La conquista de la Galia por parte de Cayo Julio César dejó el Rin como frontera del poder romano, y así permaneció durante unas cuantas décadas, mientras se sucedían las guerras civiles del final de la República. No fue hasta después de la batalla de Actium y el establecimiento del principado de Cayo Julio César Octaviano, más conocido como Augusto, con los problemas internos solucionados, que Roma volvió a interesarse por sus vecinos en diversas fronteras del imperio.
Julio César ya había atravesado el Rin durante la guerra de las Galias, para hacer operaciones de castigo contra algunas tribus germánicas, pero no había intentado ninguna conquista más allá del río. Augusto, con una Galia ya prácticamente integrada en el imperio, decidió ampliar el radio de influencia romano más allá del Rin.
Todo empezó en el año 9 a.C. cuando el gobernador romano de Germania, Publio Quintilio Varo, que se había casado con la sobrina nieta del emperador Augusto, estableció los campamentos de verano de sus tres legiones (la XVII, XVIII y la XIX, de unos 5000 hombres cada una) en territorio querusco. Dos legiones fueron dejadas tras el Rin. Varo se hizo muy amigo de los jefes queruscos incluido el famoso caudillo germano, Arminio. Varo no se daba cuenta de que Arminio le veía como un invasor de su país y conspiraba contra él con los jefes de otros grupos germanos. Algunos de los jefes trataron de prevenirle, pero Varo fue convencido para que concediera a los conspiradores destacamentos legionarios, que le dijeron necesitaban para guarnecer ciertos puestos y escoltar los convoyes de suministro para el ejército romano.
Augusto |
Pese a no disponer de muchos datos sobre las acciones de Arminio, lo que sí es seguro es que el líder germano necesitó tiempo para reunir unos 20.000 guerreros. Eso significaba citas con los jefes de las distintas tribus y clanes, mensajes, visitas, etc; lo que conllevaba tiempo, ausencias de los campamentos, reuniones... en definitiva, datos de que algo se estaba tramando.
En septiembre Varo había llegado con sus tropas hasta el interior de Germania por el Lippe y había permanecido allí varios meses sin demasiadas novedades, por lo cual ya planeaba la vuelta a sus cuarteles de invierno. En ese momento Arminio le informó de la existencia de una supuesta sublevación algo más al norte.
Varo mandaba tres legiones, tres alas y seis cohortes auxiliares además de numerosos carros, mujeres, comerciantes, sirvientes y un largo tren logístico. Un ejército enorme al que habría que sumarle otras fuerzas esperando en los campamentos de verano. En ese momento dos decisiones tuvo que tomar Varo: una era si acudir a sofocar la revuelta o regresar para invernar en un lugar más confortable que los campamentos del Lippe. En segundo lugar creer a Arminio y la presunta rebelión o al tío de Arminio, Seginio, quien lo alertaba sobre la trama del querusco.
Ante la primera disyuntiva Varo optó por cambiar el rumbo de su ejército y dirigirse hacia el lugar de la supuesta rebelión, quizá Varo no era tan indolente como lo describen las fuentes. Respecto a la segunda creyó al equite. Es posible que la incompetencia de Varo no le hiciera captar la advertencia de Seginio; pero también es posible que tuviese en cuenta la enemistad entre tío y sobrino, como un intento de desprestigiar al joven Arminio.
Los romanos constituían un ejército profesional, con pocas tropas ligeras, basando el peso de su fuerza en las legiones y por tanto en la infantería. Esta era en su mayoría pesada y muy bien protegida. Quizá carente del arrojo inicial germano, pero sí con una enorme disciplina. No solían existir lazos de parentesco entre ellos, aunque los años y el estar muy lejos de su tierra natal les otorgaba una gran cohesión.
Mientras tanto los germanos más bien constituían una milicia de guerreros, muy fieros al principio, pero carentes de orden, disciplina, constancia y sin una cadena de mando que reemplazase a los jefes si estos caían. No obstante se les reconoce el esfuerzo de recoger a sus muertos en combate, en lugar de abandonar el campo de batalla cuando la situación se volvía peligrosa. Llevaban poca ropa o incluso iban desnudos. Portaban arcos, lanzas, venablos y otras armas arrojadizas ligeras. Las lanzas en punta de metal eran escasas, mucho más las espadas y corazas. Solían pertenecer a la misma tribu y les unía el parentesco.
No sabemos con exactitud el orden de marcha ordenado por Varo, lo que sí nos dicen las fuentes es que fue el propio de unas tierras pacificadas y no unas en rebelión como en realidad estaba esa parte de Germania. Muy probablemente Varo optó, en el mejor de los casos, por el clásico orden del ejército en aquella época.
Primero iría la caballería auxiliar germana y tras ella los arqueros, ambos con la misión de reconocer el terreno y evitar cualquier emboscada. En esto estuvo el primer error táctico de Varo o la primera victoria de Arminio. Esas fuerzas, que debían ser los ojos del general y la protección contra posibles espías, desaparecieron enseguida, unas tal vez por eliminación pero muchas otras probablemente por deserción.
Detrás iría un destacamento de infantería y caballería romana que llegado el caso podría advertir del panorama observado. Pero los germanos, quienes ya conocían esto, los fueron atacando y aniquilando.
