Un ambiente de dolor y alegría se respiraba en las alcobas del palacio. Hacía cinco días que había muerto el heredero a la Corona, el príncipe Felipe Próspero, y sin embargo, la emoción embargaba a los reyes, a la corte y al país entero porque acababa de nacer el nuevo príncipe, el futuro Carlos II. Era el domingo 6 de noviembre de 1661 y el embarazo de la reina había superado con éxito el duro golpe de la pérdida del pequeño heredero. Había sido una muerte anunciada, esperada por todos desde el mismo momento de abrir los ojos, cuatro años antes. Desde los primeros días su cuerpo fue un lamento constante. Los médicos se habían empleado a fondo para corregir la débil salud del príncipe, pero no pudieron hacer nada.
Con estos antecedentes y después de los muchos padecimientos sufridos por Felipe IV por conseguir un heredero, el nacimiento de Carlos II vino acompañado de una gran alegría y de mucho entusiasmo. Y no era para menos porque la familia real no sólo había perdido a los príncipes Baltasar Carlos y Felipe Próspero; el dolor y la desdicha habían inundado los corazones de Felipe y Mariana por la muerte de otros infantes.
Desde pequeño, Carlos destacó por sus lacras físicas; era tal su desgraciado rostro que, incluso, fue llevado completamente cubierto a la pila bautismal. El embajador inglés que asistió a la ceremonia escribió que “iba tan tapado de blondas y encajes que sólo se le veía un ojo y parte de una ceja”. Su debilidad era tal, que a los 4 años, le resultaba imposible mantenerse en pie.
El tiempo ha convertido a Carlos II en el símbolo de la decadencia de un imperio. Carlos II era el fruto del matrimonio de Felipe IV, a los 44 años, con su sobrina Mariana, de 14. Su debilidad era la consecuencia de la endogamia indiscriminada practicada por la casa de Austria. Carlos era el representante de la sexta generación de esta política matrimonial, y se convirtió en la última esperanza de los austrias españoles. Los reiterados matrimonios consanguíneos practicados por esta casa real contribuyeron a mantener unido un poderoso imperio, pero ahora, la salud social, económica y política de ese imperio era tan endeble como la salud de Carlos.
Carlos II, que sería llamado “El Hechizado”, apenas contaba 4 años cuando murió su padre, lo que condujo a la regencia de la reina viuda, doña Mariana de Austria. Así lo había decidido el rey en su testamento.
Siempre rodeado de capellanes y curanderos, ya que desde su más tierna infancia daba muestras de una extrema debilidad física y mental, Carlos había sido criado con leche materna gracias a los servicios de más de catorce nodrizas, y sólo se abandonó este procedimiento por respetar su ascenso al trono. La corona se asentaba con mayor firmeza sobre su cabeza que el suelo bajo sus pies.
A la edad de 9 años Carlos II todavía no podía leer ni escribir, a pesar de los denodados esfuerzos de sus preceptores. Languidecía en una corte melancólica, en medio de una sociedad decadente, rodeado de meninas y bufones. Vivía dentro de un estrecho círculo femenino creado por su madre y la marquesa de los Vélez, su aya. El monarca seguía padeciendo frecuentes enfermedades y desarreglos, de los que no se libraría hasta el final de su vida.
Las enfermedades crónicas del rey hicieron de la “cuestión del heredero” un asunto de estado, que implicaba también a las potencias internacionales. Las cancillerías europeas, que no habían dejado de especular desde su nacimiento, difundían todo tipo de rumores; hasta se llegó a dudar de su sexo afirmándose que no era varón, sino hembra. En cualquier caso, se pensaba que Carlos moriría pronto. Las potencias del momento comenzaban a competir para colocar a sus candidatos al trono en el mejor lugar. El poderoso monarca francés, Luis XIV, llegó a firmar un documento con Leopoldo I de Austria, en que se detallaba el reparto de la herencia en caso de que Carlos muriese sin descendencia.
Las decisiones durante los primeros años de reinado de Carlos II estuvieron en manos de su madre, que nunca dejó de vestir el luto de las reinas viudas de Castilla. Sin demasiados amigos, en una corte en la que todos mandaban y nadie decidía, con el doloroso recuerdo de la muerte de tantos infantes, Mariana de Austria vivió en el viejo Alcázar envuelta en una atmósfera tensa. La regente tuvo que afrontar problemas tan graves como las humillaciones de los ejércitos franceses paseándose por Flandes., la independencia de Portugal, o la actitud reacia de la nobleza para colaborar en la defensa de la monarquia.
Doña Mariana de Austria |
La reina viuda requirió el apoyo de su fiel confesor, el padre jesuita Juan Everardo Nithard, que la había acompañado en 1649 a Madrid desde la corte de Viena, y no sólo en su vertiente espiritual, sino en la controvertida vertiente política.
Así, el padre Nithard llegó a copar puestos de gran relevancia en la monarquía, actuando como un verdadero "valido" al ser casi la única persona en la que la reina regente depositó su plena confianza. Nithard logró recabar con su ascenso un gran número de odios tanto en los círculos políticos como en los religiosos; y es que el padre jesuita no sólo entró a formar parte del Consejo de Estado en enero de 1666 sino que también alcanzó el puesto de Inquisidor General, la cúspide de la gran institución eclesiástica de la monarquía. El encumbramiento del jesuita a tal dignidad jurídico-religiosa no fue en absoluto fácil, la reina puso en juego todos los recursos que tuvo a su alcance para conseguir tal cargo para su confesor. En primer lugar consiguió que el Inquisidor General en funciones, el arzobispo de Toledo, don Pascual de Aragón, renunciara a su puesto y se retirara a su arzobispado, dejando a la vez su puesto en la Junta de regencia en la que según el testamento de Felipe IV debía estar el Inquisidor General.
