
En 1345 murió doña Constanza, y el infante don Pedro quiso regularizar su situación con doña Inés, que ya le había dado cuatro hijos. Cuenta el cronista que ya algunos lo llamaban "El Casto", pues nunca se le conoció otra mujer, ni tuvo hijos fuera de este matrimonio, cosa harto frecuente entre las castas nobles, y más en los reyes, que prodigaban a la sazón bastardos por todo el reino y se cocían en la promiscuidad de sus amoríos, especialmente siendo aún jóvenes. Sin embargo, su padre Alfonso tenía planes, y pensó en casar a su hijo con otra princesa. Pero don Pedro no sólo lo desobedeció, sino que secretamente se casó con doña Inés. Aunque el secreto no lo fue tanto; pronto se supo en la corte, y las lenguas desatadas esparcieron la noticia por todo el reino.
Irritado don Alfonso por tal contratiempo, no vaciló en decretar la muerte de la esposa de su hijo, y encargó a tres cortesanos que se trasladasen a Coimbra, donde moraba doña Inés, y la asesinasen. Los miserables no se detuvieron ni siquiera en presencia de las criaturas, y degollaron a la madre delante de sus propios ojos.
Mal calculó la reacción de su hijo el cruel rey Alfonso. Don Pedro, con ira imposible de medir, se alzó en armas contra su padre, sin tregua ni cuartel. El reino se dividió entre los partidarios de uno y del otro. Y el joven contrincante luchaba al frente de sus tropas como un endemoniado. Relataban sus soldados que ofrecía el pecho a todas las espadas y recorría las planicies erizadas de lanzas como si atravesase un campo de lirios. Algunos contaban que bajo el casco se cubría el rostro con un velo oscuro de gasa para que nadie pudiese adivinar que lloraba de dolor y rabia en el fragor de las batallas. Mas a pesar de lo cruento de los embates, la lucha no se definió hasta que el rey Alfonso murió de viejo.
Don Pedro lo sucedió por derecho, entonces, finalmente; y lo primero que hizo fue buscar a los asesinos de su esposa. Sus pesquisas le indicaron que los criminales habían huido a Castilla, donde entonces reinaba el rey Pedro, conocido por unos como "El Cruel" y por otros como "El Justiciero", que no dudó en entregarle a su tocayo a dos de los monstruos, puesto que el tercero logró huir hacia las tierras del hermano bastardo y enemigo del rey Pedro de Castilla, Enrique de Trastámara.
Pero al menos en los dos que atrapó vengó el rey portugués su saña, pues aún estando vivos les hizo sacar los corazones, a uno por el pecho, y al otro por las espaldas, y después mandó quemarlos.
No contento con esto, quiso también castigar de algún modo a aquella misma corte que despreció a su esposa. Hizo desenterrar a doña Inés, trasladó el cadáver a Lisboa y lo sentó en un trono junto al suyo; luego ordenó que todos los cortesanos desfilasen ante ella y de rodillas besasen su mano, como reina. Y más aún. El mismo tributo reclamó del pueblo en el tránsito del cuerpo desde Lisboa a Alcobaça, en cuyo monasterio hizo labrar don Pedro dos tumbas: una para él y otra para doña Inés. Las tumbas están encaradas una frente a la otra de tal forma que, como dijo el propio don Pedro, "el día del juicio final, cuando resuciten los cuerpos y se incorporen, lo primero que verán los ojos de ambos será el rostro del ser amado".
Fuente:
Curiosidades de la Historia
Qué manía tienen algunos con no dejar en paz a los difuntos y desenterrarlos para mil cosas. Unos para sentarlos en el trono y otros para quemar su cadáver (la Inquisición).
ResponderEliminarUn saludo.
Una de las más bellas y trágicas historias de amor de todos los tiempos, un amor que duró más allá de la muerte.
ResponderEliminarun abrazo, feliz fin de semana
Maravillosa historia, romántica y con tanta fuerza, capaz de perdurar siglos.
ResponderEliminarImpresionante historia.
ResponderEliminarY luego decimos de la pobre Juana.
ResponderEliminarSaludos.
Una historia de amor tragica y algo surealista .
ResponderEliminarBesos desde Málaga .