Desde la Antigüedad los hombres han buscado un modo de moverse bajo el agua sin las limitaciones que impone la respiración. Se sabe que el ejército asirio tenía nadadores que respiraban a través de odres de piel de cabra, igual que los "submarinistas" romanos llamados urinatores. Sin embargo, ninguno podía alcanzar grandes profundidades.
Fue en el siglo XVI cuando se ideó un sistema que permitía mantenerse largo tiempo en el fondo del mar. Aparte de diseños visionarios como los de Leonardo Da Vinci, los sistemas que se llevaron a la práctica tuvieron que ver con una necesidad específica que surgió a consecuencia del descubrimiento de América y del consiguiente incremento del tráfico marítimo: el rescate de mercancías y pertrechos de los navíos que naufragaban.
La Corona española, entre otras, tenía interés en recuperar los cargamentos de los galeones de la Flota del Tesoro que se perdían por la acción de tormentas y huracanes. Con este objetivo promovió todo tipo de diseños que se demostrarían eficaces. Protegió a los inventores con los "Privilegios de invención" y exclusivos contratos de rescate. Estas medidas incentivaron el desarrollo de multitud de equipos innovadores. En 1539, el capitán Blasco de Garay ofreció al emperador Carlos V un "arte con que cualquier hombre pueda estar debajo del agua el tiempo que quisiere tan descansadamente como encima".
Submarinistas asirios |
Poco después, en 1597, el navarro Jerónimo de Ayanz ganó una cédula de privilegio para utilizar en las Indias varios de sus inventos: unas gafas de buceo, contenedores de aire con boquilla y tubos con válvulas de purga y suministro desde superficie, que él mismo probó ante el rey Felipe III, sumergiéndose en el río Pisuerga durante una hora. Esta inmersión puede considerarse la primera referencia oficial a un equipo de buceo probado con éxito.
A principios del siglo XVII, otros dos inventores españoles crearon un auténtico traje de buzo. Diego de Ufano, un ingeniero militar español destinado en Flandes, presentó en 1613 una solución global a la recuperación de los cañones de los pecios. En su Tratado de la artillería se encuentra una bella ilustración de un buceador equipado con una chaqueta de piel de cabra con capucha y lentes de cuerno pulidas para facilitar la visión en el fondo. El buzo respira a través de una manguera que se mantiene a flote en la superficie. Este rudimentario conjunto le proporciona seguridad y autonomía mientras rescata un cañón con un instrumento parecido a un tornillo sin fin. Ufano dice en su obra: "Desto en realidad de verdad tengo hecha la experiencia"; y reconoce haberse inspirado en la recuperación de unos cañones hundidos en las Azores por unos buzos genoveses.
Diseño de Diego de Ufano |
En 1623, el secretario real Pedro de Ledesma describió en una obra manuscrita el traje de buzo utilizado habitualmente para rescatar los galeones de la Flota de la Plata hundidos en Matacumbé, entre ellos el famoso galeón Atocha. El texto, acompañado de láminas, describe el invento como "segura invención para que una o dos o más personas abajen al fondo de la mar en parte donde haya 16 hasta 25 brazas de agua y que está tres y cuatro horas". De nuevo hemos de dar credibilidad a su uso práctico, puesto que Ledesma asegura: "Esta invención hice yo en 1623 en los dos cayos de Matacumbé".
Los trajes de Ufano y Ledesma -mejorados en 1720 por Alejandro Durat con fuelles y mangueras que permitían la renovación del aire- sentaron las bases para la moderna escafandra de buzo con casco rígido, inventada en 1818 por el inglés Augustus Siebe.
Fuente:
* Xabier Armendáriz, El traje de buzo: al rescate bajo el mar. Historia National Geographic, nº 161, pág. 20-21.
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