Monumento dedicado a Arminio junto al bosque de Teutoburgo |
Después caminaban los zapadores quienes se ocuparían de delimitar y comenzar a levantar el siguiente campamento. Estas fuerzas salían varias horas antes que el grueso de las tropas. Quizá por esa razón, cuando Varo se dio cuenta de que algo estaba yendo mal el grueso de su ejército ya habría penetrado en el bosque de Teutoburgo y la trampa estaba a punto de cerrarse.
El bosque de Teutoburgo resultó ser un terreno muy abrupto, lleno de grandes raíces y árboles muy anchos que hacía difícil el avance y obligaban a los legionarios a caminar casi en línea, por unos senderos estrechos. Esto ya suponía un dificultad para un ejército que carecía de arqueros y tropas ligeras, pasadas al bando germano o eliminadas.
Marchando confiado y probablemente en cuarta o quinta línea, Varo no debió presentir el peligro y quizá no era consciente de que, una vez dentro del bosque, salir de aquella selva sería difícil, cualquiera que fuese la dirección tomada. Pero este exceso de confianza puede ser normal en una provincia considerada parte del imperio romano desde hacía unos 20 años.
La jornada comenzó con una fuerte tormenta. El viento llegó a tronchar algunas copas de los árboles, las cuales cayeron sobre los legionarios, creando confusión y rompiendo las líneas aún más. El agua debió ser copiosa haciendo más lenta la marcha.
Una vez dentro del bosque los germanos lanzaron un ataque tras otro. Flechas, venablos y algún que otro choque cuerpo a cuerpo rápido para aprovechar su mayor movilidad. Después se retiraban y los romanos no podían perseguirlos. Durante todo el día el acoso fue constante y las bajas comenzaban a crecer, pese a no saberse en la actualidad con certeza el número. Los escudos, empapados de agua, resultaban casi imposibles de mantener altos, por lo que la única defensa la proporcionaban las lorigas. La caravana era demasiado larga para defenderla toda, las pesadas lanzas romanas no alcanzaban a los germanos. Toda una retahíla de esfuerzos y frustraciones.
La noche no resultaría muy reparadora por varios factores como el miedo a saberse dentro de una ratonera, la humedad y posibles ataques. A la mañana siguiente Varo cambió por completo el orden de marcha para ir más agrupados y darse cobertura mutua. Asimismo sus hombres quemaron y destruyeron todo lo que les enlenteciera e incluso cubrieron los cencerros de los animales con vegetación para no ser delatados. Lo que indica un cambio de actitud en aquellos soldados: de ser un ejército eminentemente ofensivo habían pasado a evitar los ataques en la medida de lo posible.
Las fuentes no aclaran donde acamparon ni que ruta tomaron después, por eso la batalla estuvo siempre sumida en un mar de posibles emplazamientos, lo que sí nos cuentan es que los cambios en el orden de marcha no debieron de servir de mucho y los ataques, las bajas y la desmoralización volvieron a hacer acto de presencia con más fuerza si cabe.
Los ataques siguieron produciéndose. Ese día la caballería romana trató de huir por su cuenta, lo que dejaba a los infantes aún más en desventaja. Con esa huida habían perdido ya cualquier capacidad de perseguir a sus atacantes. El propio Varo fue herido y murió a lo largo del día, o se suicidó sabiendo las torturas que le aguardaban si era capturado, las fuentes no se ponen de acuerdo. En cualquier caso la muerte del gobernador debió ser otro golpe duro para los soldados, mucho más si este realmente se suicidó, demostrando que no veía salida.
Pese a todo siguieron avanzando por el bosque y al final del día, probablemente extenuados por la marcha comenzaron a montar el campamento. Que levantasen un segundo asentamiento y no volvieran al primero, mejor fortificado, quizá indica que al principio no veían un peligro de ataque masivo y avanzaron hasta no merecer la pena volver atrás.
Para la tercera jornada Arminio había preparado y camuflado una línea de fortificaciones cerca de Karkriese, donde unas colinas cerraban el camino por un lado y un pantano lo hacía por el otro. Probablemente con las técnicas aprendidas de los romanos, los queruscos y las otras tribus cavaron fosos, levantaron empalizadas desde las que pudieran disparar los arqueros y dejaron huecos para permitir a la infantería germana salir, atacar y volver a cubierto.
En ese angosto paso el ataque debió ser terrible y los romanos perdieron del todo la formación. Según los historiadores la mayoría se dejaron matar porque debían estar sin aliento y sobre todo sin esperanza.
Sin embargo la arqueología indica que las reacciones fueron variadas. Muchos trataron de huir por el pantano en varias direcciones, pues se han encontrado varias monedas y bolas de plomo de la época esparcidas por el lugar. Por su parte, en varios tramos de las colinas han aparecido gran cantidad de clavos utilizados en las suelas de las sandalias romanas. Lo que indica que un grupo al menos realizó un último intento de trepar por el montículo y atacar a los germanos que los mataban desde allí. Se calcula que debieron caer en aquel lugar entre 6.000 y 7.000 legionarios.
La derrota de Varo y la recuperación de Germania se convirtieron en casi una obsesión para Roma.
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