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1 de enero de 2018

Cartago, la reina de África

Famosa rival de Roma por el dominio del Mediterráneo, la destrucción ejemplarizante de Cartago a manos de Escipión Emiliano en 146 a.C. induce a pensar que nada volvió a crecer después en ese solar maldito ─esterilizado con sal, según una leyenda decimonónica─. Pero no fue así en absoluto: Cartago renació tras su implacable demolición en la tercera y última guerra Púnica. Lo hizo en forma de una colonia romana tras el metódico apocalipsis ejecutado por las legiones. No sucedió de inmediato, ni tampoco con fortuna al primer intento.

Sin embargo, cuando resurgió de manera estable, Cartago terminó adquiriendo tal esplendor que merecería un lugar de honor en cualquier mapa de la Antigüedad, incluso si se prescindiera de su deslumbrante vida anterior como potencia neofenicia. Así de importante llegó a ser este enclave, refundado por Augusto en 29 a.C. en memoria de su padre adoptivo, Julio César. De hecho, de este venía la idea, inspirada a su vez en un proyecto fallido de Cayo, el menor de los hermanos Graco.


La Cartago latina fue el centro urbano más prominente de la extensa provincia senatorial de África Proconsular, uno de los principales graneros del Alto Imperio. Por otra parte, solo Roma y las otras megalópolis de la era imperial (Alejandría en Egipto, Antioquía en Siria y la tardía Constantinopla entre Europa y Asia) superaron en habitantes a la capital magrebí. Ésta reunió más de cien mil vecinos ─hasta medio millón, para algunas fuentes─ desde el siglo I d.C. Eso sin olvidar la ubicación estratégica de Cartago, en la costa sur del Mediterráneo central, ni la relevancia política derivada de todo lo anterior.

Estas características explican la atracción que sintieron por la colonia los vándalos durante el naufragio del Imperio romano: ellos la convirtieron en capital de su efímero reino bárbaro. Un siglo después, a inicios del VI, los bizantinos recobraron la ciudad portuaria para el mundo latino. Sin embargo, no tardó en ser absorbida por la oleada conquistadora del recién nacido islam. Éste privilegió un núcleo próximo, la Túnez de hoy, en detrimento de la ya decadente Cartago, de la que tomó para la nueva metrópolis desde materiales hasta población.


Todas estas mutaciones dejaron en el lugar huellas monumentales tan trascendentes que la Unesco las declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1979. Entre ellas destacan las de origen romano por su cantidad, envergadura, variedad y belleza, sobre todo dada la devastación latina del valioso legado púnico. De este último solo perduran excepciones, como el llamado «tofet de Salambó» (el macabro santuario y cementerio para los niños sacrificados por los cartagineses a sus dioses) o porciones, más estructurales que artísticas, de los denominados puertos púnicos. Sin embargo, la mayoría de los bienes previos a la ciudad romana sufrieron el destino fatídico de, por ejemplo, el templo de Eshmún. De suma importancia para la civilización neofenicia, fue por ello mismo arruinado por los siempre eficientes ingenieros latinos, hasta el punto de allanar la elevación sobre la que se erigía.


Fuente:
* Julián Elliot, "La reina de África". Historia y Vida nº 595, pág. 17


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