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29 de octubre de 2009
Las Waffen SS
La década de 1930 fue un período de gran agitación en Alemania. En los años subsiguientes a la I Guerra Mundial, la economía se había colapsado y el período de malestar social que siguió a la inflación catastrófica de los años 20, hizo saltar a primera plana al partido nazi.
Esa ideología depravada, venía asociada con toda una serie de organizaciones subsidiarias cuyos nombres se han quedado grabados eternamente en la conciencia de la humanidad: las Juventudes Hitlerianas, la Gestapo, la Liga de las Chicas Alemanas, la SA, y sobre todo, el cuerpo de las SS.
Las SS se convertirían en una leyenda en la vorágine de la II Guerra Mundial. Era un cuerpo de voluntarios. Aquellos nacidos en 1928 se habían alistado, en apariencia como voluntarios, pero en realidad era una orden. Adolf Hitler desconfiaba profundamente del viejo orden establecido en las fuerzas armadas alemanas. En la I Guerra Mundial había combatido bien y estaba orgulloso de haber cumplido con su deber, pero no pasó del rango de cabo.
Hitler había obtenido poder político en las urnas, sin embargo nunca fue capaz de establecer un vínculo de confianza con las fuerzas armadas. Siempre se había considerado inferior al cuerpo de oficiales, y con buen juicio, no se fiaba de sus móviles. Como resultado de esta desconfianza entre él y el ejército creyó necesario rodearse de sus propios partidarios armados, que en caso de necesidad pudieran enfrentarse al ejército.
Las SA eran las tropas de asalto nazis que habían logrado hacerse con el poder durante los años 20 a fuerza de la intimidación, sin embargo no tenían armas. Adolf Hitler veía enemigos potenciales en todos los sitios, y desconfiaba no sólo del engranaje militar, sino también de las SA. En consecuencia, empezó a formar su propio ejército dentro del partido. El cuerpo de las SS, el brazo armado del partido nazi, se convertiría en un ejército en miniatura; su lealtad sería exclusivamente hacia Hitler.
Aunque Hitler había prometido a los dirigentes de las fuerzas armadas alemanas que no tenía la intención de crear un ejército armado para el partido nazi, eso era lo que precisamente iban a ser las SS. Hitler era un mentiroso compulsivo, y no tenía reparos en declarar descaradamente lo opuesto a lo que verdaderamente se proponía.
Con el tiempo las SS se habían ampliado formando un ejército en miniatura organizado en más de veinte divisiones y que contaba con casi un millón de hombres. La piedra angular para todo este monstruoso edificio era la guardia personal de Hitler. Este cuerpo de élite de nazis acérrimos había sido elegido para ser la fuerza militar favorita de Adolf Hitler, en un intento de replicar la guardia pretoriana de César o la antigua guardia de Napoleón.
Con sus flamantes uniformes y su reputación elitista, muchos de los jóvenes de Alemania aspiraban naturalmente a formar parte de las SS. Sin embargo, las SS hacían una cuidadosa selección admitiendo sólo a aquellos que pudieran probar su ascendencia aria.
Aunque el cuerpo se componía inicialmente de “voluntarios”, algunos jóvenes alemanes tuvieron la suerte de que no los obligaron a alistarse, sin embargo hubo otros que acabaron uniéndose a la fuerza.
Aunque las divisiones de las SS estaban en teoría bajo el control del ejército alemán, se distinguían del resto de las fuerzas armadas normales. Una característica diferenciadora era que desde el comienzo de la guerra estuvieron dispuestos a llevar uniformes de camuflaje. Al principio el resto de las fuerzas armadas se burlaban de este característico atuendo de batalla, sin embargo no tardó en demostrar su eficacia durante las campañas de Polonia. Bajo la dirección de un reconocido matón nazi, las SS desempeñaron un importante papel en las campañas libradas en los Países Bajos y Francia, en mayo de 1940. Incluso desde el principio, el cuerpo logró labrarse una reputación de ser una fuerza militar eficientísima. Empezaron a ganarse a regañadientes el respeto de sus compañeros de las fuerzas armadas, pero fue en el frente ruso donde las SS probarían su valía en el ardor de la batalla. Desde el principio combatieron allí donde la lucha era más encarnizada. Naturalmente se produjeron numerosas bajas y una necesidad constante de reponer tropas.
