patronos estaban asociados desde 1833 en dicha Comisión de Fábrica, pero los obreros no obtuvieron la autorización solicitada.
EL 28 de febrero de 1839, el Gobierno concedió la autorización de sociedades mutualistas y cooperativas, aunque dejaba a los dirigentes políticos regionales su reconocimiento. Se fundó, en 1839, una «Sociedad de Tejedores del algodón», no tolerada. El 17 de marzo de 1840, bajo la inspiración del tejedor Juan Munts, se fundó la «Asociación mutua de obreros de la industria algodonera». Ambas asociaciones, en realidad eran la misma con dos caras. La primera efectuaba la resistencia activa; la segunda era una pura mutualidad. Se apoyaba en el Decreto de 1839 según el cual fueron reconocidas por el Gobierno Civil, que el 25 de mayo de 1840 prohibió las reuniones obreras fomentadoras del asociacionismo.
Sin embargo, continuaron su actividad las asociaciones obreras clandestinamente y obligaran a la patronal a reunirse con los representantes obreros en un comité paritario. El 6 de enero de 1841 el Regente, general Espartero, a instancia de los patrones catalanes disolvió las asociaciones obreras. Los obreros continuaron actuando en la clandestinidad, hasta que las autoridades catalanas publicaron un Decreto autorizando las sociedades mutualistas de los trabajadores. Pero el 9 de diciembre de 1841 el Gobierno dictó una segunda orden de disolución de la «Sociedad de Tejedores del algodón». De la firme resolución de los trabajadores es buena muestra el Manifiesto que se publicó contra esta segunda disolución:
«Tejedores y demás jornaleros asociados, no os dejéis sorprender. Nuestra Asociación no necesita de la aprobación ni de la reprobación de nadie; con los derechos que nos concede la naturaleza y la ley, tenemos bastante, y los que digan lo contrario son los perturbadores. Por consiguiente, nuestra asociación es un acto voluntario y recíproco que no está sujeto a disolución. Mucha firmeza y mucho silencio es lo que debemos guardar y vengan decretos.»
Los acontecimientos revolucionarios de diciembre de 1842 dieron pie a que el Gobernador Civil de Barcelona dictara una orden disolviendo la «Sociedad de Tejedores», bajo cualquier modalidad o denominación que presentara, fuera pública o clandestina. Esta suspensión tampoco consiguió acabar con la asociación, cuyo núcleo dirigente se respaldaba en la cooperativa «Compañía Fabril de Tejedores de Algodón», en cuya dirección seguía Juan Munts. Sin embargo, los sucesos de 1843, asestaron un golpe fatal a la asociación y supusieron un debilitamiento del movimiento obrero que no volvió a resurgir hasta 1854.
Esta lucha por el derecho de asociación de la clase obrera no sólo se dio en Barcelona, sino en toda la Cataluña textil. De 1844 a 1854 la actividad asociacionista se desarrolló en plena clandestinidad y, a pesar de la represión, continuaron los conflictos laborales, como lo demuestran las circulares de los gobernadores civiles de 23 de febrero de 1850, la de 1851 y la resolución de 1853 prohibiendo las asociaciones obreras. En 1850, en Igualada, los tejedores a mano presentaron la primera reivindicación colectiva a los patronos del gremio. En 1854 la colocación de numerosas máquinas automáticas produjo numerosas huelgas organizadas por comisiones de trabajadores. En 1854 apareció en Barcelona la primera Confederación de Sociedades Obreras de España. Su denominación fue «Unión de clases».
En 1855 comenzó la primera Huelga General en España. La motivación fue la orden cursada por el Capitán General, general Zapatero, el 24 de julio, disolviendo las asociaciones obreras ilegales y poniendo bajo el control militar todas las asociaciones de socorros mutuos permitidas. Asimismo se sometía a la ley marcial a «todo el que directa o indirectamente se propasase a coartar la voluntad de otro para que abra sus fábricas o concurra trabajar en ellas si no accede a las exigencias que colectivamente se pretenda imponer». La huelga general que duró del 2 de julio al 11 del mismo mes fue masivamente seguida. El lema de la huelga era «asociación o muerte». Además de la libertad de asociación, se pedía la reducción de la jornada de trabajo y el aumento del salario. La «Unión de clases» publicó un Manifiesto en el que, dirigiéndose a la clase obrera de Cataluña, se la exhortaba a sumarse a la acción huelguística. Se envió una comisión de trabajadores a Madrid para entrevistase con el Regente, general Espartero, y conseguir el reconocimiento del derecho de asociación. El general Espartero no recibió a la Comisión. Entretanto, en Barcelona la autoridad militar aplicaba severas sanciones: entre ellas prisión, deportación, castigos corporales y amenazas de pena de muerte. El 8 de julio la fragata «Julia» zarpó con rumbo a La Habana con 70 militantes obreros deportados. El día 9 de julio Barcelona fue tomada militarmente y el general Espartero envió a su ayudante, Sanabria, con un documento lleno de vagas promesas. La huelga general se extinguió el 11 de julio.
Simultáneamente con el movimiento obrero industrial comenzó a desarrollarse en algunas regiones españolas el movimiento obrero campesino. Su principal historiador –Díaz del Moral– hablaba de «un socialismo indígena» en el campo andaluz y decía que «ese socialismo era una vaga tendencia de pobres contra ricos». Socialismo vino a significar, para unos y para otros, el reparto de la propiedad de los primeros entre los segundos. Ser socialista valía tanto como aspirar al reparto. En ese sentido, se puede hablar de movimiento obrero campesino en esa época, pues aunque revueltas y sublevaciones campesinas ha habido muchas a lo largo de la historia, a principios del siglo XIX tenían ya un cierto sentido socialista.
Fuentes:
* https://biombohistorico.blogspot.com.es/2014/10/los-inicios-del-movimiento-obrero-en-la.html
* http://www.nodulo.org/ec/2006/n052p06.htm
* http://ocw.innova.uned.es/epica/his_contempo/contenidos/html/unidad2/unidad002.html
* https://losojosdehipatia.com.es/cultura/historia/el-movimiento-obrero-origen-ludismo-sindicatos-y-cartismo
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