En 1675 la regencia llegó a su fin a debido a la mayoría de edad de Carlos II, pero Mariana siguió influyendo bastante en su débil hijo, salvo durante el período de 1677, en que Juan José de Austria se hizo con el poder y la confinó en Toledo, hasta 1679, fecha de la muerte de éste.
D. Juan José de Austria |
María Luisa de Orleans |
Después de la muerte de su primera esposa, el estado mental y físico del rey fue agudizándose malamente. A los 30 años parecía un anciano de 80, con los tobillos y las rodillas siempre hinchados, casi calvo (tuvieron que ponerle peluca), el color cada vez más amarillento o verdoso, los párpados siempre enrojecidos y el prognatismo de la mandíbula cada vez más acentuado. Además empezó a torturarse con la idea de que estaba hechizado o endemoniado, tenía alucinaciones y su vida se convirtió en un tormento. La gente de su tiempo empezó también a pensar si no sería verdad lo del hechizo. Su muerte fue lenta y dolorosa y llegó a su fin el 1 de noviembre de 1700, a los 39 años. Había firmado el testamento en favor del Príncipe Elector de Baviera, pero éste murió antes que Carlos. Después firmó en favor de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, según las presiones recibidas en su lecho de muerte.
ANÉCDOTA
Un Jueves Santo, cuando el rey ya tenía 16 años, visitando los Monumentos acompañado de su séquito, al salir de una de las iglesias y sin que nadie se percatase, dio a un pobre que mendigaba en la puerta la cruz de brillantes que llevaba al cuello. Cuando los caballeros que le acompañaban se dieron cuenta de que no llevaba la cruz, comenzaron a gritar que habían robado a Su Majestad. El mendigo, que seguía al real cortejo, entregó la joya inmediatamente asegurando que el rey se la había dado, lo cual fue confirmado por el monarca y, aunque la cruz fue devuelta al rey por pertenecer a las joyas de la Corona, para que se cumpliese el deseo de Carlos II fue tasada la joya y el valor de la misma, que se elevó a 12.000 escudos, le fue entregado al mendigo.
Con este rey termina en España el reinado de la Casa de Austria y comienza la Casa de Borbón con su heredero. Este testamento y su cumplimiento trajeron al país una desastrosa guerra civil, conocida como la Guerra de Sucesión de España.
Fuentes:
- Enciclopedia
- Campus.usual.es
- Apodos reales: historia y leyenda de los motes regios – Javier Leralta
- Wikipedia
- El libro negro de la historia de España – Jesús Ávila Granados
- Anecdotario histórico español – María Francisca Olmedo de Cerdá
Con esta entrada hemos querido aportar nuestro granito de arena a la iniciativa puesta en marcha por Carolvs II desde su blog Reinado de Carlos II, para conmemorar el 349º aniversario del nacimiento del rey Carlos II de España.
Muy buena entrada. Catorce nodrizas nada menos. Muchas temían que el "mamoncete" les causara daños en sus pezones.
ResponderEliminarUn saludo.
Sabía que lo bordarías.
ResponderEliminarUn abrazo.
Kassiopea muchísimas gracias por la colaboración, te ha quedado una entrada excelente. Me gusta que hayas tratado el tema de don Juan, uno de mis personajes históricos favoritos. La anécdota no la conocía, muy interesante.
ResponderEliminarUn beso.
Precioso, madame. Me ha encantado su entrada. Una estupenda biografia y ademas un broche de oro con esa anecdota.
ResponderEliminarFeliz fin de semana
Bisous
Me alegro de que os haya gustado. Gracias :)
ResponderEliminarMuchas gracias por esta lectura, siempre me ha interesado la historia de este rey.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu artículo, que he leído con mucho interés. Un abrazo.
ResponderEliminarUna entrada elegante y muy brillante, donde se hace una semblanza muy ajustada a este personaje tan incapaz (por errores sanguíneos de otros) que, sin embargo dirigió el mayor imperio de la época. La anécdota final dice mucho del personaje tan suigeneris, tan apartado del protocolo cortesano. Seguiré visitándote. Saludos desde ArteTorreherberos.
ResponderEliminarInteresante, has desarrollado muy bien la vida de Carlos. Saludos de otro participante en el "349". Poco a poco voy leyéndolas todas las entradas, que son muchas.
ResponderEliminarGracias Jose Eduardo, yo tengo aún pendiente la lectura de muchas. Poco a poco las iré leyendo.
ResponderEliminarEstò muy feliz que usted piensan por mi amado Carlos II.
ResponderEliminarCada día rezo mucho por él, y invito a los que quieren hacer lo mismo: no importa si usted religioso, puede ser suficiente un pensamiento de amor por él.
Tengo una copia de su retrato: cada día admiro sus ojos tiernos y tristes, sus labios que parecen ser tan suaves.
Hubiera sido bueno abrazar suavemente el rey Carlos II.
Mi amor por Carlos II es tan grande que habría curado su enfermedad.
(Me disculpo si escribo mal, son italianas)