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3 de julio de 2009
El templo egipcio
La característica más sobresaliente del arte egipcio es la grandiosidad. Ningún otro pueblo en la Historia ha conseguido efectos tan monumentales, con medios más sencillos. En los templos, esta grandiosidad general de todos los edificios se hace gigantesca. La sala hipóstila del templo de Amón, en Karnak, viene a ocupar una superficie de unos 5.300 metros cuadrados. En su perímetro, que no es ni la mitad del de todo el templo, cabría perfectamente una de nuestras grandes catedrales. Su techo descansa sobre 134 robustas columnas. Esta solidez y sobriedad de líneas no han podido resistir el paso del tiempo, por lo que la mayor parte de los templos egipcios han llegado a nosotros en ruinas. Sólo el de Edfú, cerca de Asuán, puede ser admirado en su construcción original.
Es curioso que al contemplar los templos egipcios se observa una diferente altura en cada una de sus salas, que va disminuyendo a medida que se penetra en el interior. Este aminoramiento de la altura se logra, unas veces por disminución escalonada de la elevación de los techos, y otras por elevación del suelo. Al propio tiempo la oscuridad aumenta progresivamente hasta llegar al final del templo, donde mora la divinidad. Ambos factores, disminución de altura y progresiva oscuridad, tienen por objeto ambientar el sentimiento de los fieles y predisponerlos a la contemplación del misterio.
Generalmente se llega a la puerta del templo por una avenida flanqueada de esfinges, estatuas monumentales con cuerpo de león y cabeza humana, que parecen montar guardia al dios titular. A uno y otro lado de la puerta se levantan sendos pilones o muros inclinados, decorados con bajorrelieves. Frente a los pilones se yerguen a veces dos obeliscos coronados por sendas pirámides de bronce dorado levantados en memoria del fundador del templo. Tras flanquear la puerta se llega al gran patio de entrada, descubierto pero rodeado de pórticos, desde el que se pasa a la sala hipóstila, lugar de reunión de los fieles en los días de ceremonia. Por su primordial finalidad, esta sala es la más grande del templo y la única que necesita luz.
Para resolver el problema, puesto que los templos egipcios no tienen ventanas en las paredes laterales, se hubo de recurrir al sistema de claraboyas. En efecto, las dos hileras centrales de columnas son más altas que el resto, con lo cual se consigue que el techo se presente en dos planos diferentes; por el desnivel de estos planos, a través de un enrejado de piedras verticales, entra la luz que ilumina la nave.
Este desnivel suele ser de consideración como en la sala hipóstila del templo de Karnak, en que las columnas centrales tienen veintitrés metros de altura, y las laterales trece. La cubierta, tanto de esta sala como del resto del templo, está hecha de grandes losas de piedra colocadas sobre los arquitrabes en sentido transversal. De la sala hipóstila, llamada también pronaos, se pasa a la naos, que da acceso al santuario, morada del dios representado en una estatua.
A diferencia de estos templos, los subterráneos, templos excavados en la roca, tenían la puerta de entrada flanqueada por estatuas colosales. Ejemplo de estos últimos es el templo de Abu Simbel, en Nubia, mandado construir por Ramsés II. Dos estatuas del faraón guardan la puerta de entrada. Como otros muchos monumentos egipcios, este templo estuvo cubierto de arena durante muchos siglos. En algunas ocasiones, los vientos arrastraban la tierra y dejaban al descubierto las cabezas de los colosos ramasidas, que custodian la puerta.
Cuando el gobierno egipcio proyectó construir la presa de Asuán, empezaron a peligrar gran número de maravillosos templos, estatuas, etc., exixtentes en el valle central del Nilo, que se convertiría en un inmenso lago. Al grito de angustia de la cultura mundial, que iba a ser gravemente dañada, contestaron las naciones con generosidad suficiente. Gracias a la ayuda de todos, se logró salvar muchos de estos monumentos trasladándolos a otra parte donde no estuvieran al alcance de las aguas. El traslado fue una empresa muy costosa, pues muchos templos tuvieron que ser cortados en bloques para facilitar su transporte. Cualquier sistema era bueno con tal de salvar de la desaparición estas piedras cargadas de historia.
Ingenioso el sistema de claraboyas, madame. El arte egipcio resulta fascinante, en especial al ir descubriendo detalles como ese.
ResponderEliminarFeliz fin de semana
Bisous
Cuando me toque la primitiva tengo que ir a ver eso en directo
ResponderEliminarY yo digo como Jordi... Abu Simbel debe ser espectacular!
ResponderEliminarTengo muchas ganas de ir a Egipto y caminar por "pasillos" de hace mas de 3000 años. . .debe ser increible.
ResponderEliminarBesos
Jim