Una de las grandes discusiones entre los historiadores es determinar cuándo y por qué decidió Napoleón invadir España. La mayoría de los autores coinciden en que la idea surgió al hilo de los lamentables acontecimientos ocurridos en la familia real española. Otros autores sostienen que la tentación fue muy grande, y que Napoleón no supo resistirla: el tratado de Fontainebleau le brindaba España en bandeja, así que decidió tomarla. Otras opiniones, sin embargo, afirman que lo que Napoleón no pudo resistir fue la tentación de poner un príncipe de su sangre en el trono español, tal y como había hecho un siglo antes el Rey Sol, Luis XIV de Francia, al defender a su nieto Felipe V como heredero al trono durante la guerra de Sucesión. Napoleón habría querido emular a uno de los reyes más simbólicos de Francia.
No obstante, determinados estudios apuntan más bien a la ambición de Bonaparte por hacerse con el Imperio español en América; las ansias del emperador por recuperar la Luisiana dan cuerpo a esta tesis. Otras teorías sostienen en cambio que lo único que interesaba realmente a Napoleón era el norte de la península y, de hecho, se llegó a proyectar un intercambio territorial: España recibiría la parte central de Portugal después de ceder a Francia la zona de los Pirineos.
Mientras el príncipe Fernando era juzgado en el proceso de El Escorial, Godoy arreglaba el tratado de Fontainebleau con Napoleón para la partición de Portugal. El tratado permitía el paso por España de 40.000 soldados franceses, camino de Portugal. El general francés Junot no tuvo problemas para entrar en Lisboa en el mes de noviembre de ese mismo año, y la familia real portuguesa, al tener noticias de la invasión, huyó a Brasil.
Con la excusa de proteger la retaguardia, el ejército de Dupont se estableció en Burgos, mientras otro destacamento francés acampaba en Salamanca. A principios de 1808 nuevos contingentes franceses cruzaron los Pirineos y se instalaron en Pamplona y San Sebastián. Poco después le llegó el turno a Barcelona y a la fortaleza de Figueres. Sin apenas hacer ruido, Napoleón había logrado el control de las fronteras franco-españolas, y había introducido en España 25.000 soldados más de los permitidos por el tratado de Fontainebleau.
La corte española se había trasladado a Aranjuez con la clara intención de poder partir, vía Sevilla, hacia América, en caso de que Bonaparte tomara el país, como habían hecho los Braganza de Portugal. Carlos IV, sin embargo, quería tranquilizar a su pueblo, inquieto por la presencia, difícilmente justificable, de las tropas imperiales:
“Yo, que cual padre tierno os amo, me apresuro a consolaros de la actual angustia que os oprime. Reposad tranquilos: sabed que el ejército de mi caro aliado el Emperador de los franceses atraviesa mi reino con ideas de paz y amistad...”
Fernando, por su parte, no cesaba en su empeño de destronar a sus padres y de deshacerse de Godoy. Napoleón se las había arreglado para hacer creer al príncipe de Asturias que en caso de necesidad podía contar con la ayuda francesa. En España, la popularidad de Fernando crecía a medida que la de Godoy descendía, la gente estaba cansada de éste, de su gobierno y de la presencia de tropas extranjeras.
Fuente:
La guerra de la independencia española – Elena Castro Oury
Sí, está bastante extendida la tesis de que Napoleón quería sustituir la dinastía borbónica por la suya; no hay más que ver cómo fue colocando a todos sus hermanos como reyes de media Europa. Otra tesis, mucho más práctica, apunta a la de asegurarse la retaguardia en su ataque en el este de Europa. Un libro del malogrado Juan Antonio Vallejo Nájera: Yo, el rey, Premio Planeta hace unos cuantos años, de lectura entretenidísima, y no por ser novela menos documentada, habla de este asunto y del reinado de José Bonaparte en España. Un saludo.
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