Desde que el hombre es hombre el veneno ha estado presente en todas las culturas. Se cree que probablemente fueron los australopitecos los primeros en tener contacto con el veneno al ingerir accidentalmente bayas, hongos o insectos que ya albergaban toxinas hace cuatro millones de años.
Aunque los neandertales ya ponían veneno en sus flechas para cazar, el conocimiento de la ponzoña tuvo su momento estelar en el antiguo Egipto. Los médicos egipcios trataban las dolencias con plantas y fármacos de origen animal, acompañados de oraciones a los dioses. En el Papiro de Edwin Smith, el médico, astrólogo y arquitecto Imhotep aconseja el uso de anestésicos como la adormidera. La mandrágora, el beleño y la hiedra fueron otras plantas de uso frecuente, y pronto se supo que su efecto podía ser mortal en función de la dosis suministrada.
Los sacerdotes que participaban en el proceso de momificación distribuían venenos y narcóticos en los alimentos, bebidas y ajuar funerario. Untaban paredes y pasillos con sustancias tóxicas. Incluso encendían antorchas empapadas en cianuro para envenenar el aire justo antes de sellar las tumbas. De esta manera, si alguien las volvía a abrir moría en el acto.
Hipócrates, el insigne médico de la antigua Grecia, explica en su Corpus Hippocraticum que "las drogas no son elementos sobrenaturales, sino productos que actúan enfriando, calentando, secando, humedeciendo, contrayendo, relajando o haciendo dormir". Y añade que "lo esencial es la proporción entre la dosis activa y la dosis letal, pues sólo la cantidad distingue el remedio del veneno". Los griegos conocían el poder de la potasa, el salitre, el mercurio, el arsénico y la famosa cicuta, que acabó con la vida del filósofo Sócrates.
Pero sin duda los que mejor manejaban el veneno eran los romanos. Militares, políticos, emperadores, esclavos... Incluso los amantes despechados quitaban de en medio a sus parejas a golpe de veneno. Algunas mujeres, en vez de divorciarse, suministraban a sus maridos un vaso de leche con polvo de arsénico. Otras iban más allá y los mataban con un retorcido juego erótico, consistente en untarles el pene con un lubricante hecho a base de aceite y estramonio, con la excusa de potenciar el placer sexual. El resultado era aturdimiento, alucinaciones y, finalmente, la muerte de él. En Roma eran tantas las probabilidades de ser envenenado, que se puso de moda acudir con los banquetes un catador, el praegustator, que era el encargado de probar todo lo que ofreciera el anfitrión a su amo.
Tras la caída del Imperio Romano, la Edad Media supuso un retroceso en las artes médicas. El papel de la religión cobraba fuerza, al tiempo que resurgían las supersticiones. Los sacerdotes paganos utilizaban drogas para alterar la conciencia y comunicarse con los dioses y la naturaleza. La Iglesia católica no podía permitir la competencia de credos, por lo que intentó exterminar a estas figuras acusándolas de brujería. Ya en la Edad Moderna, la propia Iglesia engendró una saga de papas que utilizaron el veneno como herramienta habitual para llegar al poder.
A lo largo de todo este tiempo, determinar si una muerte había sido natural o por envenenamiento resultaba extremadamente difícil. Con la revolución del estudio forense, el número de víctimas descendió pero no se erradicó. El desarrollo de la farmacología en el siglo XIX permitió la síntesis de sustancias en el laboratorio, como la morfina, la codeína o la cocaína. Por primera vez los médicos eran capaces de calcular la dosis exacta a la hora de recetar un calmante, sin peligro de excederse. Aunque estas investigaciones no siempre fueron bienintencionadas. En el siglo XX, tóxicos de laboratorio como el gas mostaza se introdujeron en el campo de batalla. Se calcula que 90.000 personas murieron y otro millón quedaron con secuelas por su utilización durante la Primera Guerra Mundial. En la Segunda, los nazis experimentaron con gases para alterar el sistema nervioso de sus enemigos y prisioneros. Todavía hoy, el veneno ocupa de vez en cuando las portadas de los diarios de todo el mundo, con casos como el del político ucraniano Viktor Yushchenko.
Fuente:
Reportaje de Anabel Herrera publicado en el número 512 de Historia y Vida.
Desde que el hombre es hombre, siempre ha ideado la forma mejor para quitarse de enmedio los estorbos. Y qué mejor forma que envenenando al personal. Al fin y al cabo por la boca muere el pez.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola amiga, me paso solo (estoy muy liado) para recordarte que mañana es lo del 349º aniversario de Carlos II por si quieres colaborar.
ResponderEliminarUn saludo! y gracias! ;)
>>Aunque los neandertales ya ponían veneno en sus flechas para cazar,
ResponderEliminarJo, estaria genial que fuera así, pero no creo que haya evidencia de esto.
¿tienes alguna fuente fiable? Me gustaría enterarme si es así(tengo un blog sobre neandertales: http://timoneandertal.blogspot.com/ )
La afición de eliminar al prójimo discretamente o sin tener que enfrentarse a él esta en la base de la utilización de los venenos. Cuántos personajes históricos han sido eliminados así, aunque alguno logro sobrevivir a los intentos. Un par de ejemplos de esto último poco conocidos fueron el intento de envenenar con dulces a Benedicto XIII, el papa Luna, cuando ya muy mayor, en Peñíscola, sobrevivió a un intento de enviarlo al cielo antes de hora; y otro gran resistencia que tuvo Rasputín, en la Rusia prerevolucionaria, al tósigo que le administraron también en pasteles. Tuvo que ser muerto a tiros ante la ineficacia del veneno. Pronto publicaré un artículo sobre espeluznante escena. Muy interesante tu artículo de hoy. Un saludo.
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