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14 de junio de 2010

El tintorero medieval

En la Edad Media el oficio de tintorero es un oficio artesanal, distinto del de comerciante de paños o de materias colorantes. Además, está severamente reglamentado: a partir del siglo XIII, son frecuentes los textos que determinan su organización o su enseñanza, sus derechos y obligaciones, la lista de colorantes lícitos y de colorantes prohibidos. Fue una profesión siempre sospechada y en mayor o menor medida marginada.

La desconfianza suscitada por el conjunto de las labores de teñido es común a muchas sociedades desde épocas antiguas. Pero en la Europa medieval cristiana parece ser aún más fuerte que en cualquier otro lado y se manifiesta tanto en las prácticas verdaderas como en el ámbito de las leyendas y el imaginario. Abundan fuentes que ponen de relieve el carácter inquietante, si no diabólico, de ese oficio prohibido para los clérigos y desaconsejado para la gente honesta.

La industria textil es la única gran industria del Occidente medieval y en todas las ciudades pañeras los tintoreros son numerosos y están poderosamente organizados. Sin embargo, son frecuentes los conflictos que los oponen a otros cuerpos de oficios, sobre todo a los pañeros, tejedores y curtidores. En todas partes, los rígidos reglamentos profesionales reservan a los tintoreros el monopolio de las prácticas de teñido. Pero los tejedores, que no tienen derecho a teñir, lo hacen de todos modos. Eso da origen a numerosos litigios y juicios.

Con los curtidores -otros artesanos sospechosos, puesto que trabajan a partir de cadáveres de animales- los conflictos no tienen que ver con el tejido sino con el agua del río. Tintoreros y curtidores tienen una necesidad vital de ésta para ejercer sus oficios, como es el caso, por otra parte, de muchos otros artesanos. Pero el agua debe estar limpia. Ahora bien, cuando los primeros la han ensuciado con sus materias colorantes, los segundos ya no pueden utilizarla para dejar macerar sus pieles. Esto también genera conflictos y pleitos.

Los reglamentos prohíben teñir una tela o trabajar con una gama de colores para la que no se tiene licencia. En el caso de la lana, por ejemplo, a partir del siglo XII, si se es tintorero de rojo, no se puede teñir de azul y vicecersa. Por el contrario, los tintoreros de azul con frecuencia se hacen cargo de los tonos verdes y los tonos negros y los tintoreros de rojo, de la gama de los amarillos. En algunas ciudades de Alemania e Italia la especialización se lleva aún más lejos: para un mismo color, se diferencia a los tintoreros según la única materia colorante que tienen derecho a utilizar.


Esa estricta especialización de las actividades de teñido es comsecuencia de la aversión por las mezclas, heredada de la cultura bíblica, que impregna toda la sensibilidad medieval. Sus repercusiones son muchas, tanto en los ámbitos teológico y simbólico como en la vida cotidiana y la cultura material. Mezclar, remover, fusionar, amalgamar son operaciones que con frecuencia se consideran infernales, puesto que transgreden la naturaleza y el orden de las cosas querido por el Creador. Todos aquellos que se ven obligados a practicarlas debido a sus tareas profesionales (tintoreros, herreros, boticarios, alquimistas) despiertan temor o sospecha puesto que parecen hacer trampas con la materia. Por otra parte, ellos mismos dudan de si dedicarse o no a determinadas operaciones, como por ejemplo a la mezcla de dos colores para obtener un tercero. Se yuxtapone, se superpone, pero no se mezcla verdaderamente.

Antes del siglo XV, ninguna compilación de recetas para fabricar colores nos explica que para obtener el color verde haya que mezclar azul con amarillo. Los tonos verdes se obtienen de otra manera, ya sea a partir de pigmentos naturalmente verdes, ya sea sometiendo colorantes azules o grises a tratamientos que nada tienen que ver con la mezcla.

Hasta el siglo XVIII los tintoreros son artesanos misteriosos e inquietantes, temidos sobre todo porque son turbulentos, pendencieros, buscapleitos y reservados. Además, manipulan sustancias peligrosas, apestan el aire, contaminan las aguas de los ríos, son sucios, llevan ropas salpicadas y tienen las uñas y los cabellos manchados.

En la época carolingia, se pretendía que sólo las mujeres sabían teñir eficazmente, puesto que por naturaleza eran impuras y algo hechiceras. Se consideraba que los hombres eran poco habilidosos o que traían mala suerte en los procedimientos realizados para esa actividad.


Fuente:
Una historia simbólica de la Edad Media occidental - Michel Pastoureau


4 comentarios:

  1. Madre mia, que reglas tan estrictas tenian los gremios. Llegar al extremo de no poder teñir mas que del color que correspondia a cada uno!

    No sabia que tuvieran esa fama de pendencieros. Fijese, yo que pensaba que era un oficio de lo mas tranquilo!

    Buenas noches, madame

    Bisous

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  2. Curiosa entrada la de hoy, con este oficio de tintorero tan reglamentado, como era lo habitual en los gremios medievales. Y curiosa también la prohibición de poder teñir libremente cada uno lo que quisiera.
    Un saludo.

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  3. wao me sorprendió que se considerase poco honorable ese oficio para la época, gracias por compartir

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