La heráldica nació durante el siglo XII y era un lenguaje basado en símbolos. Según la teoría dominante, la heráldica habría nacido de la necesidad de identificar a los caballeros, a los que no sería posible reconocer porque el yelmo les ocultaría el rostro.
Para conseguirlo hacía falta un soporte adecuado. Al principio éste sería el estandarte, como atestiguan las primeras evidencias gráficas. Originarias de Francia e Inglaterra y fechadas en la primera mitad del siglo XII, corresponden a sellos en los que se representaba un caballero cabalgando en dirección a la derecha, con lo que el escudo (que se acarreaba en el brazo izquierdo) quedaba oculto. A partir de 1140, en estas figuras se irían haciendo visibles el escudo (entonces ya triangular y de tamaño más reducido y manejable) y su contenido heráldico. Al perder el umbo, o pieza metálica central, el escudo ofrecería una superficie lisa ideal sobre la que representar el emblema del individuo.
Para cuando la heráldica hubo llegado a territorio hispánico, ya se hacía visible en los sellos el exterior del escudo. Es el caso del sello de Ramon Berenguer IV, conde de Barcelona y de Provenza, del que se conserva una marca de 1150.
En la mentalidad propia de los europeos del siglo XII la identidad personal dependía de la del grupo, ya fuera la familia, el grupo social o toda la comunidad cristiana, por lo que lo esencial era no tanto poder ver quién estaba presente en una batalla sino de qué lado estaba, para reconocerlo o descartarlo como amenaza.
En los tiempos en los que nació la heráldica, las familias más poderosas estaban construyendo su identidad. Era una manera de consolidar su posición dominante. Así que crearon un patrimonio identitario a partir de unos pocos nombres propios, de un apellido y de un símbolo heráldico. A veces había coincidencia o concordancia con el apellido, como sucedía con las armas de la familia aragonesa de los Luna, cuyo elemento principal era precisamente una luna en cuarto creciente. En casos como este, los heraldistas suelen hablar de armas "parlantes".
A mediados del siglo XII, las familias de la realeza y de la alta nobleza europeas estaban empezando ya a adoptar muchos de los símbolos heráldicos que iban a caracterizarlas. Estos fueron haciéndose un sitio en los sellos, que sólo los poderosos podían usar. Además, al ser considerados por lo general familiares y no individuales, incluso obispos y abades iban a adoptar aquellos símbolos.
Escudo de Jaime I el Conquistador |
Hacia 1250, la heráldica se había extendido ya a otros sectores sociales y a diferentes entidades. Concejos, gentes de negocios y corporaciones de oficios llegarían a tener sus propios emblemas.
En manos de familias y de instituciones eclesiásticas y urbanas, los signos heráldicos cumplieron más de una función. Por ejemplo, recordar la unión política de dos linajes. A partir del siglo XIV, esto solía representarse en los emblemas femeninos dividiendo el escudo en dos partes. La heráldica de la familia del marido quedaba entonces en el lado izquierdo, y la de los padres en el derecho.
Fuente:
* Alejandro Martínez Giralt, "Estos son mis colores". Historia y Vida nº577, pág. 46-49.
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