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29 de octubre de 2010

Las ofrendas incas

Los incas poseían una sólida economía agraria basada en pisos verticales, es decir, cultivaban en terrazas creadas sobre cerros. Esta forma de agricultura potenció el Tahuantinsuyo, estado compuesto por unos 20 millones de personas. Este estado era gobernado desde Cusco, capital del Imperio, por el Inca, cuyos parientes directos le ayudaban, repartidos por diferentes ciudades y gozando de grandes privilegios. En el otro extremo estaba el hombre común, llamado runa, que era considerado como una unidad de producción al servicio del Estado. Vivía en casas de adobe y paja junto a las tierras de cultivo en las que trabajaba y que no eran de su propiedad sino de la comunidad donde se hallaban.

Esta estructura social se reflejó en la religión a través de la veneración a los elementos naturales ligados a la agricultura. El estado potenciaba las creencias religiosas organizando numerosas ceremonias. En estas ceremonias el pueblo ofrecía voluntariamente regalos a sus dioses, pero además existían muchos otros tributos obligatorios.

Uno de estos tributos obligatorios recaía sobre los propios seres humanos, al considerarse el Estado dueño de las vidas de sus súbditos. Era el tributo concerniente a los niños y niñas de hasta 8 y 9 años, que requisaba anualmente. Parte de las niñas eran destinadas a los acllahuasis, especie de conventos donde servían, de por vida, al Sol y al Inca en calidad de doncellas vírgenes o concubinas. Otras, al igual que los niños, eran sacrificadas en los ritos religiosos.

El cronista español del siglo XVI Juan de Betanzos escribió que el Inca Pachacuti, al terminar la remodelación del templo del Sol, mandó enterrar vivos a gran cantidad de niños y niñas elegidos para tal fin. Cuando el Inca murió fueron enterrados con él 1.000 niños y 1.000 niñas de entre 4 y 5 años.

Se creía que la gente no moría, que los muertos se reunían con sus antepasados y cuidaban de aquellos que quedaban en la tierra. Consideraban a los niños seres purificadores de las tumbas, y daban gran valor a los “niños ofrenda”. Sin embargo, la mayoría de las familias no querían entregar sus hijos al Estado. De ahí que la sociedad andina no considerase mal la pérdida de la virginidad en niñas aún pequeñas, puesto que para ser sacrificadas el ser vírgenes era un requisito primordial.

Además de los pequeños sacrificados en estos rituales, existía la costumbre de enterrar a los señores importantes con sus concubinas y niños: éstos para purificar el tránsito a la nueva vida y aquéllas para servirles. Algunas mujeres aceptaban con agrado su destino, pero otras no deseaban morir y oponían resistencia. Según el cronista de la época Bartolomé Álvarez, a algunas se las drogaba o embriagaba para después ahogarlas.

Casos conocidos

La niña Tanta Carhua

Tanta Carhua era una niña de 10 años natural de Ocros. Según las crónicas, su padre la ofreció al Estado a cambio de su nombramiento como cacique. Después de ser llevada a Cusco, donde participó en las fiestas dedicadas al Sol y al Inca, la niña regresó a su tierra natal acompañada por los representantes más notables de su pueblo. Vestida como una reina, ascendió hasta la cumbre de la montaña y fue adormecida con una bebida especial. Después la metieron en un hoyo excavado a unos tres metros de profundidad, provista de un suntuoso ajuar, y sellaron la tumba. Entre todos los acompañantes destacaba el padre de la niña, convertido en cacique por la gracia del Inca reinante a cambio de haber entregado a su hija.

 La dama de Ampato

Dama de Ampato
Hacia 1540 el volcán Sabancaya erupcionó durante algunos meses y para aplacar su ira fueron ofrecidas tres niñas vivas. Debieron ser adoradas por las gentes del lugar, pero con el paso del tiempo cayeron en el olvido, seguramente por las dificultades que entraña subir a una montaña de más de 6.300 metros.
En 1990 el volcán entró de nuevo en erupción y quedaron al descubierto algunos restos incaicos. El arqueólogo Johan Reinhard organizó una expedición a la zona, y allí encontró, a 60 m. de profundidad, un fardo funerario. En su interior se hallaba una adolescente helada, tapada con una manta y en posición fetal, que parecía dormir un plácido sueño. A menor profundidad fueron encontradas dos niñas que quizás acompañaron en su morada mortuoria a la joven.

Las momias de Salta

Momia de Salta
En la cima del volcán Llullaillaco, en la provincia argentina de Salta, de nuevo el arqueólogo Johan Reinhard encontró en 1999 los cuerpos intactos de dos niñas y un niño. Sus órganos estaban ilesos, incluso tenían sangre en el corazón y en los pulmones, y restos de comida en sus aparatos digestivos. La expresión tranquila de sus rostros hace suponer que no sintieron dolor en el momento de su muerte. Posiblemente fueron drogados antes de ser enterrados.


Fuente:
Reportaje de María del Carmen Martín Rubio, publicado en el nº 512 de Historia y Vida

4 comentarios:

  1. Un poquito bestias sí que eran.
    Saludos.

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  2. No me extraña que las víctimas, siguiendo su instinto de conservación, se revelaran ante sus verdugos. La propia naturaleza humana les exigía vivir. Supongo que sólo un Estado poderoso y autoritario era capaz de imponer algo así, convirtiendo a las víctimas en un injusto tributo religioso.
    Impresionantes las fotografías de las momias, tan bien conservadas. Un saludo.

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  3. Pues no veo porque criticar si lo hjacemos desde l optica actual, imaginate en la eopca de los años 1910 y que tumadre o hermana salga en hilo dental, para nosotrosa es normal (2012) pero hace mas de 100 años era un golpe a la moral, hasta podrian ex-cmulgarte, asi que en esa epoca era "normal" en la cultura inca hacer tales"pagos" ..y eso lo sabia la misma poblacion ..... gracias

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