Con el Renacimiento el mundo se seculariza. Todavía de forma muy tímida, es cierto. Pero algo de aquella polilla de la fe del carbonero desaparece. Los hombres aprenden a disfrutar parcialmente de lo que habían llamado valle de lágrimas. También el arte y la música entran en una nueva dimensión. Se refina el gusto y, con ello, aparecen los castrati.
Principalmente en Italia. Niños con exquisita voz para las empresas del canto, elogiados y admirados por el gran público, no podían evitar el trance impuesto por la naturaleza. La pubertad y la producción de testosterona significaban el vello en el rostro y la metamorfosis en el tono de voz. De un día para otro los querubines se habían transformado en sátiros.
¿Cómo conseguir que el niño siguiera siendo un niño, al menos por lo que atañe a las cualidades físicas? La solución la aportaron los llamados barberos, los cirujanos de la época. Cualquier día, mientras el inconsciente rapaz que prometía como cantor estuviese disfrutando de un inesperado baño caliente regado con licores y opiáceos, aparecía el castrador.
Escalpelo o bisturí, tijeras o pinzas, gomas y cuerdas. Ese era su instrumental, con el cual arrancaba o estrangulaba los testículos del joven. Porque la castración solía ser parcial. Sin los testículos, el organismo no produciría jamás la inoportuna testosterona, y la voz del infante permanecería por siempre 'virgo intacta'. No tener testículos supone, además, la esterilidad, pero no la incapacidad para la erección.
Cuando el niño sobrevivía (la operación en sí era dolorosísima pero no peligrosa: el problema, claro, residía en la falta de higiene y en las habituales infecciones postoperatorias), con suerte le esperaba un destino de divo. La selecta sociedad del XVIII, siglo del clímax (si utilizar en este contexto tal término no es una ironía) de los castrati, se sentía fascinado con aquellas ambiguas figuras.
Ambiguas, porque su "no desarrollo" de los caracteres sexuales hacía en ocasiones ímproba la tarea de discernir si se trataba de un varón o de una hembra. Las confusiones fueron numerosas, lo que no hacía sino aumentar la fascinación, el misterio.
Sin embargo, el aparente éxito de los Carestini, Monticelli o Farinelli (este último el más famoso de todos los castrati) no esconde el drama vivido por todos, aunque por algunos más que por otros. Muchos se quedaban en el camino, martirizados por los compañeros no castrados o incapaces de sobrellevar el trauma vivido.
(Fuente: Sobre Curiosidades - Souto Alves)
Farinelli era el castrati músico de cabecera de Fernando VI, ese borbón que apenas sale en los libros, eclipsado a su muerte por la ingente obra de su hermanastro Carlos III.
ResponderEliminarEn aquellos tiempos era muy apreciada la voz tan aguda de estos músicos eunucos. Lo de barítono y tenor, voces más masculinas, fueron un invento posterior. Ya se sabe: las modas van cambiando.
Un saludo.
Pobrecitos, madame, que barbarie. Vi la pelicula sobre Farinelli. Era impactante esa escena al principio, cuando son niños y los castran.
ResponderEliminarMenos mal que ya no se lleva!
Buenas noches
Bisous
lo que hacían con los chavales no tiene nombre
ResponderEliminarHay que ser salvaje para hacer estas cosas
ResponderEliminar¡Todo por el arte!, pero en los testículos de otro.
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