Pocos metales han influido tanto en el curso de la humanidad como el hierro. Más duro, versátil y abundante que el cobre y el bronce, su explotación generalizada permitió inaugurar de lleno la era de las grandes civilizaciones. El hierro contribuyó de un modo tangible a su formación, con espadas y puntas de lanza más resistentes, pero también fue una sustancia crucial en el desarrollo de la agricultura. Al suministrar herramientas más resistentes y afiladas, posibilitó cosechas más generosas con menos esfuerzo. Estos progresos fomentaron la artesanía y el comercio, y el intercambio de las manufacturas con otros pueblos.
Esta revolución aparejada a la siderurgia no se dio de un día para otro. Se trató de un proceso de siglos que se desenvolvió a diferentes velocidades según las culturas. En la actualidad, el hierro sigue siendo el material más ampliamente utilizado por el hombre.
Pese a ser el cuarto elemento más habitual en la superficie de la Tierra, hubo de esperarse milenios para su explotación masiva. Civilizaciones como la sumeria, la egipcia o algunas arcaicas de la Anatolia en Turquía, ya poseían objetos de hierro durante las edades del Cobre y el Bronce. No obstante, eran auténticas rarezas en estas culturas, que se veían limitadas a obtenerlo de meteoritos. Carecían de la tecnología para producirlo a partir de minerales más frecuentes en el planeta. Correspondería a los hititas desarrollar la primera industria siderúrgica de cierta envergadura. Ocurrió hacia mediados del II milenio a.C. A finales de ese milenio, la diáspora hitita provocada por la invasión de los Pueblos del Mar aceleró la implantación de este metal en Oriente Medio, al divulgarse los secretos de la herrería conforme se dispersaban sus artífices. Desde ese momento, la nueva tecnología se difundió, más rápida o lentamente, por el resto del Viejo Mundo. Había nacido la Edad del Hierro.
La del hierro fue una propagación violenta, protagonizada por oleadas de guerreros mejor pertrechados gracias a él. Por otro lado, los que blandían armas de bronce se enfrentaron a una escasez paulatina de este metal. Pese a ello, las fases culturales representadas por el hierro y el bronce convivieron durante un largo período.
Una vez universalizados sus misterios, el hierro se impuso por su mayor dureza y abundancia que lo situó a un precio inferior al de otros metales. El hierro también influyó en aspectos más sutiles de la humanidad. Todas las civilizaciones clásicas lo mencionaron entre sus creencias religiosas y mitológicas por su importancia.
Su incidencia político-económica puede evidenciarse en el interés que el Imperio romano tenía en Hispania, centrado en las minas férricas del Moncayo, Cantabria y Toledo. Esto creó numerosos puestos de trabajo, generó redes viarias para vincular estos yacimientos con puertos y ciudades, dio pie a mercados que se convertirían en asentamientos urbanos y originó las primeras corporaciones obreras del mundo romano, cuando los hombres libres de las minas se unieron para reclamar mejores condiciones laborales.
Su procesamiento se mantuvo prácticamente inalterable desde los hititas hasta la Edad Media. Las cosas empezaron a cambiar en el siglo XIV, cuando se popularizó en Europa la denominada fragua catalana. El sistema, capaz de originar temperaturas de unos 1.200ºC, suministraba hierro de una mejor calidad e incluso acero, aunque de bajo contenido en carbono. No obstante, hubo que esperar a un invento posterior para que ambas sustancias alcanzaran su apogeo civilizador. Fue el alto horno, que, concebido en la Inglaterra del siglo XVIII, se convertiría nada menos que en el desencadenante de la Revolución Industrial.
Las elevadas temperaturas de los altos hornos permitieron producir masivamente hierro colado, más fuerte y a la vez más elástico que el forjado, y, desde finales del siglo XIX, también acero.
El siglo XX recogió el testigo con nuevos avances siderúrgicos. Fue el caso del acero inoxidable, patentado durante la Primera Guerra Mundial. El "metal del cielo", como lo llamaban los antiguos sumerios, continúa adoptando múltiples formas. Desde los rascacielos en el centro de las ciudades contemporáneas, hasta la cubertería o los medicamentos basados en sulfato ferroso son deudores de este mineral.
Fuente:
Artículo de Eugenio Serrano, publicado en el número 511 de la revista Historia y Vida
Los pueblos que primero supieron fabricar utensilios de hierro, incluidas las armas, fueron los que protagonizaron la historia dado que estaban en posesión de la tecnología punta del momento. Vamos, como pasa ahora con los misiles tierra- tierra.
ResponderEliminarUn saludo.
Buena entrada.
ResponderEliminarme gustan más a espadas de cobre
ResponderEliminarSí, el hierro revolucionó el armamento.
ResponderEliminarCronista, las de cobre eran menos resistentes.
Gran entrada, aunque falta el último capítulo: la obtención industrial de acero gracias al convertidor Bessemer, lo que nos metió de cabeza en la segunda revolución industrial.
ResponderEliminarBueno siempre se queda algo en el tintero jejeje. Otro día hablaremos de la segunda revolución industrial.
ResponderEliminarSaludos!