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23 de mayo de 2010

Esclavos romanos, los más oprimidos

En los siglos II y I a.C. los romanos desarrollaron un tráfico de esclavos a escala masiva. Los generales victoriosos en las guerras que Roma condujo por todo el Mediterráneo hacían miles de prisioneros que vendían como esclavos en subastas públicas, a empresarios esclavistas. Éstos llevaban contingentes de esclavos a Roma y otras ciudades, donde los compraban los ciudadanos, no sólo los ricos. Se calcula que al final de la República los esclavos constituían un tercio de la población.

En el derecho romano de la República, los esclavos tenían la misma consideración que los animales de labor: eran propiedad absuluta de su dueño, que podía venderlos, castigarlos e incluso matarlos sin rendir cuentas a nadie. Los esclavos no podían tener propiedad ni formar una familia legal, aunque se permitía la cohabitación bajo el nombre de contubernio. Los niños nacidos de estas uniones, llamados vernae, solían recibir mejor trato de sus dueños, que les adjudicaban tareas de confianza.

Los esclavos enviados a trabajar a una granja, o villa, formaban la llamada familia rustica. Sus tareas iban desde las estrictamente agrícolas hasta textiles o de construcción. Algunas eran agotadoras y, de hecho, se ordenaban como castigo; por ejemplo accionar los molinos en sustitución de caballos o mulas o trabajar en las canteras. Todos estaban bajo la autoridad de un supervisor o vilicus, un esclavo que gozaba de la confianza del dueño.

El dueño proveía a los esclavos de comida y vestido, ambos reducidos a la mínima expresión: una túnica cada año, y un abrigo y un par de sandalias de madera cada dos años. A cambio, les podía inflingir todo tipo de castigos. Las villas tenían una prisión, el ergastulum, donde se mantenía encadenados a los esclavos indisciplinados y se les obligaba a trabajar. Si alguno agredía al amo y escapaba, eran castigados sus compañeros. En una ocasión fueron ejecutados 400, con la excusa de que no habían socorrido a un propietario a quien había asesinado uno de sus esclavos.

Los esclavos domésticos, comparados con los que trabajaban en el campo, tenían una vida más llevadera. Los ricachones romanos podían tener decenas de ellos, cada uno dedicado a una sola tarea a sus servicio o al de su esposa o hijos: maquilladores, peluqueras, nodrizas, pedagogos, portadores de litera, músicos, lectores... Aún así, consta que a veces a los porteros (ostiarii) se les encadenaba a la puerta como si fueran perros guardianes.

Cuando algún esclavo se escapaba, su dueño ponía todos los medios para recuperar su "propiedad". Contrataba a cazadores de esclavos profesionales y ponía anuncios con la descripción del huido. Si éste era capturado, lo azotaban hasta casi morir y lo condenaban al trabajo en las canteras. También se le marcaba en la frente la letra F, por fugitivus, y a veces se le colocaba un collar en el que podía leerse: "He huido. Cógeme. Si me devuelves a mi dueño, te recompensará".

Collar de esclavo


Fuente:  Historia National Geographic, núm. 77



3 comentarios:

  1. En efecto, no tenían derechos. Eran tratados como bestias de carga. Otros tiempos y otra mentalidad. Es muy difícil ponernos en la mente de un romano de entonces.
    Un saludo.

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  2. Ah, pues que interesante, madame! Me ha encantado esta entrada. Vaya sadicos con lo del collar, que barbaridad. Lo de marcar la F ya era tremendo, pero encima cachondeo con la inscripcion del collar, vaya.

    Buenas noches, madame

    Bisous

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