Uno de los primeros triunfos de las SS durante la terrible campaña de Rusia fue su intervención para salvar a un número de divisiones de las fuerzas armadas, que habían sido rodeadas por los rusos.
Se ha dicho siempre que las SS recibían un trato preferente y el mejor equipo. Naturalmente esto creaba resentimiento entre los otros soldados, y aunque siempre tuvieron una reputación siniestra muchos civiles creían realmente que las tropas de Hitler les habían liberado.
En 1944 se les unió una división de las Juventudes Hitlerianas. Esto hacían un total de 12 divisiones armadas.
Dentro del mundo de locura del Tercer Reich, los secuaces de Hitler competían entre sí por el poder político, y Himmler, como jefe de las SS quería crear no sólo un ejército nazi encarnado por dicho cuerpo, sino también una aviación propia que rivalizaría con la Luftwaffe. Incluso estaba previsto que tendría sus propios aviones nazis. El absurdo plan de Himmler incluía además un avión suicida. A medida que la campaña aérea aliada empezaba a tener éxito los alemanes empezaron a trabajar en la construcción de un caza propulsado por cohetes, diseñado para chocar contra los aviones aliados mientras que el piloto, en teoría, escapaba en paracaídas.
Cuando el reflujo de la II Guerra Mundial se volvió contra Alemania, las SS seguían luchando su amarga guerra contra los rusos, pero aunque tuvieran los días contados muchos se resistían a claudicar.
Con la victoria aliada en el conflicto bélico era comprensible que el mundo civilizado no quisiera que se volvieran a repetir los sucesos de la II Guerra Mundial. Por esa razón, los rusos y los aliados se ocuparon en gran medida de “desnazificar” a los supervivientes de la guerra. Se identificó y separó a los hombres de las SS para un tratamiento especial. En el período subsiguiente a la guerra muchos de ellos fueron fusilados de plano. Los que tuvieron más suerte fueron capturados, sin embargo con los campos de concentración rusos esperándoles, esta era una suerte un tanto precaria. Junto a los hombres de las SS, también fueron arrastrados por error a los campos muchos soldados normales del ejército. Muchos hombres de las filas del ejército escaparon a la muerte por muy poco.
Acusados de los terribles crímenes del Tercer Reich, muchos hombres de las SS fueron enviados a los mismos campos de concentración que habían albergado anteriormente a las víctimas del régimen nazi.
Es comprensible que los rusos fueran tan implacables debido a los hechos sucedidos durante esos cuatro largos y horribles años de guerra en Rusia, pero muchos supervivientes de las SS pagaron un alto precio por creer en Hitler. Tuvieron que soportar la agonía de tener que quedarse en Rusia mientras otros prisioneros eran libres de volver con sus familias. Era lógico que los aliados victoriosos quisieran asegurarse a toda costa de que no se iba a permitir al espectro del nazismo elevarse de entre sus cenizas.
Según cuenta la historia, la operación para destruir hasta el último vestigio de la ideología nazi fue un éxito rotundo.
Es impresionante la desconfianza de Hitler. Creó un cuerpo de élite para protegerse de su propio ejército.
ResponderEliminarSaludos
Sí, no se fiaba ni de su sombra. Era muy paranoico.
ResponderEliminarHitler era un inseguro. Un padre autoritario, violento y que no le quería. Una madre enferma. Una carrera frustrada como artista, acabaron por configurar una personalidad desconfiada, de ahí su enfermizo interés por rodearse de una guardia pretoriana fiel como las SS.
ResponderEliminarInteresante entrada.
Un saludo.
era una locura. Al final llegó a ser como una de esas muñecas rusas, encerrada dentro de otra que a su vez se encierra dentro de otra. Atrapado por sus propias medidas de seguridad paranoicas.
ResponderEliminarFeliz fin de semana, madame
Bisous