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22 de junio de 2010

La noble virgen Benedicta

La historia de esta doncella nos sitúa en el mediodía de la Península Ibérica, pues se halla recogida en los capítulos de la Vida de San Fructuoso de Braga, que hacen referencia a la época entre 645 y 655, en la que el célebre asceta visigodo permaneció en el valle del Guadalquivir.

Benedicta pertenecía probablemente a una familia de la antigua aristocracia romana. El nombre de la virgen, si era el suyo originario y no uno nuevo tomado al consagrar su vida a Dios, constituiría un indicio más de su ascendencia hispánica.

Benedicta era la prometida de un "gardingo" de la Corte, uno de los jóvenes godos de noble ascendencia que se hallaban vinculados al monarca por una especial relación de fidelidad dentro del marco institucional militar. Las uniones matrimoniales mixtas entre godos e hispano-romanos eran frecuentes en la España del siglo VII, cuando convertidos los visigodos al catolicismo, había quedado definitivamente superada la vieja barrera religiosa.

La celebración de la boda entre los prometidos estaría ya próxima cuando un acontecimiento, tan extraordinario como inesperado, echó por tierra los planes previstos: la llama del amor divino prendió en el corazón de Benedicta, exigiéndole la entrega total de su existencia al servicio de Dios. La virgen, perpleja ante la difícil situación en que se hallaba, pero resuelta a responder a cualquier coste al llamamiento de lo alto, no encontró ante sí otro camino que el de la huida. Y como mujer valerosa que era, pese a su juventud, abandonó la casa paterna y se adentró en busca de refugio por las soledades del yermo.

La relación entre la vocación religiosa de Benedicta y la presencia de San Fructuoso en la región no ofrece lugar a dudas. La "Vida" se hace eco del fenómeno de entusiasmo religioso que provocó la presencia del santo en la Bética. Fue una conmoción que arrasó al ascetismo a auténticas muchedumbres, hasta tales extremos que llegó a cundir la alarma entre los "duques" del ejército, los cuales pidieron al rey la adopción de medidas para contener tan multitudinaria "huida del siglo"; pues de no ponerse remedio -advertían los jefes de la milicia- "habría sentado plaza un innumerable ejército de monjes", y no podrían encontrarse soldados cuando hubiera necesidad de reclutarlos para alguna campaña militar. Mas no fueron solamente hombres, sino también mujeres quienes se sintieron arrebatar por la llamada divina: "no solo se inflamaron los entusiasmos varoniles, sino también los femeninos", comenta el biógrafo de San Fructuoso. Entre todas las mujeres, Benedicta respondió a la primera llamada, y se convirtió antes que ninguna en discípula del asceta visigodo.


Fructuoso y sus monjes residían en un monasterio de grandes dimensiones emplazado a nueve millas de la costa oceánica. Hasta aquellos parajes llegó, dirigida por Dios, la joven Benedicta, que no osó acercarse al recinto monástico y por mediación de unos mensajeros suplicó a Fructuoso que le mostrara el camino de la salvación y dirigiese por él su alma en busca del Señor. El santo acogió benignamente estas súplicas y mandó construir en aquella soledad una cabaña para morada de Benedicta. Fructuoso enviaba diariamente a alguno de los oblatos residentes en el monasterio con las cartas espirituales destinadas a la joven; pero no se preocupaba tan sólo de nutrir su alma, sino que pensaba también en las necesidades del cuerpo; por eso, junto con las cartas le hacía llegar también el alimento necesario para su sustento.

La fama de Benedicta se propagó con rapidez y su ejemplo arrastró a muchas otras mujeres. Ochenta vírgenes se congregaron pronto en torno a Benedicta, y para ellas Fructuoso levantó un nuevo cenobio. Mas no fueron jóvenes vírgenes las únicas en llamar a la puerta de Benedicta; llegaron también mujeres casadas con sus hijas que, enardecidas de fervor religioso, habían dejado el hogar de acuerdo con sus maridos e hijos, los cuales se incorporaban a su vez a la congregación de los monjes.

En cuanto al novio abandonado, después de un tiempo de silencio recurrió a la vía judicial, y valiéndose de la influencia que le daba su estatus de gardingo planteó su caso al monarca reinante (probablemente Recesvinto) solicitando el nombramiento de un juez que investigase la cuestión y diese sobre ella su veredicto. Comparecieron pues los dos en un juicio, y el juez la vio "tan llena de Espíritu Santo" que su veredicto fue rápido y claro: "Déjala servir al Señor y búscate otra mujer".

Benedicta quedó así libre de compromisos y podía consagrar su vida plenamente a Dios. Una vida que sería ya muy breve, pues al poco tiempo la doncella murió.


Fuente:
Historia del reino visigodo español - José Orlandis


1 comentario:

  1. Vaya por dios, al final murió joven.
    Bueno, poca opcion tenía una en aquellos tiempos: o te casaban con alguien que normalmente no te gustaba nada, o entrabas en el convento. A veces era preferible lo segundo. Y la muchacha no cabe duda de que tenia vocacion.

    Buenas noches, madame

    Bisous

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